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País de risa

Reinaldo Spitaletta

30 de noviembre de 2009 - 09:49 p. m.

El nuestro (¿o será de los gringos?) es un país simpático. O parasimpático, para estar a tono. Tenemos, por ejemplo, más de cuatro millones de desplazados forzados, que no lo son. Son los nuevos inmigrantes.

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Tenemos no sé cuántos casos de crímenes de estado, que no lo son. Son “falsos positivos”. Por ahí algún escritor, a lo mejor aliado del terrorismo, advertía que éste es un país sin remedio y sin redención, pesimista que es el tipo.

Es tan simpático, que los ministros y ex ministros de Agricultura se ríen de sus pilatunas, como los muchachitos que le han tirado por la espalda una tiza al profesor. Lo de Agro Ingreso Seguro no es nada anormal, quién dijo. Es que con esos subsidios hay que premiar a los dueños de la tierra, no porque sean promotores de una transformación social y generen empleos, sino porque apoyaron al cacique en su reelección. Y eso es más que meritorio.

Digamos que es un país tan simpático como Chávez, que con sus discursos de guerra lo único que ha hecho es volar unos puentes obsoletos, con lo cual, además, deja ver sus babosadas de hacer estallar una guerrita de pacotilla. Uribe, por poner el caso, es más serio: no hace alharaca, ya entregó el territorio a los norteamericanos que tendrán siete bases militares y la gabela de moverse por donde quieran, que para eso son los dueños del mundo.

Uno no podría negar que aunque haya casi veinte millones de pobres, ocho millones de indigentes, que tengamos el índice de desempleo más alto de América del Sur, que haya un sartal de colombianos sin agua potable, en fin, este es un país feliz. O eso dicen los analistas de la felicidad, que le hubieran dado una manito a don Bertrand Russell.

Aquí, un ministro gruñón advierte que cómo es posible que se metan con la política exitosa de la “seguridad democrática”, qué cuál renacer de paramilitares, que la guerrilla ya está acabada, que los que todavía andan en el monte no dan sino piñatas. Que lo que pasa en ciudades como Medellín no es para preocuparse porque, con respecto al 2002, se han rebajado los homicidios.

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Sería bueno que el ministro de marras se diera una pasadita por Medellín y que no sólo viniera a ver alumbrados. El panorama es de miedo. Claro que un síntoma del miedo es la risa, y ésta todavía no la han matado. Pero ya casi. Que venga a ver cómo extorsionan tenderos, buseros, amas de casa; que venga y observe cómo son las balaceras en los barrios; cómo es la disputa por los territorios y por las “ollas” del narcotráfico; que se acerque a mirar cómo matan adolescentes…

Ah, sería interesante que se enterara del negocio de las “convivir”, de cómo le cobran a más de diez mil locales un promedio de treinta mil pesitos a la semana. Los tienen que pagar hasta los vendedores ambulantes. Por eso, como dicen algunos estudiosos, la guerra ahora es cuadra por cuadra, porque “representa ingresos muy jugosos para cada capo”.

Pero qué va. La “seguridad democrática” es muy exitosa. Claro, a los militares es a quienes les ha ido mejor con ella. O si no, que lo diga Uribe, el que todavía está mudo con el cuento de la reelección, pero está haciendo política de consejo comunal en consejo comunal. Linda función. Se me olvidaba decir que cuando el ministro gruñón visite Medellín que se traiga una buena escolta, que de pronto la “Camorra paisa” lo puede desplumar. O, a lo mejor, le proponga negocio.

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Digo que este es un país simpático; qué importa, por ejemplo, que la Constitución la vuelvan añicos, sobre todo los que tienen apetito de reelección; qué importa que haya “chuzadas” o espionaje a opositores, que para que son tontos y no se suman al combo de los ganadores. Qué importa si los políticos son parapolíticos, que eso da caché y posición social.

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Es un país muy simpático, porque aquí, como ya se sabe, es más rentable ser criminal, corrupto, mafioso, politiquero, o todas las anteriores juntas, que ciudadano honrado, que esto no da réditos o te señalarán como simpatizante del terrorismo. Y esto sí que te pone en situación nada risible.

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