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                                                                                                                              Periodismo y poder

                                                                                                                              El periodismo moderno fue una conquista de la Ilustración, que en esencia significa poder pensar por sí mismo. Se erigió, entre las ideas clásicas liberales, como una posibilidad de dar voz a quienes carecían de ella, por causas de opresión y de negación de derechos. O de violación de los mismos de parte de un poder. Su coronación como lo que, en el siglo XIX, se llamó el “cuarto poder”, capaz de fiscalizar a los otros tres, examinados por Montesquieu en El espíritu de las leyes, fue la división de la información bien diferenciada de la opinión.

                                                                                                                              El periodismo es el resultado de conquistas democráticas, de largas luchas contra el absolutismo y la potestad de reyes y príncipes. El nacimiento de esa figura, a veces incómoda, curiosa, perspicaz, que puede picar como avispa y volar como mariposa, el reportero, le dio otros ingredientes a esa disciplina novísima, que, sin embargo, tuvo sus lejanas raíces en Grecia y Roma.

                                                                                                                              La libertad de prensa, un logro de las revoluciones burguesas (como la estadounidense y la francesa, por ejemplo), se erigió como un requisito clave de las democracias. En el siglo XIX, en particular en Estados Unidos, florecieron miles de periódicos y el reportero se convirtió en una presencia muchas veces mal vista por presidentes, banqueros y, en general, por los que tenían posiciones de mando. Roosevelt, el mismo que se tomó a Panamá tras la Guerra de los Mil Días en Colombia, los bautizó como “rastrilladores de estiércol”.

                                                                                                                              Por esas fechas, hubo reporteros que desentrañaron las ignominias del capitalismo, la explotación de los trabajadores, las engañifas del poder y otras canalladas. El periodismo investigativo sobresalió entonces como una posibilidad de mostrar lo que alguien detrás de bambalinas impedía que se mostrara. Hay que decir lo que alguien no quiere que se sepa. Entonces hubo denunciadores de los maltratos a los obreros, como Jack London, John Reed, Upton Sinclair, por solo mencionar a algunos reporteros de los Estados Unidos.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Para el creador del materialismo histórico, el periodista debía ser un investigador, una suerte de sociólogo, capaz de desentrañar y poner en evidencia muchas aristas de la sociedad y de sus contradicciones. Debía tener el periodista una vinculación con el pueblo, con sus ansiedades y necesidades, con las aspiraciones de los oprimidos. Y decía que solo la libertad de prensa hacía posible la expresión de la razón. Además, claro, se oponía a la censura.

                                                                                                                              Cuando el periodismo dejó de ser el “cuarto poder” (cuando lo cooptaron los otros poderes), se metamorfoseó en propagandista, en entibador (para usar un término de minería) de los poderosos, a los que aupó y complació. Y estas situaciones se han visto en todas las geografías y en todos los regímenes. Un atentado criminal contra el pensamiento, contra la independencia y la libertad, banderas propias de esta profesión ilustrada.

                                                                                                                              Decía el pensador español José Luis Sampedro que “sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no sirve para nada”. El periodismo, en otro de sus facetas ilustradas, debe ser eso: defensor y promotor de la libertad de pensamiento. Cuando pierde sus esencias, cuando se dedica a ser un apéndice del poder (del gobierno, de la oficialidad, solo voz de los potentados y otros magnates), involuciona hacia una variante servil de la propaganda. Casos se han visto por doquier.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              En Colombia, donde la demagogia de algún gobernante, que, por lo demás censuró a la prensa en casos como el del Palacio de Justicia, edulcoraba frasecitas como que prefería una “prensa desbordada a una prensa amordazada”, en los últimos tiempos se ha visto la subordinación de periódicos al poder, a ser solo palabra oficial y no la de los aporreados por todas las miserias. En los funestos días del “embrujo autoritario”, buena parte de la prensa se arrodilló al “mesías”.

                                                                                                                              Toda prensa al servicio del poder, cualquiera que este sea, pierde su hálito original, su posición de defensa de los desvalidos. Debe gozar de independencia (y luchar por ella) y no hincarse ante ningún gobierno, llámese de izquierda o de derecha, de norte o de sur, populista o antipopular. Hoy, cuando muchos medios pertenecen a transnacionales, a grupos económicos, en fin, y sirven a intereses soterrados, el periodismo sufre una agresión mortal a su condición originaria.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Y con tantas manipulaciones de un lado y del otro, el periodismo ha dejado de ser una alternativa para conocer todas las aristas de eso que los filósofos llaman la “verdad”. Algo así, tenebroso, parece estar pasando en Colombia.

                                                                                                                              El periodismo moderno fue una conquista de la Ilustración, que en esencia significa poder pensar por sí mismo. Se erigió, entre las ideas clásicas liberales, como una posibilidad de dar voz a quienes carecían de ella, por causas de opresión y de negación de derechos. O de violación de los mismos de parte de un poder. Su coronación como lo que, en el siglo XIX, se llamó el “cuarto poder”, capaz de fiscalizar a los otros tres, examinados por Montesquieu en El espíritu de las leyes, fue la división de la información bien diferenciada de la opinión.

                                                                                                                              El periodismo es el resultado de conquistas democráticas, de largas luchas contra el absolutismo y la potestad de reyes y príncipes. El nacimiento de esa figura, a veces incómoda, curiosa, perspicaz, que puede picar como avispa y volar como mariposa, el reportero, le dio otros ingredientes a esa disciplina novísima, que, sin embargo, tuvo sus lejanas raíces en Grecia y Roma.

                                                                                                                              La libertad de prensa, un logro de las revoluciones burguesas (como la estadounidense y la francesa, por ejemplo), se erigió como un requisito clave de las democracias. En el siglo XIX, en particular en Estados Unidos, florecieron miles de periódicos y el reportero se convirtió en una presencia muchas veces mal vista por presidentes, banqueros y, en general, por los que tenían posiciones de mando. Roosevelt, el mismo que se tomó a Panamá tras la Guerra de los Mil Días en Colombia, los bautizó como “rastrilladores de estiércol”.

                                                                                                                              Por esas fechas, hubo reporteros que desentrañaron las ignominias del capitalismo, la explotación de los trabajadores, las engañifas del poder y otras canalladas. El periodismo investigativo sobresalió entonces como una posibilidad de mostrar lo que alguien detrás de bambalinas impedía que se mostrara. Hay que decir lo que alguien no quiere que se sepa. Entonces hubo denunciadores de los maltratos a los obreros, como Jack London, John Reed, Upton Sinclair, por solo mencionar a algunos reporteros de los Estados Unidos.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Para el creador del materialismo histórico, el periodista debía ser un investigador, una suerte de sociólogo, capaz de desentrañar y poner en evidencia muchas aristas de la sociedad y de sus contradicciones. Debía tener el periodista una vinculación con el pueblo, con sus ansiedades y necesidades, con las aspiraciones de los oprimidos. Y decía que solo la libertad de prensa hacía posible la expresión de la razón. Además, claro, se oponía a la censura.

                                                                                                                              Cuando el periodismo dejó de ser el “cuarto poder” (cuando lo cooptaron los otros poderes), se metamorfoseó en propagandista, en entibador (para usar un término de minería) de los poderosos, a los que aupó y complació. Y estas situaciones se han visto en todas las geografías y en todos los regímenes. Un atentado criminal contra el pensamiento, contra la independencia y la libertad, banderas propias de esta profesión ilustrada.

                                                                                                                              Decía el pensador español José Luis Sampedro que “sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no sirve para nada”. El periodismo, en otro de sus facetas ilustradas, debe ser eso: defensor y promotor de la libertad de pensamiento. Cuando pierde sus esencias, cuando se dedica a ser un apéndice del poder (del gobierno, de la oficialidad, solo voz de los potentados y otros magnates), involuciona hacia una variante servil de la propaganda. Casos se han visto por doquier.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Toda prensa al servicio del poder, cualquiera que este sea, pierde su hálito original, su posición de defensa de los desvalidos. Debe gozar de independencia (y luchar por ella) y no hincarse ante ningún gobierno, llámese de izquierda o de derecha, de norte o de sur, populista o antipopular. Hoy, cuando muchos medios pertenecen a transnacionales, a grupos económicos, en fin, y sirven a intereses soterrados, el periodismo sufre una agresión mortal a su condición originaria.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Ver todas las noticias
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