NOS PASA COMO AL POETA ARTURO Cova, el de La Vorágine: jugamos nuestro corazón al azar y nos lo gana la violencia.
¿Un destino trágico colombiano? No, es la traza de unos poderes fundamentados en las injusticias sociales, en la criminalidad, en la estafa y el arribismo. Es un destino diseñado por una burguesía de pacotilla, cuya consigna básica es obtener dinero, como sea, vendiendo la “patria” o, como se ha visto, exprimiendo los últimos jugos del mendigo.
Somos un país violento, en el que es posible el secuestro, o la expresión de un Presidente que dice: “Si te veo, te doy en la cara, marica”, o que un magnate financiero ordene al mismo Presidente la declaratoria de conmoción interior. En el que es posible que un “tumbador” masivo se enfrasque en discusiones con el primer mandatario y uno no pueda diferenciar cuál de los dos es el maleante.
Qué país este en el cual se desaparecen pobres (se dirá que bastantes hay y qué importa unos cuantos menos), que aparecen muertos como “dados de baja” en combate para que los generales ganen honras, y la seguridad democrática se enaltezca. O en el que ciertas transnacionales ordenan crímenes, abastecen grupos armados ilegales y ni siquiera se les enjuicie en nuestro territorio.
Y hablando de pobres, carne de cañón de la guerra, o de los estafadores, o de los gobernantes, ¡cómo van en aumento! Crecen tanto como las apuestas y los casinos y los juegos de azar. Como las pirámides. Dicen cifras conservadoras que la cobertura de pobreza alcanza el 45% de la población, al tiempo que la indigencia alcanza el 17%. Crecen tanto como las ganancias de los banqueros.
Al destronado rey Midas colombiano le hubiese ido mejor si funda un banco (o si se lo roba). Hubiera caído hacia arriba. Como pasó, hace tiempos, con ciertos personajes del Banpacífico. Ah, y es que un banco te exprime tu miseria, pero todo dentro de la legalidad. Como sucedió, también tiempo ha, con el nefasto sistema Upac. Dicen que con el derrumbe de las pirámides ha habido uno o dos muertos. Con el abuso de las upac, decenas de personas desesperadas se suicidaron al no tener cómo cancelar la deuda.
Tiene diversas indumentarias la violencia. No siempre es el muchacho pobretón que se mete a sicario para ganar un billete, o la dama de suburbio convertida en prostituta, ni el mafioso o “caranga resucitada” de carro lujoso. Es el niño del semáforo, el humillado en la EPS privada, el jubilado con la pensión privatizada, el expulsado del centro comercial porque es un vagabundo. La violencia está también en la exclusión, en el oprobio del desempleo, en la desmesura de la injusticia.
Lo de las pirámides es apenas un síntoma de esta sociedad enferma, atravesada en su mayoría por distintas miserias, en un sistema en el que parece muy “bacano” que haya cohecho para una reelección, o que lo ilegal se disfrace de legalidad. Detrás del negocio de las pirámides —que desde hace rato, ante la gallina ciega oficial, captaban ahorros— no estaban sólo los advenedizos. Se sabe de miembros de la clase política, del Ejército y del Gobierno metidos en la olla podrida.
De ahí que ciertos sectores sociales exijan la publicación de los registros jurídicos y libros contables de empresas intermediarias de las pirámides, además de una reforma democrática al sistema financiero.
Las pirámides, los falsos positivos, los vergonzosos desajustes sociales, la desenfrenada miseria que padece la mayoría de colombianos, hacen pensar que este sistema, engendrador de violencias, debe ser removido. Sus valores, enraizados en la trampa, la adoración del mercado, el enriquecimiento ilícito, la mentira y el desdén hacia el desvalido, deben ser desterrados. Por ahora, barajemos las cartas y juguemos otra vez nuestro corazón al azar.