Ni príncipe ni monstruo. Ni siquiera un Caligulita subdesarrollado. Ni un César de la decadencia (¡Oh, Vargas Vila!). Nada. Tampoco es un payaso, que considerarlo de tal dignidad ofende a los auténticos clowns, que ya han salido a protestar por la odiosa y atrevida comparación. No podría ser, ni más faltaba, bufón cortesano. Ni bululú, que estos sabían de artes y músicas, con criterio para ir de lugar en lugar, con sus trajes coloridos y sus expresiones pintorescas. ¿Entonces qué es?
No se sabe. Ni siquiera tiene dotes de demagogo, para lo cual hay que tener carisma, capacidad histriónica, pararse bien en las tablas. Ir más allá de estar cabeceando balones, haciendo treintaiunas, que ya un exfutbolista español le había dicho que la cabeza era para pensar, qué tío es este, o de estar en un “surrungueo” de cuerdas, “… ¡alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre!”. No. Un demagogo es más que eso. No le alcanza. Ah, quizá es un pelele, palabra sonora, apropiada para una jitanjáfora de infantes (no de marina). Pelé-le-lé. Cúcara mácara títere fue.
Sigamos buscando. Vamos por lo que no es. No es un cuenta-chistes, que estos tienen sabor y humor, aunque sea solo para la galería. Y aunque puede tener dotes de reguetonero, tampoco le alcanza. Que, para un reggaetón, con poca cosa y nada de magín basta. Pero le encanta recibir a uno de ellos, sin Grammy o con Grammy, que es más subidor de encuestas que atender estudiantes revoltosos, y menos en palacio, donde hace tiempos estuvo la crema y nata del para…, para qué.
Aquí podemos hacer una breve digresión. O más bien, una solución de continuidad, porque el visitante de palacete es un constructor de país, un hacedor, según le dijo el recepcionista, sin coloreárseles las mejillas. Es el que compuso una atrocidad, o patochada, de este calibre (no es un revólver, es peor), pero que para un gobernador de una provincia que en otros tiempos le cantaba a la libertad, es un “poeta urbano”: “La primera se desespera, se encojona si se lo echo afuera. La segunda tiene la funda y me paga pa’ que se lo hunda”. No se diga más. Dante y Virgilio juntos no le tocan tobillera.
Y qué va. Mejor atender al “poeta” que a un escuadrón de estudiantes. Estos no son parte de la farándula. Están por incrementar el conocimiento, la ciencia, los saberes, por garantizar que el gobierno cumpla con el deber de respaldar con fondos suficientes la universidad pública. No interesan. O sí, para gasearlos y acusarlos de vandalismo, cuando los vándalos son oficiales.
Y a todas estas, ¿de quién se trata, pues? ¿Del mismo que descubrió que las notas musicales son siete y siete los enanitos de Blancanieves? (aunque los siete puntos anticorrupción le importaron un polvo de reguetonero) Y lo dijo sin sonrojarse, y a la vecina de la Unesco casi se le explota la risueña ante tanta bobería. El mismo de la economía naranja, engendro neoliberal, cuyas pretensiones, además de privatizar la cultura, son las de poner a los artistas (como si fueran alias Maluma y compañía) a batir incienso e hincarse ante el poder.
Es el mismo que tiene en su gabinete a un ministro que advirtió que había que “regular” la protesta y a otro, peor aún, atropellador de pobres y aupador de magnates, que quiere gravar la canasta familiar, las pensiones de jubilados, el pan, los huevos y hasta la “güevonada” de muchos, y cobrarle IVA hasta la mujer de Lot (“¿La que inventó la lotería?”), salinizada y convertida en estatua.
¿Quién es, quién es? ¿Quién es ese que en cien días de farandulerías y bolillo y gases y persecuciones a los estudiantes, de impulso a una antipopular reforma tributaria, de canturreo con algún vallenatero, ha caído por el despeñadero de la impopularidad? ¿Quién es ese del besamanos a Trump? “Figurín, figurero, / quién te figuró, / que te fizo figura / de figurón”, se canta en una novela de Miguel Ángel Asturias.
Los lambones insisten que es muy poco tiempo para medir el aceite de un mandador, de uno que hace mandados, de uno que sigue instrucciones de Washington y de los mandamases criollos, de uno que se hace el de la vista gorda con la corrupción y más bien la cohonesta, de uno experto en llevar saludos de su patrón a reyecitos y otros figurones del poder…, que es muy poco tiempo para enterarse de su catadura y condición. No, qué va. Se sabía desde el desayuno de quién se trataba. Eso eligieron. Tararará-tarararí el pelele pasó por aquí.