Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La banda sonora de esta especie feliz que es El atravesado, de Andrés Caicedo, está anclada en tres temas, disímiles, si se quiere contrarios, como son Rock Around the Clock, de Bill Haley y sus Cometas; Rayito de luna, del Trío Los Panchos, y Agúzate, de Ricardo Ray y Bobbie Cruz. Volver a leer este vibrante relato del caleño me devolvió a tiempos que ya no son, épocas de rebeldías estudiantiles, de pepas rojas, de almacenes gringos y de un Cali que si bien, en los 70, estaba norteamericanizado, tenía presencias de tremendismo de barras bravas (no de fútbol) y de cine en el centro y en sus barriadas.
No es una radiografía, ni un tratado antropológico o arqueológico de una ciudad con cartografías de clases altas y de los más pobres, sino el retrato de una generación. No es gratis que, a modo de advertencia, o, si se quiere, de epígrafe, el autor declare, al dedicar su texto a Clarisol Lemos y Carlos Tofiño, que “Naturalmente, en esa época todos estábamos locos por Anthony Burgess y Marito Vargas Llosa”. Uno, el autor de una novela como La naranja mecánica, escrita en nadsat, una jerga juvenil inventada por el lingüista y escritor inglés, y el otro, miembro del Boom latinoamericano, que ya era admirado por varias obras, en particular por Los cachorros, Los jefes y La ciudad y los perros.
La presencia de la Tropa Brava, una suerte de barra sin ideologías determinadas, con influjo y aplicación de métodos del lumpen, atraviesa la obra, cuyo narrador tiene características de muchacho rebelde sin causa, al estilo de la película protagonizada por James Dean. Hay climas de colegios, de maestros, como don Benito, pecuecudo, al que le componen los alumnos díscolos una parodia con la música de Dulce Jesús mío, hay sapos y lambones y puñetazos y peleas. La obra representa una situación de simpatías por la violencia, por la resolución de conflictos a punta de puños, o de bala, por lo que hay que aprender artes marciales, que estuvieron en boga por esos años. También, en este relato en primera persona, que suena a jergas juveniles, a palabras que ya están en desuso, se aprecia cómo sobre el protagonista se manifiesta aquello que los psicoanalistas han denominado el complejo de Edipo.
Hay un manejo audaz del lenguaje. Se vierte en la narración la coloquialidad, materia de no poca monta y de riesgoso y difícil manejo. Fluye la voz del que cuenta, y que a la vez debe darles voces a otros. El genio de Caicedo aflora en El atravesado, al mostrar una ciudad de altas diferencias sociales, con el norte de ricos, con almacenes como el estadounidense Sears, con la antigüedad bonita de San Antonio y con símbolos de la urbe como el cerro de las Tres Cruces. Es muy destacado el cuerpo, mejor dicho, cómo se baila, cómo se pelea, cómo se dribla a la policía, cómo se camina.
Y, por supuesto, no faltan las diferencias sociales, la lucha de clases, que se pinta sin clichés, ni la fiesta de arribistas, con invitados gringos que “bailan el sonido paisa” (el mismo que Caicedo vapuleará en ¡Que viva la música!). Hay un instante de alta tensión, así como de intensidad de alto voltaje sentimental con la serenata que el protagonista le lleva a su prima rica, con un trío popular que interpretará con una música que parecía caer del cielo el bolero de Los Panchos, que habla de noches sin fortuna y de selvas dormidas.
El atravesado, relato necesario en la literatura colombiana, es la memoria de un tiempo de revueltas estudiantiles. Hay que recordar que, en 1971, estalló en Colombia el más formidable movimiento estudiantil de la historia, que tuvo su inicial epicentro en la Universidad del Valle. En El atravesado se menciona, bien dosificada, la masacre del 26 de febrero de ese año, que dejó un reguero de muertos en Cali. “El 26 de febrero prendimos la ciudad de la Quince para arriba, la tropa en todas partes, vi matar muchachos a bala, niñas a bolillo, a Guillermito Tejada lo mataron a culata, eso no se olvida”, relata el narrador.
También, aparte de los ya nostálgicos climas de las entradas y salidas de cine, los intercambios de novelitas de Marcial Lafuente Estefanía, se destaca en esta breve obra la presencia japonesa, como la de Akira Nagasaka, un personaje trágico, conocedor de todos los golpes de las artes marciales, incluidos los mortales: “¿quiere que le dé un consejo, mano? Cuando se enfrente a un man bien tieso haga lo posible por evitar el golpe (…) hágase lejos del hombre. O corra”. Así eran los consejos del japonés al narrador.
El atravesado, el trotacalles, el que quería ser seleccionado entre los Mejores Bachilleres Coltejer, nos habla de los amigos vivos, de los amigos muertos. Y nos deja una constancia estremecedora de un tiempo de ruidos y peripecias que ya no volverán.
