Como diría una vieja prostituta: la importancia de tener pasado. En el caso de los pueblos, se trata de la gracia de tener historia. Tal vez el cuento más viejo del mundo es el de Sinuhé, unos diecinueve siglos antes de Cristo, que relata las peripecias de un tesorero del rey que descubre un complot para asesinar al faraón Senusert. Algo o mucho conocemos del viejo Egipto; sin embargo, de su historia actual, pese a la llamada globalización y al imperio de las comunicaciones, poco se sabe. ¿Por qué?
Algo –o mucho- sabemos de faraones y princesas, de dioses y esclavos constructores de pirámides, de jeroglíficos y de Champollion, de las invasiones inglesas y de las maldiciones de ciertas momias. Sí, algo –o mucho- conocemos, por ejemplo, de personajes encantadores como Nefer- Nefer-Nefer, de la novela del finlandés Mika Waltari, que reconstruye y recrea al viejo Sinuhé. Algo sabemos de Nefertiti y de su cabeza que reposa en un museo alemán.
Tal vez, sabemos algo de Ra y Osiris, y del Libro de los Muertos; de la estada de Moisés y de su salvación en las aguas del Nilo; de las pestes bíblicas y de papiros misteriosos. Sí, Egipto ha estado presente en nuestros días mediante la historia. Quizá necesitemos todavía muchas piedras de Rosetta para entender esa cultura milenaria que hoy, con otros ingredientes, se pasea por titulares de prensa y es parte de una geopolítica contemporánea.
¿Por qué, apenas ahora, se habla de una dictadura en Egipto, cuando la misma llevaba treinta años? ¿Qué intereses para Occidente se ocultaban y se defendían allí? Porque cuando de dictaduras se trataba en la prensa occidental era para referirse sólo, por ejemplo, a las de Sadam Hussein en Irak cuando ya había caído en desgracia con los Estados Unidos, o a las del régimen iraní, opuesto también a Washington y sus aliados. Más que a la hipocresía de Occidente hay que observar sus intereses.
Se sabe que Estados Unidos y Europa, según sus ambiciones, han promovido dictaduras. Egipto, un aliado gringo en el Medio Oriente, ha sido pieza clave en la geopolítica de Washington. Los nuevos movimientos árabes, por ejemplo los de Túnez y Egipto, irrumpen con otros criterios, alejados de los discursos y simbolismos religiosos, en contra de las autocracias. De nuevo, como en los años sesenta, los jóvenes vuelven a ser protagonistas de la historia y se erigen como voz disidente y centro de la resistencia.
La renuncia de Hosni Mubarak, gracias a los levantamientos que empezaron en la ya simbólica plaza de Tahrir, no es todavía una victoria total del pueblo egipcio, porque, como lo han expresado varios analistas, la cúpula militar es afín a los intereses israelíes y estadounidenses, patrocinadores de la dictadura. Y todavía es posible reinstaurar el statu quo en ese país, que estuvo bajo el modelo neoliberal, creador de miserias masivas y de pingües ganancias para las corporaciones y un reducido grupo de banqueros y otros parásitos.
El levantamiento popular en Egipto, promovido por juventudes que se hicieron sentir a través de las redes sociales y luego en la movilización, y con la significativa presencia de obreros metalúrgicos y textileros y otros estamentos de la sociedad, es una lección contra las satrapías y la opresión. Los pobres y los desocupados expresaron con fuerza su voz contra las injusticias sociales y los trazados del Fondo Monetario Internacional.
Las consignas por la libertad y la democracia, además de otras reivindicaciones, alimentaron el tsunami social egipcio. Ha sido, guardadas las proporciones históricas, como una especie de revolución francesa a la egipcia. Un dirigente del alzamiento expresó: "Esta revolución seguirá hasta hacer realidad la dignidad y el orgullo para cada ciudadano. Se acabó, el pueblo ya conoce sus armas y sabe como reencontrarse".
El revolcón apenas comienza. El pueblo egipcio, pese a los Estados Unidos, ha cambiado el mundo y la plaza de Tahrir se ha convertido en un símbolo de la libertad y la justicia, lo cual no es poca cosa.