Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La muchacha no podía creerlo, se llevó una mano al pecho, seguro el corazón quería salírsele de tanto júbilo: “¡por fin, hijueputa, aunque deberías estar en La Picota!”. Y una senadora, no tan muchacha, llamaba a una guerra civil, a incendiar el país. Ni que hubieran matado de nuevo a Gaitán. Y otros, más serenos, recordaron que tocar a un intocable, a alguien que ha sembrado odios, destruido la estabilidad de los trabajadores, quitado la mesada catorce a los jubilados, privatizado empresas públicas porque su corazón grande de neoliberal así funciona, apoyado la invasión estadounidense a Irak, cambiado por notarías el apoyo para reformar un “articulito”, desoído las desesperadas imploraciones de un profesor para que no lo mataran y un eterno etcétera de tropelías contra el interés nacional y el pueblo, será un juicio que también le corresponde a la historia.
La medida de aseguramiento dictada por la Corte Suprema de Justicia al expresidente y senador Álvaro Uribe Vélez por manipulación de testigos aclaró en el oscuro panorama nacional, viciado de corruptelas, crímenes de líderes sociales, inequidades y decenas de males más, que nadie está por encima de la ley e hizo claridad acerca de lo que debe ser el Estado de Derecho (y no, por ejemplo, el de “opinión”).
La detención domiciliaria del todopoderoso, del que en otros días, cuando sus ocho años de gobierno, fue llamado “el mesías”; del político que, al servicio de minorías oligárquicas, de magnates y transnacionales, conculcó derechos laborales y hundió en el cenagal de las miserias a trabajadores que quedaron con sus horas extras disminuidas, recalcó que, por mucho poder que se tenga, no se es inmune a la aplicación de la justicia. Claro, todavía no ha sido vencido en juicio, pero principio tienen los procesos.
El hombre de la Yidispolítica y de Teodolindo, el que se inventó Agro Ingreso Seguro para premiar a los terratenientes y otros paniaguados que lo apoyaron en campaña, el de las concesiones de títulos a mineras transnacionales, el que en los discursitos demagógicos siempre tiene la “patria” en sus labios, pero como sinónimo de entreguismo y arrodillamiento ante el imperio (y aquí dirán los turiferarios del gran burundú que todo esto es puro castrochavismo o mamertismo, que es lo que saben recitar), está, por ahora, a la espera del juicio.
El acusador acusado (recuérdese que fue él quien demandó a Iván Cepeda) está en entredicho legal. Ante la medida, no hubo ninguna insurrección, como lo proclamaron en su desespero algunos incondicionales, solo unos cuantos desfiles de camionetas porque, como se sabe, un uribista “no marcha, produce”, según decían los fámulos del “ubérrimo señor”, cuando el paro nacional contra Duque estaba en apogeo y la presencia de la pandemia lo aplazó.
El señor del embrujo autoritario, el que tiene a su haber gubernamental unos diez mil “falsos positivos”, el que pagó una suite presidencial a un secuestrador, el del teflón que hacía que sus funcionarios y colaboradores se fueran a prisión al tiempo que a él todo le resbalaba, el que suscribió leoninos tratados de libre comercio y autorizó bases militares estadounidenses, está, por ahora, en detención domiciliaria. “Debía estar en La Picota”, no solo dijo la muchacha. La voz y el deseo fueron de millares.
El expresidente, una suerte de brujo de vereda, el mismo de “te doy en la cara, marica”, parece estar en su otoño, como el patriarca de la novela de García Márquez. La historia recuerda que no está en esta situación por “estar cogiendo café”, por ejemplo, ni por haberle colgado el escapulario mortuorio a muchos de los que en sus gobiernos calificó de “comunistas disfrazados”, “terroristas” y “guerrilleros de civil”. Por el momento, solo por manipulación de testigos.
Los incontables desplazados de los tiempos de la “Seguridad democrática”, los “chuzados” por el tenebroso DAS, los que se exiliaron antes de que “hicieran fiesta” con ellos, también esperan que algún día haya justicia. Los seguidores del desvencijado “señor de las sombras”, que piden constituyentes, que no habrá, y desafían con su verborrea guerrerista la decisión de la Corte Suprema de Justicia, puede que lo único que les falte en sus aullidos es “plomo es lo que viene, bala es lo que hay”.
Otros procesos aguardan al exmandatario. Fuera de los de los tribunales de la historia, están los de la justicia. Y se aspira a que prevalezca el Estado de Derecho y la independencia de los poderes frente a las intentonas dictatoriales y los aparatos de bolsillo que el uribismo tiene en distintos frentes. Incluido el pelele que está en la presidencia.
En la Edad Dorada, la que rememora don Quijote, “la justicia se estaba en sus propios términos sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen”. Esperemos que a la justicia no la turben, menoscaben ni persigan. Y que, como la muchacha del principio, se pueda decir: “por fin, hijueputa, por fin”.
