Hace años, no sé si recuerdan, se hablaba del teflón de Uribe, como el de las ollas de muchas cocinas. Todo le resbalaba. Las protestas de los trabajadores, las declaraciones de Yidis sobre el “articulito”, las resistencias civiles por un “peajito social”, las demostraciones de descontento contra el TLC por el cual él (¿o Él?) se prosternó a la gringada, el asesinato de un profesor en Barranquilla. Nada. No tenía que ver con nada. Impoluto.
El “efecto teflón” era su coraza. Si los “buenos muchachos” de su tropilla la embarraban, nada que ver con él. Si invitaba a un delincuente a pasar una noche en una suite presidencial de hotel, en Bogotá, se trataba de un acto de estadista. Si sus áulicos, en medio de ataques místicos, como monjitas en trance, lo declaraban el “mesías”, entonces lo asumía en serio. “Quien no está conmigo, está contra mí”, era la actitud del buen chalán.
En su primer cuatrienio (¿cuándo fue?) creó una “realidad virtual”, con calculados diminutivos (incluidos los de las gotitas homeopáticas) y eufemismos como “flexibilización laboral” para ocultar los despidos masivos. Era un mundo de disfraces, como una noche de Halloween. Y así, con tantas triquiñuelas, no solo de lenguaje, los de abajo parecían no sentir las inequidades y exclusiones. Tapaba estadísticas. Al tope de hacer renunciar a un director del DANE que iba a promulgar datos sobre victimización.
Eran tiempos de usos de grandilocuencia y emotividad. Se enmascaraban las palabras, se disimulaban las miserias populares, con la creencia (falsa, por supuesto) de que se habitaba en una arcadia, en una aldea pastoril, con bastante caballismo, eso sí. Los medios se postraban a sus pies. Y reproducían toda la farsa oficial con incienso y mirra.
Y acontecía que a todo aquel que osara oponerse a sus dictados de inmediato se le calificaba de “terrorista”, “guerrillero de civil”, “comunista disfrazado”, y así, como en una réplica subdesarrollada del macartismo gringo de los 50. Eran días de deterioro para la salud de los colombianos; se cerraron hospitales, se otorgaron privilegios a las promotoras privadas al tiempo que al Seguro Social se le expidió partida de defunción.
En octubre de 2007, se despachó contra la Corte Suprema de Justicia, a la que acusó de urdir un complot en su contra. Fue cuando un paramilitar, recluido en la cárcel de Itagüí, le envió una carta al presidente, en la que decía que un magistrado auxiliar de la Corte Suprema le ofrecía beneficios judiciales si incriminaba a Uribe y al empresario antioqueño Ernesto Garcés en el asesinato de otro paramilitar, conocido con el alias de René.
Uribe utilizó a todos los medios para echar sus filípicas contra la Corte. Días antes, la había emprendido contra el periodista Gonzalo Guillén, corresponsal en Colombia del Miami Herald, al que acusó de “calumniador profesional” y de ser el escritor tras bastidores del libro de Virginia Vallejo Queriendo a Pablo, odiando a Escobar.
Después, entre otras situaciones de las cuales salió sin máculas, porque eran sus “buenos muchachos” los culpables, llegaron los escándalos de la parapolítica, de Agro Ingreso Seguro, de las chuzadas del DAS y de los aterradores “falsos positivos”, en los tiempos en que su ministro de Defensa era el hoy presidente Santos. Se recuerda que su actitud frente a aquellos crímenes fue más bien burlesca: “no estarían cogiendo café”, dijo en una ocasión.
Hace poco, dos nuevas acusaciones se cernieron sobre quien un periodista llamó, hace años, El señor de las sombras. Una, de la periodista Claudia Morales, víctima de una violación por un jefe de ella. Y aunque no dio nombres, sí apuntó al autor casi con una suerte de “retrato hablado”. Uribe figura como un presunto responsable, aunque declaró que “siempre he sido decente con las mujeres”.
La otra, la de un fallo de la Corte Suprema de Justicia, que ordenó compulsar copias contra el exmandatario ante la presunción de haber manipulado testigos, en su lío con el senador Iván Cepeda. El rifirrafe es de la madona. Y, entre otros asuntos, ha servido para que se haga memoria sobre el sórdido ejercicio del poder en Colombia.
Sobre las reacciones del expresidente Uribe, Cepeda dijo: “Yo creo que Uribe está intentando desviar la atención de los asuntos esenciales, aquí el problema es que la Corte Suprema de Justicia tiene numerosas y sólidas pruebas en su contra”. Además, ante una pregunta del diario El Tiempo, respondió: “Es un hombre que ha tenido mucho poder, que lo ha conquistado con métodos que hoy están bajo la investigación de la justicia y que representa un proyecto fundamentado en la guerra, el odio y el miedo”.
Los recientes acontecimientos han hecho preguntar a muchos, en corrillos y zaguanes, en atrios y cafetines, hasta cuándo le durará a Uribe aquel viejo “efecto teflón”.