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¿Que fue un genocidio? Que no, que solo se trató de un experimento científico-bélico.
Que ya el Japón estaba vencido y no había necesidad de matar tantos civiles para que el emperador se rindiera. Que se trató de uno de los crímenes de lesa humanidad (y estos no prescriben) por el cual todavía no se ha castigado a los perpetradores, los Estados Unidos… Hiroshima y Nagasaki, testimonio de la nueva barbarie y del comienzo de la Guerra Fría.
Al cumplirse setenta años de los ataques nucleares norteamericanos a dos ciudades japonesas, que por lo demás no eran objetivos militares, el mundo torna a reflexionar sobre el uso de las armas atómicas, los significados y consecuencias de las guerras y acerca de la denominada razón, categoría que en el siglo XX se vino a pique por todo lo que en él hubo de sangriento y destructor.
Se advierte que los desastres causados al pueblo japonés por las “bombitas” bautizadas con cierto grado de ironía como Little Boy (muchachito) y Fat Man (Hombre Gordo), agregaron “una nueva y dolorosa herida a la conciencia de la humanidad”. Pero habría que agregar si los imperialismos tienen conciencia, sí ya era un saber general que, como diría un pensador decimonónico, el capitalismo había nacido chorreando sangre por todos sus poros. Y estas dos “bellezas” eran un novísimo producto de un sistema inhumano y cruel.
La era atómica comenzaba con un crimen de guerra, con la demostración de poder de una superpotencia que así parecía intimidar a otras naciones. Sin embargo, dentro de esa carrera armamentista, que será una de las características del período histórico conocido como Guerra Fría, los soviéticos también tenían ya su poder nuclear, con investigaciones tremendas que servirían después al novelista y periodista Vasili Grossman para incluir esos procesos como parte de su obra magna Vida y Destino. Así que a los norteamericanos el chantaje nuclear no les funcionó del todo.
En el reportaje de García Márquez, En Hiroshima, a un millón de grados centígrados, un testigo de excepción del apocalíptico ataque, el sacerdote jesuita Pedro Arrupe, narró momentos aterradores. Advirtió que donde había casas, encontró ruinas; donde había calles, solo había escombros. “Era imposible ver o escuchar algo que recordara la presencia humana”. Hubo llamas y lluvias y calcinamiento. Y cerca de cuatrocientas mil víctimas.
Muchos años después de la destrucción de Hiroshima, Horacio Guarany, cantor y compositor argentino, le puso música a unos versos alucinantes y de dolorosa brevedad de Eugen Jebeleanu: Las voces de los pájaros de Hiroshima. La tragedia se reducía a polvo: no había lugar para construir un nido. No había hombres, solo copos de ceniza.
A los norteamericanos no les bastó destruir con una bomba de uranio a Hiroshima, sino que tres días después de producir un infierno jamás visto por hombre alguno, lanzaron otra bomba, esta vez de plutonio. Nagasaki, en la que había una fábrica de acero y una productora de torpedos, tal vez ni se enteró cuando sobre su cielo voló un B-29 que dejó caer un artefacto nuclear más potente que el que había lanzado el Enola Gay el 6 de agosto en Hiroshima.
Que tiraron las bombas porque los soviéticos ya iban a apoderarse de parte de Asia. Eso pudo pensar el presidente Harry Truman, que ordenó los bombardeos atómicos contra Japón. Después de la derrota nipona, los estadounidenses ocuparon al país vencido durante cinco años. El imperio del sol era destruido por el imperio nuclear. ¿Que no fue un genocidio? ¿Que no fue un crimen de lesa humanidad?
Truman había dicho que “nuestra advertencia fue desatendida, nuestros términos rechazados. Desde entonces los japoneses han visto lo que nuestra bomba atómica puede hacer. Pueden adivinar lo que hará en el futuro”. Era una amenaza cumplida. Tras las dos bombas, aviones norteamericanos arrojaron sobre ciudades japonesas panfletos que decían que las bombas atómicas serían usadas “una y otra vez” a menos que se rindieran.
El escritor japonés Kenzaburo Oé, refiriéndose a las plantas nucleares que hay todavía en Japón (y que han causado enormes desgracias), dijo que estas son la peor traición a la memoria de las víctimas de Hiroshima. En el Museo de la Paz de esta ciudad, en la parte dedicada a los niños víctimas de la bomba atómica, hay un llamado que es una invocación universal: “Este es nuestro grito, esta es nuestra plegaria: paz en el mundo”.
