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Sombrero de mago

Sobre disturbios y barricadas

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Reinaldo Spitaletta
06 de julio de 2021 - 03:00 a. m.
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La guerra callejera “más grande que haya visto la Historia” fue la insurrección de junio de 1848 en Francia, tal como lo narra Víctor Hugo en su novela Los miserables. Aquellas jornadas formaron parte de un levantamiento del arrabal, del barrio, de la “chusma”, de los indigentes... Un paisaje de enormes disturbios, que no era nuevo, pero sí distinto, con las llamadas barricadas, que se sucedían en “la profundidad de las calles”.

La barricada es un invento francés. Su etimología está conectada con el uso de toneles o barriles para su construcción, y su primigenio empleo en la calle se remonta al siglo XVI. Ha sido más un recurso popular en sus levantamientos y protestas, que composición del arte militar o de la guerra. Barricadas se erigieron en las confrontaciones callejeras de 1830 contra el último rey borbón de Francia (Carlos X) y en febrero de 1848 contra el reyezuelo Luis Felipe I, que abdicó para dar paso a la denominada Segunda República francesa, que luego se deshizo con los desmanes y despropósitos de Napoleón III, sobrino de Napoleón Bonaparte. Las barricadas también fueron protagonistas en la Comuna de París, en 1871, un experimento popular de toma del poder de parte de los trabajadores.

Uno de los episodios más intensos de Los miserables sucede en las barricadas (pero ya en otro momento histórico, en 1832), cuando el primer gamín de la literatura, Gavroche (cuyos hermanos, con los que llegó a dormir dentro la enorme escultura del Elefante de la Bastilla, desaparecen de la novela en el anonimato de París) extrae proyectiles de las cartucheras de los soldados nacionalistas muertos.

En medio de coplas que iba soltando fuera de la barricada, el muchacho se burlaba de las balas enemigas. Sus camaradas temblaban protegidos en la barricada, mientras él cantaba, según nos cuenta el narrador. “Si acabo de caer, la culpa es de Voltaire, / si la bala me dio, / la culpa es de…”.

París es la patria de la barricada. Su historia ha sido cantada y contada. Estandarte de las gestas populares, de los disturbios y las revoluciones, de las luchas de trabajadores y estudiantes, también tuvo que ver con la transformación de la capital de Francia en los tiempos de Napoleón III, cuando, en una manipulación de los sistemas de planeación, tumbaron barrios, abrieron nuevas espacialidades y aparecieron los bulevares en los que ya era muy complicado armar barricadas.

El emperadorcito le puso una tarea a un alto funcionario, Georges-Eugène Haussmman, para reformar la ciudad, intervenir los viejos barrios donde nacían las insurrecciones y construir bulevares. Dice Walter Benjamin, al referirse a esos cambios como un “embellecimiento estratégico”, que la idea del poder era anchar avenidas para facilitar el desplazamiento de tropas y evitar la construcción de barricadas.

Sin embargo, la transformación oficial no pudo acabar con las barricadas ni con los movimientos de insatisfacción y resistencia. Volvieron en otros momentos históricos, como los de la Comuna de París y, en el siglo XX, con la repulsa a la ocupación nazi. Los desposeídos recuperaron la ciudad tras las faraónicas obras de Haussmann y en las coyunturas históricas de demostraciones contra injusticias y represiones colmaron de barricadas calles y barriadas.

Mayo del 68, con sus adoquines y consignas juveniles, puso de nuevo en la palestra la construcción de barricadas. Aquel movimiento que sacudió a Francia y se irradió por otras partes de Europa y América, no pretendía tomarse el poder, sino, como se ha dicho, trastocar los imaginarios sociales, los comportamientos, la sexualidad, visibilizar el feminismo, el ecologismo, en fin. Fue una revolución en las ideas y los derechos civiles y libertarios.

El pensador Francisco Fernández Buey decía que “Mayo 68”, que estremeció a buena parte del mundo, empezó “como un manual de quejas en las universidades y acabó como un ensayo general revolucionario, contra el autoritarismo y el imperialismo”. Se recuerda, por qué no, que una de las figuras cumbre del debate y el pensamiento, erigida por los jóvenes como un adalid del 68, fue Jean-Paul Sartre.

Aquel movimiento parisino de estudiantes y obreros instituyó como “la más bella escultura de la revolución” a la barricada. Fue un tiempo de disturbio y reflexiones. Las calles se convirtieron en escenarios para la manifestación populosa y de manera simbólica se comunicaron con las antiguas luchas, con la historia, a través de la irreverente y protectora construcción de las barricadas.

Recuerdo grosso modo estos aspectos sobre disturbios y barricadas a propósito de la propuesta del presidente de Colombia de promover en el Congreso una ley antidisturbios y antivandalismo. Es como buscar la fiebre en las sábanas o como el antiguo cuento del sofá y la casada infiel. Lo más sensato sería que el gobierno diera solución a las causas de las protestas y los disturbios. Pero, qué va. Ni siquiera le ha dado salida al pliego de emergencia presentado por el Comité Nacional de Paro. Presidente, vuélvase serio.

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MARCOAURELIO(29421)07 de julio de 2021 - 12:48 a. m.
Que buena referencia con la barricada .Siempre frente a la injusticia se edificara una barricada. Muy buen articulo. escribe muy bien .
Alberto(3788)07 de julio de 2021 - 12:19 a. m.
Magnífico recuento. Sobre su sugerencia final, "ese olmo no da peras..."
Fernando(70558)06 de julio de 2021 - 09:51 p. m.
Las barricadas en la Colombia del 28 de abril y subsiguientes días, fueron curso intensivo para afrontar lo que ya viene de nuevo. Para las elecciones del 2022 ya está lista la PRIMERA LINEA, porque esta vez la decisión popular se hará respetar cueste, lo que cueste gracias a LA LUCHA DE CLASES!! grandioso motor del desarrollo social, duélale a quien le duela.
Jorge(75346)06 de julio de 2021 - 06:19 p. m.
A inscribir la cédula juventud, para que se orine Apenas
Blanca(24138)06 de julio de 2021 - 04:32 p. m.
Buenos comentarios, pero con Duque es "pedir peras al olmo".
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