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Terrorismo USA

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Reinaldo Spitaletta
18 de enero de 2011 - 12:17 a. m.
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El odio al inmigrante, la supuesta pureza de sangre, las diferencias por el color de piel, en fin, han marcado absurdas persecuciones, asesinatos y toda suerte de atropellos.

En Europa, por ejemplo, han renacido (o quizá nunca se han acabado) las discriminaciones a gitanos, africanos, “sudacas” y también a árabes. Hasta la finada periodista Oriana Fallaci, en un cambio radical de sus posiciones, atacó, por los tiempos de los atentados a las torres gemelas, a los musulmanes.

Europa, cuna de portentosas creaciones, también tiene sus enormes pecados en torno a las discriminaciones y los “odios raciales”. Para no ir más atrás, el nazismo y el fascismo (mirado al principio con muchas simpatías por sectores de Inglaterra y Francia, por ejemplo), originaron las peores calamidades y catástrofes contra la humanidad. En el Viejo Continente no han terminado las corrientes intolerantes ni aquéllas que entre sus “principios” tienen la animadversión al inmigrante, al distinto.

Y estas palabras preliminares vienen al caso, cuando se analiza, por ejemplo, el atentado que en diciembre pasado se presentó en Tucson, Arizona. Estados Unidos, una creación de inmigrantes, también ha tenido en su historia expresiones espantosas de intolerancia, racismo y toda clase de discriminaciones. El “país de la libertad” ha irrespetado la misma. Sólo recordar los casos de Sacco y Vanzetti, los esposos Rosenberg, el macartismo, daría para llenar la biblioteca del Congreso.

Como decía el poeta argentino Juan Gelman, Estados Unidos “combate el terrorismo” en otras partes del planeta, pero poco se ocupa del que se presenta en su interior. Y en este caso, no es el de un tal Bin Laden ni de fantasmas árabes, sino del “terrorismo de blancos que no creen en el Islam”. Desde hace rato, en ese país se siente un clima racista y contra los inmigrantes. Y también es probable que esa situación aliente la aparición de desquiciados, como el autor de la matanza de Tucson.

En su política internacional, Estados Unidos ha cometido, en nombre de la libertad y de la democracia, infinidad de desmanes. Erigido como el gendarme del mundo, ha puesto y depuesto presidentes; invadido naciones y violado soberanías; saqueado riquezas naturales y tiene en su contabilidad un extenso catálogo de agresiones. Es célebre su facilidad para inventar enemigos que “justifiquen” sus maniobras e intereses.

Pero en su seno, se han cocinado tendencias que van desde la doblez puritana, con sus cacerías de brujas, hasta la aparición, hace casi 150 años, del siniestro Ku Klux Klan, con la aberrante creencia en una “supremacía blanca”. Estas maneras de pensar han derivado en movimientos que enarbolan la bandera de la “limpieza racial”. No han faltado las voces y los hechos en contra de indios, negros, mestizos y de los que llegan allí en busca del “sueño americano”.

El asunto no es de poca monta. Esas organizaciones, según entidades de investigación, tienen su propio entrenamiento militar e ideológico. La Conferencia del Fondo de Educación de los Derechos Civiles, reveló que estos grupos aumentaron su presencia en un cincuenta y cuatro por ciento en la última década. Estadísticas oficiales indicaron que de los crímenes por algún tipo de discriminación en 2007, el cincuenta y uno por ciento se originaron en la variable del odio racial. Otros asesinatos se dieron por motivos religiosos, de orientación sexual (gays y lesbianas), raza y religión (especialmente contra musulmanes).

En ese país, hay una preocupación por el crecimiento de la extrema derecha. Es el producto aterrador de una larga mentalidad fundamentada en las aberraciones de la supremacía racial y del desprecio a los inmigrantes. El llamado “terrorismo blanco” crece en Estados Unidos, aupado por la proliferación de armas y por la aceptación del concepto erróneo de “se es más responsable por tener armas”, que denuncia con creces un documental de Michael Moore.

El cuento es que aumentan las milicias de extrema derecha y crece, entre los practicantes del racismo y otros desafueros, el odio por las minorías étnicas y los nuevos inmigrantes. Y parece que ya poco vale aquello de “Dios salve a América”.

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