Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

¿Tiene miedo o qué?

Reinaldo Spitaletta

04 de octubre de 2021 - 11:55 p. m.

El miedo a los fantasmas comenzó a tambalear con la aparición de la luz eléctrica, como puede ser la gran metáfora del progreso en el cuento El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde. Las noches de Medellín, por ejemplo, fueron menos largas y ya no tan propicias a ladronzuelos y aparecidos cuando, a fines del siglo XIX, las bombillas se instalaron en calles y plazas, y así, el inteligente “bobo” Marañas, patotero citadino, mandó a la luna a “alumbrar a los pueblos”.

PUBLICIDAD

Dicen que el miedo nació con el hombre en la más remota de las edades. O, como lo advierte Marco Oraison, citado por Jean Delumeau en “El miedo en Occidente”, el hombre es, por excelencia, el ser que tiene miedo. La historia de los miedos es fascinante. Y puede hasta provocar sustos. Auspicia fantasías y encerramientos. Motiva discursos de seguridad (con esta, se dice, se reducen los miedos, y sirve hasta para las demagogias de viejo y nuevo cuño) y, según quien los promueva, pueden derivar en persecuciones, discriminaciones, racismos, xenofobias y otras situaciones de estigmatización.

La historia nos muestra disímiles miedos, casi todos de índole social. O fomentados por el poder. Así, en distintos tiempos, hubo miedos a las brujas, mujeres bellas y sabias, que atravesaron la oscuridad de la historia y ni siquiera la Inquisición, que quemó a miles, pudo destruirlas. O, en el caso de las pestes y epidemias, el miedo al otro, al contagiado, a quien hay que distanciar. O, por qué no, sacarlo de circulación.

El miedo a la lepra no solo creó aislamientos, alarmas y ascos, sino que erigió una actitud de discriminación que iba más allá de los discursos higiénicos. Había que mantener lejos al leproso. El leprosorio también aportó a las arquitecturas de burgos y ciudades medievales. Y las pestes, con sus azotes y arrasamientos, estimularon oficios, como, por ejemplo, el de enterrador, tal como se puede apreciar en El Decamerón, de Giovanni Boccaccio.

Read more!

Decía que el poder ha promovido a placer distintos miedos, según sus conveniencias e intereses. El miedo a los infieles, al turco, al hereje, a los que se tomaron la “tierra santa”, produjo cruzadas (incluida la de los niños, tan literaria) y otros saqueos. El miedo al judío (y a su vez, el odio) llegó a gestar en la muy civilizada Alemania, y después de las horripilantes Leyes de Núremberg, la “solución final”.

La propaganda, con la cual la Comisión Creel y el gobierno de Wilson lavaron el cerebro a los estadounidenses, cultivó a través de distintos mecanismos, incluidos la utilización de los Boy Scouts, del cine y la prensa, el “miedo al alemán” y el “miedo al rojo”. Además de aprobar la participación de EE.UU. en la Primera Guerra Mundial, se abrieron las troneras para perseguir a sindicalistas y anarquistas, que más tarde, en los veinte, arrojarían juicios amañados como el de Sacco y Vanzetti, inocentes condenados a la silla eléctrica.

Los miedos son históricos. Corresponden a determinadas coyunturas y se utilizan para inmovilizar o estimular dispositivos de control, de sujeción y vigilancia, así como para indisponer frente a los otros a quienes combaten inequidades, desajustes sociales y privilegios de minorías. “¡Cuidado, nos podemos convertir en otra Venezuela!”. “Esos son comunistas disfrazados”. “Son guerrilleros de civil”. Y por el estilo, en un país como Colombia, donde en un tiempo desde los púlpitos se agitó el miedo al liberalismo, se han inyectado desde las cúspides del poder distintas maneras del macartismo.

Read more!

Esta semana, en charla sobre historia de los movimientos sociales en Antioquia, dirigida a ediles, miembros de acciones comunales y defensores de derechos humanos, había una preocupación por las manifestaciones y marchas del paro nacional. Se percibía un miedo por ir a las mismas, debido a la injerencia de otras “instancias” que, con métodos más propios del lumpen que de descontentos que ejercitan la desobediencia civil y el derecho a la protesta, han ido desconfigurando la participación popular.

Parece como si hubiera un objetivo de “fuerzas oscuras”, en las que, incluso, podría haber mano oficial, aparte de otras manos: inducir el miedo a la marcha. ¿Quién lo promueve? ¿Hay financiadores del vandalismo? La fuerza adquirida por las movilizaciones, que acarrearon la caída de la antipopular reforma tributaria, y la renuncia del Minhacienda, parece que hay que socavarla de otras formas para desestimular el enorme descontento contra el gobierno y sus desafueros.

El neoliberalismo, fabricador de miserias y hambrunas para las mayorías, ha diseñado nuevas estampas del miedo e intentado acolitar el individualismo y la insolidaridad. Su orden, que deifica el mercado, las privatizaciones, la reducción de lo público (que lo retrae en favor del mundo privado), auspicia el miedo a la organización social, al sindicalismo, a la defensa de la dignidad, con la restricción de garantías y la conculcación de derechos. Muchos miedos sociales son aliados de las injusticias y los atropellos. Habrá que derrotarlos, como a los viejos fantasmas.

No ad for you
Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.