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Todavía, tras tantos años de luchas por los derechos civiles en los Estados Unidos, es posible que, como lo muestran, por ejemplo, obras de William Faulkner y Harper Lee, los negros, por serlo, puedan ser sospechosos de violaciones de mujeres y de otros delitos. Parece que aquel gesto de dignidad de Rosa Parks, la negra de 42 años que en 1955 se rebeló contra la discriminación en los autobuses (los negros atrás, los blancos, adelante), hubiera sido en vano.
Como parecen inútiles las gestas de Martin Luther King y de otros adalides de las luchas contra la discriminación racial y de otra índole. Estados Unidos, con una historia de racismo y vergonzosas persecuciones contra la diversidad (comunistas, homosexuales, inmigrantes), torna ahora a revivir su pasado de Ku Klux Klan, de películas como El nacimiento de una nación (de un genio cinematográfico como D.W. Griffith), de segregaciones a granel con la llegada a la Casa Blanca del patán Donald Trump.
El mentecato magnate (no por tener abundante dinero se es inteligente) del discurso fascista está haciendo lo que prometió en campaña. Así que, según él y sus conmilitones, que se tengan fino los inmigrantes musulmanes, los otros inmigrantes, como los mexicanos, a los que, en sus momentos señaló de violadores, narcotraficantes y criminales. Ese país no es para ellos. Los indocumentados tendrán que largarse y muchacha sabrosona que esté al alcance del rubicundo (también iracundo) presidentico no se librará del manoseo.
Trump y su equipo han apelado a la intolerancia, el fanatismo, la misoginia y el racismo exacerbado. Esta táctica, que retoma expresiones de la historia de la nación, que puede irse hasta los tiempos de la guerra civil, atemoriza a muchos capitalistas, no porque el discurso sea discriminatorio, sino porque podría poner en vilo a algunas empresas. Sin embargo, el hombre que en campaña echó periodistas de las ruedas de prensa y se burló de un reportero por su minusvalidez es un amado y consentido de transnacionales y emporios financieros.
A su vez, el fundamentalista blancoide, el mismo que dijo que podría dispararle a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos, se ha ido en contra de una tradición de su país, la de la libertad de prensa e información, que, igual, se ha visto mermada desde los tiempos de las invasiones de Bush a Irak y Afganistán, cuando los medios estadounidenses, incrustados en las tropas, se pusieron del lado del invasor. Con todo, hay preocupación entre la “gran prensa” gringa.
Decía al principio que el extremismo de derecha del presidente Trump le ha dado patente de corso a defensores de la predominancia blanca, a las manifestaciones casi patológicas del racismo, como, pongamos por caso, se puede observar en la entrevista que el periodista Jorge Ramos, de origen mexicano y ciudadano de EE. UU., le hizo al ultranacionalista Jared Taylor, como parte del documental Sembrando odio.
Parece inconcebible que tras tantas luchas reivindicativas por los derechos civiles y políticos de las minorías y de los olvidados, vuelva a la palestra el odio racial y el desprecio por los otros, los que tienen otro color de piel u otras características. Taylor, un “supremacista blanco”, o, en otras palabras, un nazi, se opone a la diversidad (étnica, política, religiosa…) y procura por una aberración increíble: el derecho a la discriminación. Y advierte que es una “tontería” abogar por la igualdad de derechos, como lo proclamaron los fundadores de Estados Unidos en 1776.
Para Taylor es inconcebible que en su vecindario haya otros habitantes que no sean de origen europeo. Se opone en todo caso a que en los patios haya gallinas que cacarean a las tres de la mañana, en la utilización asquerosa de un estereotipo referido a los mexicanos. Además, dice que la ley, la que en teoría iguala a todos, está equivocada. Para el neonazi “los blancos son, en promedio, más inteligentes que los negros”. Un pigmeo es inferior a un danés. Eso dijo. Parece mentira, pero es cierto el resurgimiento de las hostilidades del racismo en la autodenominada “tierra de las oportunidades”.
Y a corrientes como las que representa el tal Taylor, que aspira a un “renacimiento” de los Estados Unidos (entiéndase, un resurgir de una de las peores visiones del mundo), es a las que les da alas el “gran Burundún Burundá” de la superpotencia, que con Trump desciende a abismos escalofriantes de su decadencia moral e histórica.
