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‘Ulises’ sin TikTok

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Reinaldo Spitaletta
08 de julio de 2025 - 05:05 a. m.
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Me pareció extraordinario que alguien que no es universitario, carente de títulos académicos y diplomas, de esos que hoy pululan en paredes hasta de tiendas, estuviera adelantando la lectura de Ulises, de Joyce. No porque fuera esta obra, sino por los tiempos de ahora, en que las dosis máximas de lectura son pildoritas con dos o tres daticos, TikToks de máximo 30 segundos sobre la teoría de la relatividad o sobre la intentona de golpe de Estado contra Petro, y listo. Quedamos informados con esas gotitas de nada.

El señalado lector, cuyo nombre sé, mas no lo digo, me contó además que hacía poco se había tragado a Moby Dick, de Herman Melville, y la Comedia, de Dante. Supe, de sopetón, que ha sido un lector serio de Faulkner, del que dice que con sus novelas solo basta “dejarse llevar”. Recordemos que, en una entrevista de The Paris Review, Faulkner le respondió a la reportera, cuando le inquirió que sus lectores tenían que leer hasta tres veces un libro suyo y quedaban sin entender nada, “pues que lo lean cuatro veces”.

Este preámbulo me sirve para decir que hoy, cuando la velocidad es una variable fundamental para la nada, cuando hay que estar en un móvil leyendo mensajitos, lo mismo que en las redes sociales, encontrarse con alguien que lea despacio, con deleite en la lentitud, que invierta horas y días y semanas en obras maravillosas, es todo un acontecimiento. Además, de alguien que va en contravía del lema capitalista de “el tiempo es oro”. Hoy, como ayer, lo que importa es producir plusvalía (¿se acuerdan de “yo no marcho, yo produzco”?).

Leer discursos de cierta magnitud, en tiempos en que lo largo está dentro del catálogo de lo espantoso, es, de varias formas, ir contra lo establecido. Ponerse en guardia contra las nuevas alienaciones y, además, salirse del molde que nos impone la velocidad para, en efecto, perder el tiempo en bagatelas que van contra la inteligencia y, en especial, contra el derecho a saber. El conocimiento, se ha dicho por ahí, no viene en capsulitas. Es todo un proceso que implica, además de disciplina, dedicación.

La cultura de la “comida rápida”, insulsa, insabora, indigesta y nada alimenticia, se ha impuesto y, en determinadas circunstancias, sobre todo cuando las tretas colonizadoras son tan demoledoras, entran en las olas del esnobismo. Si en ocasiones, con disquisiciones largas quedábamos en palotes, porque, como es fama, también hay larguras sin esencia, ahora con la fugacidad e incontinencia de flashes, la alienación nos consume.

Quien más piensa es quien más sufre, dijo algún filósofo pesimista. Y tal vez no vislumbró que el mundo llegaría a estar bajo la tiranía de lo trivial, de las naderías que vienen en grageas indigestas, sin fondo ni forma, solo, en tantas ocasiones, con el vacío. Ni siquiera alcanza la gradación de inutilidad, porque lo que desde hace décadas se está yendo a pique es el afán de saber, de confrontar todas las versiones, de indagar porque sí, porque todavía puede haber espacio para la razón y el pensamiento; para la crítica y aquello de “no tragar entero”.

Cada vez se nota más el desinterés por la historia, por el pensamiento crítico, por la confrontación de declaraciones oficiales (de cualquier poder o bandería), y el mundo anda desbocado, sin estaciones, sin paradas que permitan la reflexión y las posibilidades de comparar, de contestar. Nos hundimos en la superficialidad (parece un oxímoron). La velocidad, en vez de ponernos en alerta, nos enceguece y anula el análisis. No solo somos carne de cañón, sino de la sinrazón.

Las maneras de “comunicación” contemporánea, de frasecitas y muñequitos, nos acercan al precipicio del fanatismo, que es siempre una consecuencia del dogma (una vieja cultura asentada en la creencia, en la tradición, en la aceptación sin resistencia) y del exilio de la cultura. Estamos bajo la férula de la velocidad que enceguece, que nos dice que hay que tragar hasta el infinito toda la bazofia circulante en redes y otros canales. Modos de la nueva esclavitud.

Decía Nuccio Ordine, en su manifiesto La utilidad de lo inútil, que “el aparentar cuenta más que el ser: lo que se muestra —un automóvil de lujo o un reloj de marca, un cargo prestigioso o una posición de poder— es mucho más valioso que la cultura o el grado de instrucción”. Hoy es común escuchar para qué la filosofía y la historia y la geografía y las artes… no dan plata, aunque se sabe que dan luz.

Esperaré un tiempo para preguntarle a aquel lector sin “academia” cómo le fue con Ulises y qué más está leyendo. Debe de tener otra noción del tiempo y seguro sabe que, aunque no se gane un peso con recitar el monólogo de Molly Bloom, encontrará en la lectura otros modos de la felicidad.

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Profesor Reinaldo: gracias por estas palabras llenas de sabiduría y profundamente ciertas. Ayuda a ver el real sentido de la vida!!!!!!!
Contrapunteo (18670)08 de julio de 2025 - 11:58 p. m.
Buena columna Sr Spitaletta. Y mi sentido pésame por lo del DIM, el equipo de sus amores, le tocará esperar ..................... años.
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