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Sombrero de mago

Un césar de la decadencia

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Reinaldo Spitaletta
25 de enero de 2022 - 05:00 a. m.
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Hay un momento irreversible en que el poder alcanza su estado de decrepitud, de decadencia y putrefacción, cuando ya la conciencia colectiva —cualquier cosa que esto signifique— es capaz de descorrer los velos y ver la dimensión de la caída. A todo patriarca le llega su otoño. A veces, como en la novela de García Márquez, con gallinazos que se meten por los balcones de la casa presidencial y anuncian el fin de un tiempo.

O como en la realidad nacional, que desde hace años tiene entre sus características el hedor de lo corrupto y los desmanes del despotismo. Un síntoma del declive de un dominio, es, por ejemplo, la rodada cuesta abajo de la favorabilidad del presidente Duque y de su mentor Álvaro Uribe. Uno, el que se ha ganado en franca lid el vergonzoso título de ser el peor presidente de los últimos cuatrienios, tiene el 22 por ciento, según encuestas. El otro, el que está imputado de fraude procesal y manipulación de testigos, alcanza, con incontenible tendencia a desmejorar, el 19 por ciento.

Aquel que apodaron el “mesías”, el todopoderoso señor del “embrujo autoritario”, quien logró la adulación de casi todos los medios de comunicación; el que quiso imponer el unanimismo y el pensamiento único, además de colgarles la lápida a opositores señalados por su macartismo hirsuto como “guerrilleros de civil”, “comunistas disfrazados”, sí, aquel al que también llamaron el “señor de las sombras”, está en barrena.

Ya pasaron sus calendas de mayordomo del solar de EE.UU., a cuyos patrones les sirvió con tratados de libre comercio, privatizaciones, tercerizaciones en detrimento de los intereses de los trabajadores y una extensa sucesión de maniobras en las que se ferió el Estado y se asaltó a los más pobres. Ya es evidente su desgaste ante tantos desafueros, como el de los “falsos positivos”. Su maquinaria ya está oxidándose. Y cada día hay evidencias de cómo sus adláteres y demás criados van quedando en el camino, ante diferentes denuncias. La verdad se abre paso.

Apelar a la repartición de volantes no es ninguna vergüenza. Es más, cuántos no lo han hecho, unos denunciando tropelías, otros aupándolas. Las octavillas tienen una larga historia, tanto en movimientos revolucionarios, como en los de extrema derecha. Pero la reciente salida de Uribe en esas faenas, puso en claro su desfavorabilidad y mostró cómo ha aumentado la antipatía popular hacia sus discursos y actuaciones.

Pero sus salidas a “untarse de calle y plaza” han resultado, además de catastróficas para sus intereses e imagen, un medidor de su impopularidad. Así como su “protegido”, que en rigor aprendió las mañas de su ventrílocuo, o, mejor dicho, ha continuado con las tropelías de su patrón, tanto en politiquería como en corruptelas, en persecuciones a los despojados, en tratamientos de fuerza a los que reclaman, digo que así ha venido cayendo en favorabilidad el titiritero. Hasta los indicadores de opinión muestran su desbarajuste.

Todo cae, no solo por la ley de la gravitación universal, sino por la descomposición, por las desazones e infortunios que provoca el poder entre los sometidos. Porque hay despertares y desarrollo del sentido crítico. Nada es para siempre y menos el poder. Es una perogrullada, en efecto. Como puede serlo gritar ante la vista del expresidente que aparece intentando una actuación del peor vaudeville, cuando busca en su ejercicio demagógico un acercamiento a las víctimas del poder. “¡Uribe paraco, el pueblo está verraco!”.

En la plaza de mercado de Santa Marta se escucharon las imprecaciones contra el decadente figurón, cada vez más hundido en el fango del desprestigio. Y también en Barranquilla. Y hubo tumbada de pancartas en Cartagena. Y en Manizales y Chinchiná se escuchó el resonar del repudio. “¡Uribe paraco, el pueblo está verraco!”, se lo decían en su cara, pese a los trescientos escoltas y a la presencia del Esmad.

“Era difícil admitir que aquel anciano irreparable fuera el único saldo de un hombre cuyo poder había sido tan grande que alguna vez preguntó qué horas son y le habían contestado las que usted ordene mi general”, se lee en El otoño del patriarca. Todo parece indicar que Uribe y lo que representa ya está en una merma desenfrenada. Así lo percibe la gente que, al verlo, estalla en indignaciones y ascos contra él.

Es una suerte de césar de la decadencia, para utilizar un término de Vargas Vila. Debe, por lo demás, sufrir de alucinaciones y otros delirios, cuando dijo (según la revista Semana) que “mientras uno me gritaba paraco, más de cien mujeres me decían ‘Uribe te amo”. No serían propiamente las madres de Soacha.

En la demostración de Santa Marta, un ciudadano dijo en un video: “Aquí estamos evidenciando cómo Álvaro Uribe Vélez llega al mercado público de Santa Marta, el que antes era un centro operativo del paramilitarismo, con su bandada de ratas”. Nuevos vientos parecen soplar en Colombia.

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Leonel(5u51g)27 de enero de 2022 - 06:09 a. m.
Muy buena analogía de la realidad del personaje con el otoño del patriarca obra maestra del realismo mágico colombiano la historia no perdona.
Julio(87145)26 de enero de 2022 - 10:23 p. m.
Y esperamos, con ansias, que eso nuevos vientos lo hagan en la dirección correcta, para ver si, por fin, empezamos a salir del pantano.
Magdalena(45338)26 de enero de 2022 - 08:23 p. m.
Un retrato perfecto y muy ilustrativo del" Otoño de Uribe".
Olga(88990)26 de enero de 2022 - 03:39 a. m.
Lo de César, ¿es también por Gaviria, acaso? Entre otras, alguna vez que alcanzó a tener un ápice de luz dijo de Uribe: "Su gobierno es un verdadero asco". "Que entre el diablo y 'ascoja' "
Contrapunteo(18670)26 de enero de 2022 - 12:13 a. m.
No ser muy optimistas porque El Patrón del mal II tiene además de muchísimo dinero el poder representado en los órganos de control fiscalía ,procuraduría, contraloría y a un buen sector de las fuerzas armadas que saben que si se cae la pasarán muy mal pues es el único que los defiende y por supuesto su títere presidente que antes de salir está haciendo hasta para vender:la culebra sigue viva asco
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