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Es un evento más en la guerra irregular que vive Colombia desde hace más de medio siglo, dicen unos.
Es una zancadilla al proceso de paz que se negocia en La Habana, opinan otros. Y así, el “secuestro”, según el minarete desde donde se observe, o que se trata de un “prisionero de guerra”, desde la perspectiva de la guerrilla (o de “los bandidos”), mantiene en ascuas los diálogos de Cuba y desmorona el optimismo de un enorme conglomerado del país que aspira a que haya una solución negociada al conflicto.
Sin embargo, no deja de ser extraño que un general, que conoce a profundidad el conflicto y la zona donde ejerce su oficio, se haya aventurado en el Atrato con una muchacha (la abogada Gloria Urrego), y un cabo (Jorge Rodríguez), de civil todos, para caer como una “mansa paloma” (y la paloma, no se sabe por qué, es símbolo de paz) en manos de la guerrilla.
Los que saben de asuntos militares dicen que el general Rubén Alzate Mora buscaba bajar perfil para no desplazar un dispositivo de seguridad, con lanchas y hombres armados, que pudiera perjudicar a la población civil y alertar a la guerrilla. Pero como es de conocimiento de las Farc y de mucha gente en el Chocó, él es un comandante de una denominada Fuerza de Tarea Conjunta, especializada en enfrentar la táctica de guerra de guerrillas, ¿qué era lo que hacía allí sin respaldo? Había un riesgo “en pasar desapercibido en una zona donde la van a identificar”, escribió el general (r) de la policía Jairo Delgado (El Colombiano, 23-11-2014).
El secuestro del general, que hizo suspender al presidente Santos los diálogos de La Habana, también originó diversas reacciones entre la gente. Algunos dijeron que había una especie de clasismo, porque ahora, como se trataba de un general, sí era motivo para la suspensión, y, por ejemplo, el secuestro de dos soldados en Arauca (César Rivera y Jonathan Díaz), los ataques guerrilleros en varias poblaciones, la muerte de dos guardias indígenas en el Cauca y otros sobresaltos, no eran de importancia. Ah, no, todo eso son “actos de guerra y la guerra es así”, se oyó decir.
Sí, claro. Las negociaciones se realizan en medio del conflicto. Y, como pudiera decir Perogrullo, se está conversando con uno de los actores de vieja data, porque no ha sido vencido militarmente y porque se busca que, algún día, haya una salida civilizada al problema que ha causado desplazados, miles de víctimas civiles, sangre y desolación en una país de enormes abismos e injusticias sociales.
El secuestro del general ha dado para especular, asimismo, sobre una posible división en la guerrilla, que al principio expidió comunicados erráticos sobre la aprehensión del oficial, y luego admitió el hecho, el cual, además, permitió que desde el procurador hasta las hordas uribistas se pusieran a ladrar contra el proceso de paz.
La pregunta sigue rondando en muchas partes: ¿cómo un general va casi solo por el Atrato, dando un “papayazo” tan evidente a sus contrincantes? En efecto, miembros del bloque Iván Ríos, del 34 frente de las Farc, interceptaron a Rubén Alzate y sus acompañantes en uno de los retenes móviles que hacen a orillas del caudaloso río.
Para la continuación de los diálogos en La Habana, el gobierno los condicionó a la liberación del general y sus acompañantes, como a las de los dos soldados de Arauca. Las dos partes estuvieron de acuerdo, pero, según el jefe de las Farc, el gobierno no ha respetado las condiciones pactadas en torno a la liberación de los del Chocó, donde se producen, dice Timochenko, “sobrevuelos, bombardeos y ametrallamientos” (El Espectador online, 24-11-2014).
Negociar en medio del conflicto tiene esas implicaciones: secuestros, bombardeos, ametrallamientos, ataques guerrilleros…, y hasta que un general ande casi a solas por el Atrato y sea fácil presa de sus adversarios. Un cese bilateral del fuego, como piden las Farc, es un asunto que, por inverificable y porque el gobierno no lo admite, pone en duda la continuación de los diálogos. Pero ha surgido, en el horroroso panorama de la guerra irregular en el país, la posibilidad de un cese parcial de hostilidades.
Lo que se llama en lenguaje técnico militar “desescalar” el conflicto, o sea, amenguar las acciones bélicas, sobre todo con el fin de proteger a la población civil, que ha sufrido a mayor escala los enfrentamientos entre el Estado y la guerrilla, aparece como el salvavidas de los diálogos habaneros. Los ciegos vuelven a jugar con su dicho: amanecerá y veremos.
