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América Latina es más que una realidad geopolítica, más que un solar del gran imperio, más que una diversidad socioeconómica, con lengua común pero con diferenciados matices; es, ante todo, una ficción.
Se puede entender más este continente delimitado por el río Bravo y la Tierra del fuego como una parte novelesca, una creación de escritores y poetas que han edificado discursos sobre dictadores, guerras civiles, magnicidios, despojados de la tierra y acerca de todas las injusticias que en el mundo han sido.
América Latina puede estar más presente en Santa María, en Comala, en Macondo, en Balandú, en un pedazo de Rayuela, en la fundación mítica de Buenos Aires, en los recuerdos de Artemio Cruz o en aquella obra que así comienza: “… ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre!”, más en César Vallejo y Vargas Llosa y Octavio Paz, que en las menudencias de los políticos delirantes, desvergonzados y peleles, a su vez materia para las literaturas de ayer y de ahora.
América Latina, una suerte de colcha de retazos, con burundúes y marrulleros que han detentado el poder, se evidencia con todos sus deslumbres y desgracias, en el barroquismo de Carpentier y en las prosas históricas y apabulladoras de Mujica Lainez y Germán Arciniegas. Y en el lenguaje cervantino y del siglo de oro, con maravillas de lo local, de Carrasquilla. Mejor dicho, solo con la expresión de su Ars Literaria, América Latina tendría suficiente para existir con dignidad.
Se ocurren estas deliberaciones ante el libro póstumo de Carlos Fuentes sobre el exguerrillero y excandidato presidencial, que abandonó la lucha armada para incorporarse a la civilidad y las gestas legales de la política. Fuentes, que escribió, por ejemplo, sobre el desconocido final de Ambrose Bierce (escritor que quiso vivir en directo la revolución mexicana, como, por ejemplo, lo hizo John Reed, amigo de Pancho Villa), durante más de veinte años estuvo investigando sobre la vida y aventuras de Carlos Pizarro León-Gómez (1951-1990).
Fuentes, que murió en 2012, sin concluir el libro que está a punto de circular en Colombia (Aquiles o El guerrillero y el asesino), dijo que del exguerrillero del M-19 le interesaba más su viaje que su ideología. Y se embarcó en una larga indagación, pero no para una biografía, sino, más bien, sobre una Colombia de inequidades y toda suerte de desventuras, en particular para los humillados y ofendidos por los poderes.
Quizá la odisea de la escritura sobre el guerrillero y su contexto, o su circunstancia, sea más apasionante que el texto mismo, que, por lo demás, dejó inconcluso el autor de Gringo viejo. Como lo dijo un cronista, Fuentes acudió a “todas las formas de lucha narrativa” para acercarse a una compleja realidad que más parece un cúmulo de extraordinarias ficciones. Recurrió a todas las fuentes posibles, primarias y secundarias, y habló con familiares del exguerrillero al que un sicario asesinó en un avión. Pero también con Álvaro Mutis, Jorge Gaitán y con García Márquez, por solo mencionar a tres escritores que le suministraron información sobre Colombia.
Y en la novela de Fuentes (valga decir que habrá que leerla toda) se dice, según un fragmento publicado por El Tiempo, que “No hay nada en Colombia. No hay Estado, no hay nación, no hay memoria. Hay rencores vivos. Solo hay amor y odio”. Sí, Colombia, y no solo lo tendría que declarar una novela, es la abundancia de gentes sin tierra y uno que otro pelafustán con mucha tierra; es el desprecio por los pobres de parte de los socios de clubes exclusivos que durante cerca de doscientos años dominan la republiqueta. Es el cortejo infinito con mujeres enlutadas y niños llorosos. Es el mantenimiento de la mayoría en la ignorancia y la explotación…
“Acaso, entonces, no nos dábamos cuenta de que la poderes de la feudalidad agraria y de la partidocracia ilustrada serían sustituidos, como en un enorme espacio verde que no se reconoce como vacío, por la violencia”, se dice en la obra. Y, en efecto, la violencia irrigó con sangre la tierra, asustó y destruyó y expulsó a los sobrevivientes. Lo inundó todo de horrores e infamias.
Colombia, como Comala, es “un pueblo untado de desdicha”, de muertos que hablan con los muertos, y de muertos que aman y odian y enmudecen. Fuentes aspiraba a publicar su novela cuando a Colombia “volviera la paz”. Pero el país, como un personaje de Rulfo, “es un rencor vivo”. Quién sabe cuándo termine el odio.
