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Un tiro en “la mula” y otros disparos

Reinaldo Spitaletta
04 de octubre de 2022 - 05:00 a. m.

Lo había dicho Federico Nietzsche, el mismo al que los nazis le tergiversaron sus tesis sobre el superhombre: “Los monos son demasiado buenos para que el hombre pueda descender de ellos”. Tal vez cuando una señora que cree que canta señaló a la entonces candidata vicepresidencial negra como “King Kong”, es posible que, en vez de un insulto racista, hubiera dicho, sin querer, un elogio al estilo del filósofo alemán. Lo mismo pudo pasar con una especie de miembro (o “miembra”) del Ku Klux Klan a la colombiana, cuando trató de “simio” (igual si hubiera dicho simia) a la actual vicepresidenta del país.

Son antiguos los discursos racistas en Colombia, así como los planteamientos sobre eugenesia, degeneración de la raza, y las discriminaciones por doquier contra negros e indígenas, casi siempre pobres, esclavizados, despojados, perseguidos y maltratados. Discursos que a fines del siglo XIX se mimetizaban con “higiene social”, o con eufemismos sobre el “buen tono”, la etiqueta y otros glamures propios de las élites, se camuflaron a principios del siglo XX con mamparas referidas a la civilización y el progreso.

Tales discursos hegemónicos, con disfraces científicos en muchas ocasiones, se extendieron, en el caso colombiano, a las políticas y visiones sobre la llegada de inmigrantes. Había unos “muy indeseados”, como pasó en la década del veinte con chinos y negros antillanos, y otros muy “positivos”, porque podrían mejorar “la raza”, ya que presentaban “un acervo hereditario superior”.

La Ley 114 de 1922 impidió la entrada a Colombia de “elementos inconvenientes para la raza”, como lo declaraba el ministro de Gobierno de entonces, Miguel Jiménez López, que se babeaba para que entraran alemanes, franceses, españoles, italianos y suizos. En septiembre de ese año, en el periódico El Tiempo, una noticia anunciaba la alarma por una “invasión de chinos”: “En el tren de hoy llegaron 25 chinos de muy mal aspecto, hambreados y con ánimo de establecerse en Barranquilla, como lo han hecho otros chinos que llegaron antes. Los barranquilleros deben tomar medidas de profilaxis social y evitar que las mujeres accedan a mezclar las razas…”.

En la manifestación del 26 de septiembre contra el gobierno de Petro, una mujer en Bogotá, en una demostración del acentuado racismo como una mentalidad de larga duración en Colombia, insultó a la vicepresidenta Francia Márquez. Pero también dijo otras barbaridades, conectadas con el acendrado anticomunismo (macartismo) de muchos sectores sociales del país, promovido por las oligarquías de ayer y de hoy.

En un tiempo, en Colombia ser liberal era pecado, tal como lo promovían desde los púlpitos algunos clérigos, como Ezequiel Moreno, Bernardo Herrera Restrepo y, más adelante, Miguel Ángel Builes. Aquellos señalamientos en un país que no era laico, dominado por las sotanas y otras godarrias, eran un llamado a la violencia y la exclusión. Después, el enemigo inventado era todo lo que oliera a comunista (y sobre todo con el influjo de lo acaecido en los Estados Unidos a partir de las persecuciones aupadas por el senador Joseph McCarthy). Y un comunista era un aliado del diablo, un ser infernal, un ateo, un peligro para la estabilidad de los dueños del país.

Por eso no fue raro que al proceso de paz se opusiera mucha gente, no solo porque la guerra les resultaba un lucrativo negocio, sino porque era una especie de “engendro comunista”, con “rayos homosexualizadores”, con ideologías de género que tornarían maricas a todos los niños, en fin. Pues la señora de la manifestación también pronunció esta perla, que puede ser peor que los insultos racistas: a un comunista hay que darle un “tiro en la mula” (en la cabeza) y pal río”.

Esa declaración insensata volvió a mostrar muchos ríos del país llenos de cadáveres, de NN, de testimonios espantosos de una larga violencia, y quizá puso en escena otra vez los abominables “falsos positivos”, y pudo proyectar los días de descuartizados con motosierras, algún partido de fútbol con la cabeza de un “guerrillero”. Al comunista, mejor dicho, a quien piense distinto, sea un crítico de las injusticias, un reclamador de tierras, un luchador por reivindicaciones sociales, hay que darle plomo. “Plomo es lo que hay y plomo es lo que viene”, dijo otro fanático, en otra manifestación, en otro gobierno.

Han sido muchos los años de despojos, de violencia, de destierros, de racismo, de atentados de toda naturaleza contra los pobres, contra todos los humillados. La antigua “higiene social” proclamada por ciertas élites, muy rancias y “blancuzcas”, se transformó después en abiertas persecuciones contra quienes se oponían a las inequidades; y fuera quien fuera en su ideología, en el color de su piel, en su grado de cultura, se le marcaba con la letra escarlata de que se trataba de un “guerrillero de civil”, un comunista, un peligro para la estabilidad de una minoría dominante.

Ah, ojalá no le digan “mula” a la percanta racista de la manifestación. Las mulas son más inteligentes.

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