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Uribe a la brasa

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Reinaldo Spitaletta
16 de mayo de 2016 - 05:00 a. m.
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El lenguaje se puede usar en doble vía: para confundir y para aclarar. Hitler (ya lo había hecho Mussolini) supo cómo utilizar ciertas frases, cambiando el sentido de las mismas, y quitándoselas a sus rivales: “soy un revolucionario, un revolucionario contra la revolución”. Qué patán.

Y agregaba: “Soy el revolucionario más conservador del mundo”. Un oxímoron sin gracia, propio de un talante dictatorial y autocrático.

En los largos días en que Álvaro Uribe era presidente de Colombia, el embozar las palabras fue una de sus tácticas para embaucar y manipular. Por ejemplo, “su merced” siempre negó que, en este país de tradición violenta, hubiera un conflicto armado. Pretendió desactivar las categorías de “izquierda” y “derecha”, con la intención perversa de hacer ver su régimen como una “democracia profunda”, que no podría tener adversarios. Y quién así fungiera, de inmediato estaba el hierro candente para marcarlo: es un “terrorista”, es un “guerrillero de civil”.

Claro que, de vez en cuando, se salía de la ropa y se le escuchaban verbosidades como “si te veo, te doy en la cara, marica”, o, al contrario, enmudecía, como cuando su referendo fue rechazado por la mayoría de la población. Ah, y para ir al grano, contra su gobierno neoliberal y autoritario sí hubo lo que él, ahora, destilando odios y activando discursos guerreristas, denomina “resistencia civil” contra el proceso de paz con “la far” (según la pronuncia uribista).

La resistencia civil ha sido un mecanismo de defensa de los pueblos contra los atropellos y arbitrariedades. Junto con la que el escritor estadounidense H.D. Thoreau llamó la Desobediencia civil (adoptada después por Gandhi y su no-violencia; y por Luther King, y por otros). “El mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto”, dijo el autor de Walden.

Resistencia civil, para ponerle un ejemplo al Señor del Ubérrimo, fue la que ejercieron los indígenas caucanos contra el gobierno de quien ahora sale a pregonar, prostituyendo el término, un movimiento contra la búsqueda de la paz. O como la que activaron contra Santos los cafeteros y otros agricultores (y que el actual mandatario descalificó con una frasecita: “el tal paro no existe”) o con el paro de este año contra las políticas antipopulares santistas.

Contra el gobierno del “mesías” hubo demostraciones de resistencia civil, como la de los que se oponían a un “peajito social”; como la de los corteros de caña del Valle del Cauca; como las de organizaciones de desplazados y de las madres de Soacha, por los cerca de tres mil “falsos positivos”. Más bien, creo, faltaron más expresiones de resistencia contra los abundantes desafueros del gobierno uribista: la reforma laboral, el marchitamiento de la salud pública, las privatizaciones como las de Telecom, los leoninos tratados de libre comercio, en fin.

El pueblo colombiano se ha ido especializando en resistencias civiles, como las del paro cívico nacional de 1977, contra el gobierno de López Michelsen; o, más acá, con las proclamas y manifestaciones contra el vandalismo neoliberal que ha empobrecido a la mayoría de gente. Trabajadores de la salud, el magisterio, los estudiantes, la minga indígena, los campesinos han participado en movimientos de resistencia civil contra distintos gobiernos entreguistas, como el de Uribe.

Lo que falta, precisamente, es una mayor resistencia civil contra la multiplicidad de despropósitos y desafueros oficiales. Y para poner fin a un largo conflicto armado que ha desangrado al país. La resistencia civil está hecha para exigir que se respeten los derechos y no haya (como sucedió en el gobierno Uribe, en las que los trabajadores perdieron reivindicaciones, producto de largas luchas) conculcación de los mismos.

No creo que Uribe vaya a convocar una resistencia civil contra las políticas neoliberales de Santos (heredero de Uribe en una total servidumbre a los intereses de transnacionales, del Fondo Monetario y de Washington…); ni contra el establecimiento, del cual él es parte privilegiada. Lo demás, son pataletas de una falsa oposición. Y, es probable, una demagógica jugada para ir “calentado” el aún lejano debate electoral.

La paz es un derecho del pueblo colombiano. Y por su conquista y materialización debe haber muchas resistencias civiles, más invocaciones a la salida política negociada de un conflicto que ha causado miles de muertos, de despojados y desplazados, y menos discursos guerreristas. Ah, dicen en los corrillos que Uribe debiera llamar a una resistencia civil contra el paramilitarismo supérstite y las bandas criminales.  

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