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Uribe-Chávez o la vanidad

Reinaldo Spitaletta

09 de noviembre de 2009 - 11:39 p. m.

Parece que hubiera un acuerdo tácito entre Uribe y Chávez con el fin de que cada uno, en su respectivo país, mantenga la “popularidad”.

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Y si antes las Farc “eligieron” a Pastrana y luego a Uribe, ahora parece que el máximo elector del presidente colombiano será su homólogo de Venezuela.

Son de por sí “jartos” quienes se perpetúan en el poder. Más que beneficiar a un conglomerado, a la masa, que sólo sirve para ser utilizada o como carne de cañón, o como votante, o como parte de una argumentación falaz para sustentar el llamado “estado de opinión”, se dedican a gobernar en pro de las transnacionales y los banqueros, como pasa en Colombia, o para crear una suerte de culto a la personalidad, como acontece en Venezuela.

Tiene razón Fernando Vallejo cuando comienza su muy investigada biografía sobre el poeta José Asunción Silva con unas palabras definitivas: “Colombia no tiene perdón ni redención. Esto es un desastre sin remedio”. Ahora, con la alharaca armada por el vociferador Chávez en torno a prepararse para una guerra con Colombia, puede esta situación convertirse en la hecatombe que tanto desea Uribe para volverse a presentar como candidato presidencial.

El alboroto provocado por Chávez, que Colombia –dice- llevará a organismos como la ONU y la OEA, parece caerle muy bien a una situación de desprestigio del régimen uribista. En las primeras planas y titulares de noticiarios aparece el bocón venezolano y se contribuye al entierro de seguimientos como la de los subsidios de Agro Ingreso Seguro no sólo a amigos del Presidente, sino a patrocinadores del paramilitarismo en el país.

El documentado debate que promovió el senador Jorge Robledo y que puso en jaque al ministro de Agricultura y a su antecesor, parece caer ahora en el olvido. Y todo porque se maneja muy bien de parte de palacio y de los medios de información, el asunto de la gritería chavista. Renace el chauvinismo. Se agitan las banderolas, como si fuera un encuentro entre barras bravas de fútbol.

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También parece retirarse a los cuartos del rebujo el necesario debate acerca de las siete bases gringas en Colombia y la autorización para que naves militares estadounidenses aterricen en aeropuertos civiles de este país. Acordémonos que las posiciones belicistas de Chávez surgen, precisamente, a partir del acuerdo que Colombia suscribió con Washington, y que él, con razón, ve como una amenaza para la seguridad nacional de su país.

La vocinglería chavista es propicia también para excluir de las primeras páginas temas como el espionaje del DAS, los “falsos positivos” o crímenes de Estado, la inseguridad creciente en ciudades como Medellín, Barranquilla, Cali y otras que llevan a realizar de parte de la ciudadanía amplios cuestionamientos a la denominada política de “seguridad democrática”.

¿Qué pasó, por ejemplo, con el cuento de las zonas francas y los hijos de Uribe? ¿Qué con el choque entre el Presidente y la Corte Suprema de Justicia? ¿Qué con el hermano del ministro Valencia Cossio? El listado de hechos que van desapareciendo de los medios es extenso. Y hoy, con los vientos guerreristas que soplan desde Venezuela (aunque Chávez ha dicho que se trata de una actitud de defensa, no de ataque), menos se continuarán los desarrollos a temas que tienen que ver con este “desastre” de país.

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En cualquier conflicto entre países, quienes más sufren son los pueblos. El lío con Venezuela (que revive viejas épocas en que políticos de uno y otro lado aprovechaban para promover estúpidos chauvinismos) hay que resolverlo con el diálogo directo más que con mediadores diplomáticos internacionales.

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Volviendo a la relación Uribe-Chávez, me parece que ambos caben en aquello que trató muy bien el filósofo de Otraparte, cuando advertía acerca de la vanidad como un simulacro. Ambos son apariencia. “Esos animales que habitan la Gran Colombia, parecidos al hombre…”. Mientras tanto, los dos pueblos que están bajo el yugo de estos vanidosos sufren las consecuencias de su conformismo al tolerar “la inmundicia de nuestros gobiernos”.

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