Lo saben todos: la política tiene mucho de farsa y de sainete barato. Y los que en un momento son “enemigos”, al menos en sus demostraciones de histrionismo para la galería, mañana pueden ser los “nuevos mejores amigos”. En Colombia, han sido comunes las alianzas oligárquicas entre aparentes contrincantes irreconciliables, como sucedió, por ejemplo, entre Laureano Gómez y Alberto Lleras Camargo para asuntos del Frente Nacional.
Entre Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, expresidentes, ambos siniestros en el ejercicio de sus mandatos, ha resucitado un acercamiento electoral, unidos en sus repulsas hacia el acuerdo de paz suscrito entre el Gobierno y las Farc, guerrilla que, a partir de hoy, quedará desarmada y comenzará su transición a la vida civil.
La vieja nueva pareja, que ha sido como un matrimonio con desavenencias de poco calado, ha tenido sus romances de misa y sermón, como sus alejamientos —más retóricos que de principios—, que en sus respectivos encontrones los han puesto en titulares de prensa y murmuraciones de corrillo. Aparte de sus besuqueos y pellizcos, sus programas en la política han estado al servicio de la entrega del país a las transnacionales y otros intereses foráneos, como al desvalijamiento de lo público, tal como lo requiere su adhesión al credo neoliberal.
En ese circo triste, y chambón, y politiquero, que es Colombia, Uribe y Pastrana, los dos sumisos acólitos de Washington, tornan a la palestra de los intereses creados, como parte de una comedia de polichinelas y colombinas del subdesarrollo. Ahora, ante la cercanía de los comicios, los dos sujetos caminan de gancho y calculan sus repartos y ambiciones.
Como unas gotitas para la memoria en esta tierra de olvidos y miserias, no sobra recordar algunos episodios en los que, como si estuvieran en la cocina, uno y otro se tiraron platos y cucharas. No está por demás decir que para la elección presidencial de uno y otro las Farc influyeron con creces, en tiempos en que esa exguerrilla daba o quitaba votos. En su primera campaña a la Presidencia, Uribe cuestionó a Pastrana y la zona de despeje del Caguán, crítica que le dio réditos electorales sobre todo en los sectores guerreristas del país.
Después, cuando ya Uribe era presidente, Pastrana se dejó venir contra el acuerdo con los paramilitares: “En Ralito, Uribe despejó y pactó en secreto, no negoció”, y luego clavó el dardo: “Con quienes pactó no eran paramilitares, sino mafiosos (…) Con el proceso de paz del Gobierno con los grupos paramilitares en realidad se estaba legalizando a los narcotraficantes”.
Más tarde, cuando terminaron los ocho años de Uribe, cuya reelección había “incentivado” con notarías y otros actos de corrupción, Pastrana despotricó de la “Seguridad Democrática” y advirtió cómo habían aumentado los índices de inseguridad en campos y ciudades.
“La herencia que nos deja el presidente Uribe son las bacrim (bandas criminales)”, dijo Pastrana en febrero de 2011. Y agregó que la “zona de distensión” de Ralito solo le dejó al país “unos grupos paramilitares que están actuando hoy como nunca”. Uno de los flechazos (Cupido ya se había ido) contra Uribe se resume en una frase “célebre” del hijo de Misael: “Mis asesores están siendo llamados al nuevo Gobierno, los de Uribe están siendo llamados a indagatoria”.
Y así, uno y otro se iban tirando de las mechas, cual busconas que se disputan clientes. Mientras que para Uribe su antecesor había entregado un “país literalmente secuestrado”, para Pastrana el asunto de la “Seguridad Democrática” no era sino pura estadística. Una de las declaraciones de este último con más picante fue aquella cuando señaló que “si el presidente Uribe se quiere quedar con el Partido Conservador, bienvenido… ese es el partido de la corrupción” y le recordó aspectos de la corruptela uribista como Agro Ingreso Seguro y los pactos que, según él, había suscrito con los “narcotraficantes en Ralito”.
Uno y otro han convertido al país en un descampado para la corrupción, la violencia, la entrega de las riquezas a extranjeros y sus intermediarios, y se caracterizan por su perfil antipopular, como bien lo registra la historia de múltiples medidas contra los trabajadores y los sectores más vulnerables de la población. El apoyo al negocio gringo del Plan Colombia y el beneplácito por la invasión de Bush a Irak están entre su catálogo de servidumbre.
Ah, no sobra decir que el actual presidente sirvió a ambos como ministro de Hacienda y de Defensa, con “falsos positivos” y “sudor, sangre y lágrimas” para los desprotegidos. El diablo los cría y ellos se arrejuntan.