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Qué peligroso (y necesario) es un cantor cuando le canta al pueblo, cuando se vuelve guía en campos y ciudades, cuando sabe que su voz puede ser luz de los irredentos y fuego contra los que están arriba con sus puercas patas puestas sobre los de abajo. No sé qué tanto las nuevas generaciones, las que sucedieron a aquellas que enarbolaron cantos, banderas y consignas contra el imperialismo y otros enemigos de los pueblos, escuchen la voz y la guitarra de Víctor Jara. Al mismo que, hace cincuenta años, en el golpe de Estado contra Salvador Allende (auspiciado por la CIA, Nixon y Kissinger), lo asesinaron en el Estadio Nacional de Chile.
Jara, teatrero, compositor, autor, cantor, que recibió parte del legado de Violeta Parra y de otras sonoridades y poetas, se erigió en símbolo de la nueva canción de América Latina, que nació entre las huracanadas luchas sociales. “Mi canto es de los andamios / para alcanzar las estrellas…”, dijo aquel juglar cuya vida transcurrió desde septiembre de 1932 a septiembre de 1973, cuando tras el golpe del 11 de septiembre, los militares lo detuvieron, junto a decenas de profesores y alumnos, en la Universidad Técnica del Estado.
Ya para esos días de sangre, muerte, desaparecidos, represión militar contra el pueblo chileno, Jara, de 41 años, era un reconocido portaestandarte de los sentimientos y aspiraciones de jornaleros, obreros, estudiantes; de los pobres y los oprimidos. Era la voz de todos aquellos que la historia no había tenido en cuenta. No cantaba por cantar, “ni por tener buena voz”, ni por darse ínfulas, tampoco para aparecer en carátulas y afiches de promoción, ni para descrestar muchachas o satisfacer los intereses de disqueras, sino porque era un pájaro libre.
Hijo de Manuel, trabajador del agro, y de Amanda, ama de casa que tocaba guitarra y cantaba, a los cuales su hijo les compuso una célebre tonada: “Te recuerdo Amanda / la calle mojada / corriendo a la fábrica / donde trabajaba Manuel”, ese mismo que, en cinco minutos, quedó destrozado con otros tantos operarios. Jara era un sembrador de buenas nuevas para los que siempre estuvieron bajo el yugo de la explotación. Por eso, cuando el golpe contra Allende, los militares se ensañaron con él. Lo golpearon, patearon, escupieron, y, para que su voz no brotara, le destrozaron la mandíbula a culatazos.
El 15 de septiembre de 1973, los milicos trasladaron a muchos prisioneros, entre ellos Jara, al Estadio Nacional, separaron al cantor del resto y le propinaron 44 disparos. Mucho tiempo después, se acusó a siete militares del crimen y hace una semana, a cincuenta años del asesinato, fueron condenados, entre ellos el exbrigadier Hernán Carlos Chacón. Este no alcanzó a estar ni un día purgando la pena de 25 años de prisión, porque se pegó un tiro.
Hace cincuenta años hubo un golpe militar en Chile, un presidente muerto (al principio circuló la versión de su asesinato, luego se estableció el suicidio), miles de personas asesinadas, cuantiosos desaparecidos y un cantor acribillado, después de sufrir incontables torturas. Víctor Jara, ganador en 1969 del Festival de la Nueva Canción Chilena, dirigió obras de teatro y fue asistente del célebre director uruguayo Atahualpa del Cioppo en el montaje de El círculo de tiza caucasiano, de Bertolt Brecht.
La Plegaria del labrador fue una de sus primeras piezas que se esparcieron por América Latina: “Levántate y mírate las manos / Para crecer, estréchala a tu hermano / Juntos iremos unidos en la sangre / Hoy es el tiempo que puede ser mañana”. Las canciones de Jara iban recorriendo montes y ciudades. Así como cantaba a los mineros, podía cantarle al Che Guevara, homenajear a los jibaritos de Puerto Rico y promover las luchas antiimperialistas de los pueblos del mundo.
En 1973, Chile, cuyas gestas populares eran una guía para otras geografías latinoamericanas, era un reverbero, un tinglado de luchas clasistas. La Unidad Popular y el gobierno de Allende resistían a la fiera ofensiva de sectores que aspiraban a restablecer el antiguo régimen. Las señoras de la burguesía marchaban con sus cacerolas y los camioneros intentaban paralizar el país. Jara, entre tanto, participaba en un ciclo de programas de TV contra la Guerra Civil y el fascismo, según el llamado que, en ese sentido, había hecho Pablo Neruda, Nobel de Literatura en 1971.
Hubo un septiembre negro en Chile. Muy trágico y sangriento. Sucedió hace cincuenta años. Entre los miles de asesinados por la dictadura militar que se instaló tras el golpe de Estado contra Allende, estuvo el cantor y director de teatro Víctor Jara. En las emisoras populares sonaba entonces el himno compuesto por Sergio Ortega: “Y ahora el pueblo / que se alza en la lucha / con voz de gigante / gritando ¡adelante! / ¡El pueblo unido jamás será vencido!”.
Jara estaba cantando cuando lo sorprendió la muerte vestida de militar. Cincuenta años después del asesinato, la voz del cantor se sigue escuchando en la historia.
