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Videla y su balón sangriento

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Reinaldo Spitaletta
20 de mayo de 2013 - 11:00 p. m.
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Eran días de sangre y de desaparecidos. Los días del Matador Kempes y de Videla, el asesino. El genocida. Ya llevaba el matador de personas, el Jorge Rafael, más de dos años cabalgando en la dictadura de un país que en algún momento de su historia había sido del Primer Mundo.

Pero con la instauración del llamado Proceso de Reorganización Nacional, es decir, la negación de la democracia, la Argentina se convertía en sede de campos de concentración, exterminio y tortura, en medio de los gritos conturbados de gol.

El dictador acaba de morir, condenado a cadena perpetua, pese a los indultos concedidos por Menem, el corrupto. Había encabezado el golpe militar el 24 de marzo de 1976 y nunca dejó de reivindicar el terrorismo de Estado, que su gestión practicó con lujo de detalles, ni de justificar los miles de crímenes que se le imputaron.

El campeonato mundial de 1978, le  cayó de plácemes a la dictadura militar argentina, con lo que borró y camufló los gritos de los torturados y de los desaparecidos.  Un torneo, que ganó el local con muchas dudas (todavía quedan las incógnitas si Perú se vendió a los intereses de la dictadura, al caer por seis a cero, que era el marcador que necesitaba Argentina para clasificar a la final), se utilizó para mostrar al mundo una cara “feliz” de los paisanos de Borges (al que por lo demás le chocaba el fútbol; una de sus conferencias se programó a la hora exacta en que jugaba la selección).

Ya había pasado un poco más de un año de haber desaparecido la dictadura al escritor y periodista Rodolfo Walsh, por sus denuncias de los crímenes de Videla y compañía, cuando Argentina se coronó campeón del mundo. A Videla (más que a Menotti, el técnico) se le había hecho el milagro de que faltando unos segundos para finalizar el partido en su tiempo reglamentario, un disparo del holandés Rensenbrink pegara en el palo. En el suplementario, la selección albiceleste ganó con los golazos del matador Mario Kempes.

Muy cerca del estadio Monumental, tapizado de papel picado, donde la gente celebraba en éxtasis colectivo el triunfo, estaba la Escuela de Mecánica del Ejército, que servía como campo de concentración. El escándalo masivo no permitía escuchar los alaridos de los torturados. Ese episodio lo recuerda así el Nobel de Paz Rodolfo Pérez Esquivel: “Todos los presos políticos, los perseguidos, los torturados y los familiares de los desaparecidos estábamos esperando que Menotti dijera algo, que tuviera un gesto solidario, pero no dijo nada (…) Él también estaba haciendo política con su silencio”.

Videla, al que el fútbol poco le había importado en su juventud, se metió de lleno a organizar el Mundial, con la aquiescencia de la Fifa, la mayor transnacional del negocio futbolero. Era una oportunidad histórica para ocultar los permanentes atentados contra los derechos humanos en ese país. El fútbol como fachada, como distractor y tapador  de realidades, se utilizó en ese evento, tal como lo había hecho Hitler en 1936 con los Juegos Olímpicos. O como Mussolini en 1934.

Osvaldo Ardiles, uno de los campeones de 1978, diría tiempo después: “Duele saber que fuimos un elemento de distracción para el pueblo mientras se cometían atrocidades… Fuimos utilizados como propaganda de los militares”. La orgía futbolera no permitía escuchar los coros de las Madres de Mayo, frente a la Casa Rosada, protestando contra la dictadura y pidiendo razón de los desaparecidos. El único mundialista que las acompañó fue el arquero de Suecia Ronnie Hellstrom: “era una obligación que tenía con mi conciencia”, dijo.

En el Mundial de Argentina, el fútbol tapó a la picana; mientras Videla celebraba casi hasta el orgasmo los goles del Matador, muy cerca de allí los presos políticos eran torturados, al tiempo que a otros los arrojaban desde aviones al Río de la Plata. Johan Cruyff, el gran futbolista holandés, se negó a participar en ese campeonato debido a la violación masiva de derechos humanos de parte de la dictadura argentina. Treinta y cinco años después de aquella fiesta sangrienta, ha muerto el exdictador y genocida Jorge Rafael Videla. Que el demonio lo acoja en su candente seno.

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