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¿Viva la guerra, muera la paz?

Reinaldo Spitaletta

07 de julio de 2015 - 01:01 a. m.

Cuando los hijos de los oligarcas (y de miembros de la extrema derecha criolla) sean obligados a prestar servicio militar, quizá la ya vieja guerra o conflicto armado colombiano toque a su fin.

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Y no porque tales “buenos muchachos” vayan a ser extraordinarios soldados, sino porque, así, podrán los de los exclusivos clubes que desde hace doscientos años dominan el paisito, ver la guerra (o, por qué no, la búsqueda de la paz) de otra manera.

Y aunque el anterior aserto sea, más bien, una “boutade”, puede servir para enmarcar la actual situación del proceso de paz y las acciones armadas de las Farc, que con sus actuaciones antipopulares se dan la mano con la extrema derecha colombiana.

Ya se sabe hasta el cansancio cuál fue el origen de las Farc; los bombardeos del gobierno de Guillermo León Valencia, con apoyo gringo, a Marquetalia y otras “repúblicas independientes” (al decir de Álvaro Gómez), formadas por autodefensas campesinas. También se conoce hasta el agotamiento temático acerca del fracaso de la lucha armada en Colombia y la lumpenización de las facciones armadas extremoizquierdistas, por no entrar a analizar las de la extrema derecha, que en rigor siguen dominando buena parte del territorio nacional. Ya no con la cédula del paramilitarismo sino con la de las bacrim.

Ya están lejanos aquellos días de romanticismo de algunos dirigentes guerrilleros, que luego mudaron su posición, en nefandas alianzas con el narcotráfico o con este como modus vivendi, para convertirse con sus dirigidos en razones sociales más preocupadas por el dinero y el poder de la fuerza que por presuntos cambios sociales. Es más, muchas de sus acciones han ido contra los intereses populares. Y la población civil ha sido el coto de caza y la víctima principal de sus múltiples atentados.

Este grupo, al cual el jefe del equipo negociador del gobierno le advirtió que en cualquier momento podría encontrar la silla vacía en La Habana, actúa sin muchas diferencias con las transnacionales más peligrosas del orbe. Hace algún tiempo, la Chevron vertió 18 mil galones de agua tóxica en bosques tropicales del Ecuador, sin reparación alguna, y con su acción depredadora dejó sin trabajo a los agricultores y enfermó a la población nativa.

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La Coca-Cola, que produce la denominada “leche del capitalismo”, contamina, viola los derechos de los trabajadores, persigue sindicalistas. En Colombia, hace algunos años, depositó aguas contaminadas en humedales. Mc Donalds deforesta selvas, explota mano de obra, mata millones de animales y engorda muchachitos hasta niveles de alta peligrosidad. Y el catálogo es extenso y en él no pueden faltar Monsanto, la British Petroleum, la Nestlé, etc.

Y las Farc, con sus ataques que afectan más al pueblo que a los capitalistas, destruye ecosistemas, contamina ríos, deforesta selvas, y lo peor, sus atentados perjudican poblaciones, como pasó recientemente en Tumaco y como ha sucedido en otros días en distintas localidades. Sus actos depredadores no se diferencian, por ejemplo, de los crímenes ambientales que cometen transnacionales mineras en Colombia, tiradas por las “locomotoras del desarrollo” santista.

Es cierto. Cada día se envilece más el proceso de paz. Y los enemigos, tanto los agazapados como los abiertos (y en este punto hay que ubicar también a las Farc que, paradójicamente, parecen enemigas de una solución negociada al conflicto) dan la apariencia de disfrutar del deterioro de las conversaciones. De otro lado, esos son los bemoles de negociar en medio del conflicto.

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Con todo lo que está pasando, da la impresión de que la guerra es más fácil que la paz. Y puede dar hasta más dividendos económicos. La historia está llena de tales ejemplos. Y quizá por ello, tanto los de un extremo como los del otro persisten en mantener el caos, al tiempo que la mayoría de la población se debate entre los horrores y otras miserias.

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El negociador presidencial dijo que con lo que está ocurriendo, con todos los atentados incluidos, el proceso está llegando a su fin. La guerra tiene más “goodwill” que la paz, sobre todo cuando con el ejercicio de la primera hay posibilidades de lucro para unos cuantos, mientras los otros, la gran masa, siguen siendo las víctimas (así en la paz como en la guerra). Sin reparación. Sin verdad. Sin justicia.

Ha declarado la ministra de Educación que es más fácil hacer la paz con los “amigotes”, como sucedió en el gobierno de Uribe, que con los enemigos. Lo dicho: alisten en las filas del ejército a los hijos (y sobrinos y nietos) de los magnates capitalistas y de pronto la conversa habanera fluye.
 

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