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                                                                                                                              ¿Volverán los “falsos positivos”?

                                                                                                                              El gran capital de una publicación periodística es la credibilidad. The New York Times, viejo periódico estadounidense fundado en 1851, se ha ganado un puesto de honor en la historia del periodismo serio. Y pese a que, hoy, el denominado “cuarto poder” ha sido absorbido por los demás poderes y, en general, diarios y otros medios de comunicación se han vuelto oficiosos y turiferarios, el de marras ha tenido destacadas actuaciones precisamente contra los abusos y maniobras tenebrosas de los todopoderosos.

                                                                                                                              Un diario, como un noticiario de televisión o de radio, no está hecho (es su utopía) para la adulación y la lambonería. No es para la complacencia con los abusos de magnates y presidentes. Su esencia, al menos en teoría y en su deber ser, es la de informar con solidez sobre diversidad de asuntos, entre ellos los relacionados con las tropelías o desafueros de los que aplastan a los “humillados y ofendidos”.

                                                                                                                              Se sabe que un periódico debe decir lo que alguien no quiere que se diga. Debe dar cuenta de aspectos que, por diversos y mezquinos intereses, sería mejor para el poder (cualquiera que este sea) que se mantuvieran ocultos. El reciente caso de un informe del diario neoyorquino sobre Colombia y, en particular, acerca del ejército, ha despertado reacciones a granel y puesto en la rampa de la actualidad “viejas” aberraciones nacionales como las de los “falsos positivos”, ocurridos entre 2002 y 2008 en el país y que causaron la muerte de cerca de diez mil personas a las que se hicieron pasar como guerrilleros.

                                                                                                                              La nota del reportero Nicholas Casey, titulada “Las órdenes de letalidad del ejército colombiano ponen en riesgo a los civiles, según oficiales”, publicada el 18 de mayo de 2019, cuyo autor tuvo que abandonar el país debido a los ataques y “falsas noticias” auspiciados por algunos parlamentarios y áulicos del gobierno, fue una revelación bien fundamentada en fuentes orales y documentos. Sin embargo, para una congresista, acostumbrada a desbarrar, como cuando dijo que la masacre de las bananeras era una invención del realismo mágico, se trataba de una “fake news”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Tras un intercambio de comunicaciones entre el gobierno colombiano y los editores del periódico neoyorquino, este publicó un editorial en el que advierte que la “paz en Colombia puede estar desintegrándose”, “lo que sería un desastre para el país, para la región y para la causa de la democracia”. En su posición frente al proceso de paz en el cual, según la publicación, Estados Unidos ha invertido más de diez mil millones de dólares, The New York Times dijo que “El actual presidente y sus aliados de derecha sabotearon el progreso pacífico bajo el acuerdo”.

                                                                                                                              En la nota informativa que causó rasquiñas y descomposturas en sectores gobiernistas, e incluso llevó a que se supiera que una prestigiosa revista nacional tenía esa misma información pero no la publicó, se dice, entre otros tópicos: “otra encarnación de esa política (la de los “falsos positivos”) está siendo impulsada por el nuevo gobierno contra los grupos criminales, guerrilleros y paramilitares del país, según las órdenes revisadas por The New York Times y tres oficiales de alto rango que hablaron sobre esas medidas”.

                                                                                                                              La publicación condujo, además de los consabidos debates sobre el rol del periodismo, a despertar la ingeniosidad popular, como cuando se pone, por ejemplo, al jefe del Centro Democrático a pedir a sus seguidores que no compren el New York Times, pues para eso está el Q’hubo. De cualquier modo, la campaña de desprestigio que se quiso montar contra el periódico gringo se convirtió más bien en una suerte de bumerang y los trasquiladores salieron trasquilados.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              No está por demás, para no perder de vista el deber ser de los medios de comunicación, decir que cuando un diario, revista, noticiero, en fin, se vuelve adocenado, soba-saco, lambón y se prosterna ante el poder, pasa a engrosar el elenco de los propagandistas y batidores de incienso. Que es lo que más se nota en estos tiempos en medios de comunicación colombianos.

                                                                                                                              Y aunque The New York Times no es la “suma de la perfección” informativa y, por ejemplo, al igual que muchas otras publicaciones estadounidenses, se caracterizó por el unilateralismo cuando su país invadió a Irak, en el caso del reportaje sobre la posibilidad de una reinstauración de los “falsos positivos” en Colombia, sí aplicó los mandamientos del buen periodismo.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              El gran capital de una publicación periodística es la credibilidad. The New York Times, viejo periódico estadounidense fundado en 1851, se ha ganado un puesto de honor en la historia del periodismo serio. Y pese a que, hoy, el denominado “cuarto poder” ha sido absorbido por los demás poderes y, en general, diarios y otros medios de comunicación se han vuelto oficiosos y turiferarios, el de marras ha tenido destacadas actuaciones precisamente contra los abusos y maniobras tenebrosas de los todopoderosos.

                                                                                                                              Un diario, como un noticiario de televisión o de radio, no está hecho (es su utopía) para la adulación y la lambonería. No es para la complacencia con los abusos de magnates y presidentes. Su esencia, al menos en teoría y en su deber ser, es la de informar con solidez sobre diversidad de asuntos, entre ellos los relacionados con las tropelías o desafueros de los que aplastan a los “humillados y ofendidos”.

                                                                                                                              Se sabe que un periódico debe decir lo que alguien no quiere que se diga. Debe dar cuenta de aspectos que, por diversos y mezquinos intereses, sería mejor para el poder (cualquiera que este sea) que se mantuvieran ocultos. El reciente caso de un informe del diario neoyorquino sobre Colombia y, en particular, acerca del ejército, ha despertado reacciones a granel y puesto en la rampa de la actualidad “viejas” aberraciones nacionales como las de los “falsos positivos”, ocurridos entre 2002 y 2008 en el país y que causaron la muerte de cerca de diez mil personas a las que se hicieron pasar como guerrilleros.

                                                                                                                              La nota del reportero Nicholas Casey, titulada “Las órdenes de letalidad del ejército colombiano ponen en riesgo a los civiles, según oficiales”, publicada el 18 de mayo de 2019, cuyo autor tuvo que abandonar el país debido a los ataques y “falsas noticias” auspiciados por algunos parlamentarios y áulicos del gobierno, fue una revelación bien fundamentada en fuentes orales y documentos. Sin embargo, para una congresista, acostumbrada a desbarrar, como cuando dijo que la masacre de las bananeras era una invención del realismo mágico, se trataba de una “fake news”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Tras un intercambio de comunicaciones entre el gobierno colombiano y los editores del periódico neoyorquino, este publicó un editorial en el que advierte que la “paz en Colombia puede estar desintegrándose”, “lo que sería un desastre para el país, para la región y para la causa de la democracia”. En su posición frente al proceso de paz en el cual, según la publicación, Estados Unidos ha invertido más de diez mil millones de dólares, The New York Times dijo que “El actual presidente y sus aliados de derecha sabotearon el progreso pacífico bajo el acuerdo”.

                                                                                                                              En la nota informativa que causó rasquiñas y descomposturas en sectores gobiernistas, e incluso llevó a que se supiera que una prestigiosa revista nacional tenía esa misma información pero no la publicó, se dice, entre otros tópicos: “otra encarnación de esa política (la de los “falsos positivos”) está siendo impulsada por el nuevo gobierno contra los grupos criminales, guerrilleros y paramilitares del país, según las órdenes revisadas por The New York Times y tres oficiales de alto rango que hablaron sobre esas medidas”.

                                                                                                                              La publicación condujo, además de los consabidos debates sobre el rol del periodismo, a despertar la ingeniosidad popular, como cuando se pone, por ejemplo, al jefe del Centro Democrático a pedir a sus seguidores que no compren el New York Times, pues para eso está el Q’hubo. De cualquier modo, la campaña de desprestigio que se quiso montar contra el periódico gringo se convirtió más bien en una suerte de bumerang y los trasquiladores salieron trasquilados.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Y aunque The New York Times no es la “suma de la perfección” informativa y, por ejemplo, al igual que muchas otras publicaciones estadounidenses, se caracterizó por el unilateralismo cuando su país invadió a Irak, en el caso del reportaje sobre la posibilidad de una reinstauración de los “falsos positivos” en Colombia, sí aplicó los mandamientos del buen periodismo.

                                                                                                                              No ad for you

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