Admirado colega, a usted le bastó para la gloria una sola de sus crónicas: la que le publicaron el Times londinense y el New York Times —en primera página— el 28 de abril de 1937.
En ella, usted informaba del bombardeo de la ciudad santa de los vascos, Guernica, por los aviones de la Legión Cóndor alemana, los voluntarios que Hitler envió para apoyar al inferiocre general Franco en la Guerra Civil española. Unos voluntarios que ya habían bombardeado Madrid y estuvieron a punto de destruir el Museo del Prado, y que dos días antes de su crónica, a las 16.15, comenzaron a sembrar destrucción y muerte, durante tres horas y quince minutos, en aquel pueblo indefenso al este de Bilbao.
He escrito que usted “informaba”, cuando en realidad debí escribir que usted “denunciaba”. De la manera más honesta y profesional: limitándose a decir lo que había visto y lo que le habían contado los testigos presenciales, sin recurrir al panfleto, que es la tentación del torpe y del ideólogo, dos caracteres que suelen ir unidos muchas veces. Gracias a su veracidad, el montaje urdido por el régimen nazi y la propaganda franquista se vino abajo: fueron aviadores italianos y alemanes quienes causaron la hecatombe, quienes ametrallaron en vuelo rasante a la población civil en fuga, quienes dejaron ese rastro cainita en el suelo vasco.
Es bastante seguro que sin usted, sin su crónica a menos de 48 horas del suceso, el bombardeo de Guernica no se habría conocido en el resto del mundo ni le hubiese inspirado a Picasso su cuadro más famoso. Sólo eso sería ya mérito suficiente, pero debe añadirse que sus palabras despertaron una conciencia hasta entonces dormida: lo que acababa de suceder en Guernica podía ser pronto cruda realidad en el resto de Europa, y de hecho lo fue: Varsovia, Rotterdam, Coventry, seguirían luego en esa lista execrable.
Hay un futurible que siempre me planteo respecto de su persona. Trato de imaginarme la cara que usted hubiese puesto, ya muerto el inferiocre, al ver llegar a Madrid ese cuadro de Picasso, ¡nada menos que custodiado y protegido por la Guardia Civil! Con su sentido británico del humor, seguro que se habría sonreído.