Yo soy como el picaflor

Ernst Lubitsch († 30.11.1947)

Ricardo Bada
25 de noviembre de 2022 - 11:00 a. m.

El próximo miércoles se cumplen 75 años de la muerte de Ernst Lubitsch, uno de los más grandes directores de la Historia del Cine. Fue además el primer director europeo de renombre que intentó tan pronto como 1923 la aventura de Hollywood, con éxito, e hizo que los críticos acuñaran la expresión “the Lubitsch touch [el toque Lubitsch]” para caracterizar su estilo inimitable.

El secreto de ese estilo es una sencilla máxima del pintor Ad Reinhardt, popularizada por el arquitecto Mies van der Rohe: “Menos es más”. Billy Wilder, que lo admiraba por encima del resto del gremio, y que escribió varios guiones para él, amén de ser su natural sucesor, lo resumió de manera muy gráfica diciendo que Lubitsch “Podía decir bastante más con una puerta cerrada que otros directores con una bragueta abierta”.

Acabo de repasar golosamente la filmografía de este genio. Tiene tantas obras maestras que uno se ve en apuros para seleccionar tres o cuatro más que maestras, por así decirlo. A título personal aúpo hasta esos puestos este póker de ases: Trouble in Paradise [Un ladrón en la alcoba], la predilecta del propio Lubitsch entre las suyas; Ninotchka, donde inmortalizó la risa de Greta Garbo; The Shop Around the Corner [El bazar de las sorpresas], que inspiró a Nora Ephron para escribir el guion y dirigir una secuela digna del original, You’ve Got Mail [Tienes un e-mail]; y en cuarto lugar la inmarchitable To Be or Not to Be [Ser o no ser], en la que puso en el peor de los ridículos toda la parafernalia nazi así como el culto a la personalidad de Hitler, de tal modo que a un crítico más bien escandalizado le hizo decir: “Tal y como están las cosas, uno tiene la extraña sensación de que Mr. Lubitsch es un Nerón, jugueteando mientras arde Roma”.

Por Ninotchka, mi favorita, tan fresca como en el año en que nacimos ella y yo, 1939, no pasan los años. Tuve la suerte de verla en la Cinemateca de Budapest cuando el telón de acero ya lucía oxidado, y las carcajadas de los húngaros me certificaron las verdades como puños que Lubitsch incluyó en ella. La línea del diálogo que más me gusta es cuando ella le muestra a Leon la herida que le hizo en el cuello un lancero polaco; Leon se compadece, «¡Pobre Ninotchka!», pero ella le responde: «De mi no se apiade, compadezca al lancero polaco, lo maté después».

El día del entierro de Lubitsch en el cementerio angelino de Forest Lawn, al terminar la ceremonia salieron juntos dos de sus más cercanos colaboradores, los guionistas Charles Brackett y Billy Wilder, varias veces oscarizados, y Brackett dijo sombrío: “¡Se acabó Lubitsch!”, respondiéndole Wilder: “Peor aún: se acabaron las películas de Lubitsch”.

 

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