In memoriam Jorge Risi

Ricardo Bada
28 de octubre de 2022 - 02:00 a. m.

Jorge murió el lunes 17 en México, y esa noticia tan inesperada me dejó desarbolado: ha sido uno de los mejores amigos que he tenido en mi vida, desde aquel día de 1965 que lo conocí, estando él en Colonia como alumno del gran violinista Max Rostal. Era Jorge un ser humano extraordinario y uno de los artistas que más he admirado: que siendo un virtuoso de la crème de la crème en su profesión, sacrificó su carrera a la pedagogía.

La historia de la música clásica continental le debe la creación del Cuarteto de Cuerdas Latinoamericano, con grabaciones excepcionales, y también un curso de interpretación del violín, modélico en su género: ha dejado su huella en docenas de alumnos que adoraban a su maestro, quien no por casualidad nació en una calle llamada Armonía, en Montevideo.

Su palabra franca, su sencillez innata, su afán pedagógico, le hacían inolvidable para quienes lo trataron, en Alemania (donde fue uno de los alumnos más brillantes del Conservatorio de Colonia), en México (donde se desempeñó como concertino en la Filarmónica de la capital) y en su país, donde al retorno de la democracia ocupó altos cargos profesionales, entre ellos la dirección del SODRE, el Servicio Oficial de Difusión, Representaciones y Espectáculos, que aglutina la Orquesta Sinfónica, el Coro, el Ballet, el Conjunto de Música de Cámara y la Orquesta Juvenil nacionales.

En su portal, donde renunció expressis verbis a presentarse a través de una “acumulación de naderías que pronto se llevará el viento, y que a lo sumo reflejan la magnitud del ego que las sustenta”, dejó escrito Jorge: “Una hoja de vida debe ser lo contrario a una hoja de muerte: lo pensé en abril de 1984 cuando salvé apenas la vida con las de mis hijos en un espectacular accidente en la Avenida Virreyes de México, o años más tarde, cuando todavía bajo efectos de la anestesia pude tocar los vendajes que atestiguaban que mi operación a corazón abierto había pasado exitosamente, respiré todo lo hondo que podía con aquel infierno de cables y tubos. Pasaron más de 20 años hasta que una consulta fortuita hizo que me implantaran un marcapasos urgentemente, que llevo como trofeo desde hace mucho”.

Cuando tuvo que abandonar el Uruguay a causa de la dictadura, vivió unos dos meses en nuestro apartamento, hasta que consiguió un trabajo, alquiló un piso e hizo venir a su esposa y sus hijos, cuyas edades son casi especulares con las de los nuestros. No sé más qué decir. Para nosotros también es una pérdida familiar.

Descansa en paz, Jorge. Nunca olvidaré el concierto de Mendelssohn que ensayaste en mi presencia una noche montevideana, en tu casa de Retiro. Descansa en paz, amigo tan querido.

 

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