Publicidad

Incendios

Ricardo Bada
17 de febrero de 2023 - 08:27 p. m.

Hace poco sufrimos un incendio en la cocina del apartamento donde vivíamos, y casi no hubo llamas, pero sí un humo tal que parecíamos estar en una de las famosas nieblas de Londres. Muchas fueron las amistades que se condolieron conmigo. A uno de esos amigos lo conocí gracias a su cuenta Twitter, @alercilo. Se llama Alejandro Arcila, es abogado, paisa, vive en El Carmen de Viboral, y me contó la historia de un incendio allá. Tan buena, es que la quiero compartir aquí:

“Lamento mucho el incendio y todo lo que perdiste allí, verdaderamente me conmovió mucho la noticia y me quedé de una pieza al leerte. No sé si sea el caso escribirte esto ni si te sirva para animarte, pero justamente he venido pensando en incendios las últimas semanas, pues hace un tiempo se quemó un taller que queda cercano a mi casa y me gustaría contarte un poco por qué me puso a pensar tanto ese incendio.

Se trataba de un taller de autos muy sencillo, de los que pululan en Latinoamérica y que habrás visto en alguna visita. Era un solar de tierra amarilla pisada con un techo de tejas de zinc, cerrado con una malla metálica. Existía hace años y trabajaban casi a la intemperie, los cobijaba un guayacán amarillo que florecía sin falta cada año (algún año hasta dos veces). Un día decidieron poner un techo de zinc, y como pasaba a diario por delante me di cuenta de que estaban montando la estructura y lo lamenté mucho por el guayacán pensando que lo talarían.

Pero no lo talaron, en medio del techo dejaron un hueco por el que seguro se mojaron muchas veces los mecánicos y por el que salía el tallo del árbol. Ese gesto, haberse incomodado en favor del guayacán, siempre me gustó y me hacía sentir mucho cariño por las personas que trabajaban en ese lugar. Los incendios siempre me dejan triste, pienso en la cantidad de objetos que desaparecen, en el afecto, los recuerdos que uno carga en ellos. Pero este incendio me dolió mucho más porque el guayacán se quemó junto con el lugar de trabajo de esas personas que le habían hecho espacio en su taller y que, por ese solo gesto, son personas muy buenas.

Cuando leo que te sucedió algo similar me da una tristeza inmensa, espero que todavía tengas ánimos para florecer como una llamarada, como el guayacán amarillo de José Manuel Arango: ‘El guayacán / de copa / ahusada / vencido / de racimos de flores / amarillas / qué llamarada’”.

No sé a ustedes, pero a mí me conmueve mucho la historia del guayacán y de los mecánicos de ese taller. Su respeto ecológico -polo opuesto al de los foresticidas que talan impunemente la Amazonia- me ganó el corazón. Pero el fuego es el horror, el horror... Sin comillas, no es una cita de Conrad.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar