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En Francia la conocen como “la Casarès”, yo la seguiré llamando María Casares. Nació en La Coruña y era hija de Casares Quiroga, presidente del gobierno español al sublevarse un general inferiocre y felón llamado Franco, dando lugar a la lucha fratricida que pasó a la Historia bajo el eufemismo “guerra civil”. Casares Quiroga y su familia se exiliaron en Francia, y a ello se debe que la más grande actriz francesa desde la mítica Sarah Bernhardt fuese una gallega.
Por su parte, desde 1942, y gracias a su actividad en el diario Combat, y a la edición de El extranjero y El mito de Sísifo, Camus había escalado la cumbre del periodismo y la literatura de su país, aunque también había nacido fuera de él, en Argelia, hijo de una madre menorquina, presencia constante en la vida de su hijo. Y el día de san José, 19 de marzo, de 1944, Camus puso en escena la obra de Picasso: El deseo atrapado por la cola, en la casa de Michael Leiris, y ahí se conocieron la Casares y Camus.
Del encuentro surgió una historia de amor, unidos “por los lazos de la tierra, la inteligencia, el corazón y la carne”, solo interrumpida cuando Francine, la esposa del escritor, quien durante la ocupación nazi había vivido en Argelia, regresó a Francia. Pero en 1948 volvieron a encontrarse casualmente en la calle, María y Albert, y su relación se reanudó y duraría ya hasta la inesperada y trágica muerte del escritor.
Los quince años de esa historia de amor quedaron reflejados en un copioso epistolario del que se conservan 865 cartas, editado en París, 2017 por la hija del escritor, Catherine, quien dice en el prólogo que María fue ”una actriz memorable y el gran amor de mi padre, la mujer de su vida”.
Espigo de la misma dos pasajes. De María a Camus: ”Amor mío, diez años de vida compartida, unen a dos personas para siempre en lo más íntimo del mundo, y no pueden arrancarse el uno del otro sin arrancarse del corazón del mundo”. De Camus a María: ”Última carta para decirte que estaré allí el martes, hasta pronto, mi preciosa. Estoy tan feliz ante la perspectiva de volver a verte que me río mientras te escribo”.
“Estaré allí el martes”... Pero el lunes, 4.1.1960, en la carretera nacional francesa n.° 5, en una recta sin obstáculos, en un accidente provocado según parece por el exceso de velocidad a que conducía el editor Michel Gallimard, murió y nos dejó huérfanos Albert Camus, su copiloto. Pues amén del suicidio, hay más de un problema filosófico de veras serio: la muerte absurda, por ejemplo. El día antes de la suya, refiriéndose a la muy reciente de Fausto Coppi, el campeonísimo del ciclismo, Camus dijo: ”No conozco nada más idiota que morir en un accidente de auto”.
