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Los curiosos impertinentes

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Ricardo Bada
25 de febrero de 2011 - 03:00 a. m.
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Lauren Mendinueta, una poeta colombiana que vive en Lisboa, me pidió cierta columna mía publicada aquí, para incluirla en su blog.

 

Se la mandé, la incluyó, y poco después me enviaría un mail pidiéndome que mirase el primer comentario recibido. Resulta que el título de la columna era "Poema que no es de Brecht", y el sudodicho comentario decía, nada menos: "¿Y de quién es?"

El “lector” ni siquiera se había molestado en leer el texto, el título le bastó para las cinco milésimas de segundo de "fama" de ver su nombre en internet. Así es que para satisfacer plenamente su ego me tomé la molestia de contestarle, a fin de que supiera que su mensaje fue registrado:

«Alimento la profunda convicción de que un mundo donde los lectores de la prensa (en soporte papel) y de los blogs (en pantalla) se limitasen en su lectura a los titulares y a los rótulos de los textos, sería un mundo mucho más feliz que este donde vivimos justamente atormentados por el doloroso contenido que, la mayoría de las veces, suele seguir a los titulares. Usted se encuentra, pues, en el mejor camino posible hacia la felicidad. Enhorabuena (con mi más profunda envidia)».

Caso distinto es el de un caballero que el 9 de enero del año pasado condescendió a dejar este comentario al pie de mi columna sobre la discriminación por medio del idioma: «Perfectamente intrascendente, pero adecuado para olvidar la franja de Gaza, la reelección presidencial, los "falsos positivos", etc. etc. etc.»

Como diciendo: «Mis preocupaciones son mayores y de más importancia que las de este asalariado de la pluma, pero las suyas me valen para descansar de mi responsabilidad como testigo de la Historia».

Luego, un día decidí hacer una búsqueda rastrillo por los foros de todos los columnistas de EE, para tratar de descubrir los hilos rojos de la trama, y hete aquí que descubrí que el caballero también se dignaba comentar otras columnas, igualmente desde arriba, como Dios Padre. Y asimismo descubrí la existencia de gente que habían mutado en comentadores de columnas, cuya visible, sacrosanta y única razón de vida en este mundo es acechar dentro del columnario el momento de sacar la zarpa y descargar el golpe.

Por ejemplo, doña Daniela Rinaldi sobre mi develamiento del poema que no es de Brecht, y donde lo motejaba de sanguijuela que se había alimentado con la sangre literaria de muchas víctimas: «Don Ricardo, la sanguijuela es usted. La columna es una canallada y no dice nada nuevo, además de dejar ver su perversidad, su ignorancia y su poca valía como ser humano».

No cabe ni la menor duda de que los ojos de doña Daniela poseen las sutiles propiedades de los rayos X: pocas veces me han diagnosticado mis falencias con tanto lujo de detalles en base simplemente a una columna de 2.800 espacios. ¡Qué panendoscopia!
 

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