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A Pepe Pinto (1903-1969), uno de los grandes del cante flamenco, no le sonó nada bien eso de tener que cambiar los tablaos y cafés cantantes por los teatros.
Con miedo y enfado al tiempo, se resistió como pudo a la irrupción de esa nueva forma de presentarse como artista ante multitudes, en lugar de los grupos reducidos donde los conocedores eran mayoría. Pero no pudo. Eran los años 50 del siglo pasado. Y lo que fue a principios de ese mismo siglo ya no volvería a ser con la aparición de las óperas flamencas. Su propia esposa, y artista con A mayúscula, “La Niña de los Peines” (1890-1969) —admirada por García Lorca, bautizada ante el Cristo de los Gitanos, creadora del famoso cante Los Muleros— se negó a presentarse ante el público por cuenta de lo que esta pareja llamó “degeneración de la pureza del cante jondo”. “De cante bueno no entiende / ni gitano ni gachó / tanto se ha mixtificado / que ni el mismo Faraón / sabe el rumbo que ha tomao”. Así se iba Pinto por fandangos.
La inevitable discusión sobre la pureza en las artes y su destino incierto va a cumplir una eternidad. Lo celebro. En medio de toda esta polémica ha crecido profesionalmente Jesús Rafael García Hernández, conocido como Rafael Amargo. El coreógrafo y bailaor granadino se presenta próximamente en Bogotá y Medellín. Su presencia en el escenario, ya sea con Suite flamenca, el espectáculo que trae a Colombia, o con su premiadísimo Poeta en Nueva York (2002), o con cualquiera de sus trabajos que combinan la técnica del flamenco con proyecciones audiovisuales, cine y baile, guitarras y piano, voces gitanas y cuerpo de baile formado con la Graham neoyorquina y con La China en Japón, atrae multitudes. Justamente el río de gente que tanto molestaba a Pepe Pinto.
“Mañana te echan una foto con Obama y te conoce todo el mundo. Se me tacha de mediático. Muchos lo sueñan aunque digan lo contrario. Ahora lo sufro en carne propia, pero prefiero llenar teatros de dos mil personas, en lugar de sitios de doscientas, porque tengo cuarenta personas detrás de mí”. Así se sincera el fundador y director de la Compañía Rafael Amargo. No es gitano y eso a Rafael, ya convertido en bailaor, le costó lo suyo. Tuvo que probarse en las fiestas pagadas por su padre —su mayor impulsor—, en las audiciones para ingresar en la compañía de Lola Flores y en eso que él mismo entiende como “haber triunfado antes de estar preparado”. No es el único en el ojo del huracán. Le ha pasado también a Sara Baras, Joaquín Cortés, Antonio Canales, Las Migas o Miguel Poveda, por poner unos pocos ejemplos, y de los buenos, claro. Lo cierto es que este hombre, depurado en su taconeo, que cruza la manga de su chaqueta y la mete en el pantalón, que escribe canciones y arriesga la piel con todos los palos del flamenco, tiene cómo rebatir los argumentos de los puristas. Porque lo que se dice bailar, baila. No me lo voy a perder.
