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Aprender en la jungla

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Rocío Arias Hofman
16 de agosto de 2008 - 01:25 a. m.
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ME GUSTARÍA QUE CONOCIERAN A Richard Dadier. El tipo está en sus treinta y pico, luce semblante franco y vigoroso, confía en el futuro con la candidez inevitable de los optimistas, cuida primorosamente a su mujer embarazada para evitar que vuelva a perder a su bebé y se encuentra pletórico porque además está estrenando puesto de trabajo.

Digamos que Dadier es de una sola pieza (si eso puede afirmarse de forma tan categórica sobre un ser humano cualquiera que ya sabemos del bricolaje del que estamos hechos). Está dispuesto a enfrentar las adversidades con gesto fraternal y confía en lo que le dice su instinto: con verdades y empeño se llega a buen puerto. El tipo es un maestro recio y entregado, de esos que le gustan a nuestra Ministra de Educación. A Dadier le asignan un curso en un colegio tenaz donde adolescentes de todas las pelambres viven la vida a punta de puños y mentiras porque eso básicamente es lo que tienen a mano para defenderse. Cómo el profesor Dadier logra que sus alumnos se convenzan de que pueden optar a otra nominación distinta a la de hampones de barrio es una historia larga, buenísima y está llena de anécdotas.

Me parece que esta película, titulada Blackboard jungle y rodada en 1955, es de una pertinencia aplastante, ya que estamos ahora con el cuento de vivir rodeados de flagrantes mentirosos. El director Richard Brooks logra eludir la candidez y nos muestra cómo de las mentiras se aprende muchísimo, de manera que no hay que escandalizarse —ni siquiera cínicamente— ante ellas. Ahora no nos vamos a aterrar porque el Gobierno, como el dicho, “dice digo donde digo Diego” en relación con el logo del CICR o porque el magistrado Velásquez sí es un hombre probo o no según aparezca un investigador del CTI en escena. Las mentiras sirven para medir justamente a quienes las pronuncian. Así lo demuestran el inolvidable educador Dadier, interpretado por un vigoroso Glenn Ford y, cómo no, el jovencísimo Sidney Poitier, en el papel del alumno más necio e inteligente que echa reversa a tiempo para demostrar que a veces lo que luce dañado puede repararse a fondo.

Vivimos en medio de una jungla no tan metafórica, ya se sabe, poblada de toda suerte de alimañas y el asunto es no tenerles miedo sino saber identificarlas y enfrentarlas a tiempo. Fanny Mikey, con su veteranía vital a cuestas, me susurró un día una frase que jamás olvidaré: “Lo más importante para disfrutar de la vida es espantar a las cucarachas”, y lo decía quien es sabia en las trampas que suelen sembrarse en el camino de la vida en general y del éxito y del poder en particular. Como se trata de aprender en mitad de la manigua, le hago caso a la pelirroja más adorable del mundo y anoto en detalle los diálogos de Richard Dadier. Para que los mentirosos no crean que el camino por delante es expedito. La verdad también tiende sus celadas, no lo olviden.

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