FABRICO ESPEJOS:/ AL HORROR AGREgo más horror,/ Más belleza a la belleza./… Cuando el espejo entre en otra casa/ Borrará los rostros conocidos,/ Pues los espejos no narran su pasado,/ No delatan antiguos moradores./ Algunos construyen cárceles,/ Barrotes para jaulas./ Yo fabrico espejos:/ Al horror agrego más horror,/ más belleza a la belleza.
Los versos son de Juan Manuel Roca. Los hallo tan lúcidos, tan indicados para un día como hoy en que usted, quizá como yo, sentado en su sillón preferido al abrigo del áspero mundo, está desplegando las páginas de este diario como todos los sábados.
Pasa que “estamos en crisis”. Así dicen todos: empresarios, oyentes en la radio, periodistas, políticos, publicistas, cineastas, amas de casa, emboladores, estudiantes, vendedores de relojes lujosos y cuidadores de carros. Hasta mi sobrina de cinco años le dice a su madre que “como hay crisis ella está dispuesta a esperar un poco más para que le regalen los patines prometidos”. La chiquita se llama Inés y me dejó atónita. Para ser sincera, quedé con el alma tan arrugada como podría estarlo la página que tiene entre las manos. El tsunami que se levantó en Wall Street y que hoy parece campar a sus anchas hasta meterse entre nuestras cobijas, requiere quien lo contenga. No me refiero al gladiador Obama y su paquete de medidas ni tampoco al banquero de por aquí, Jorge Londoño, con sus paternalistas auspicios de tranquilidad que parecen tan tristes como aplastadas bolsitas de té.
Es enorme el estrago que causa diariamente este fenómeno de hablar de la crisis, leer que se suicidan tanto sospechosos ricachones rusos como pulidos accionistas belgas y presenciar cómo la amiga talentosa no encuentra empleo en medio de gerentes temerosos para entender finalmente que el mundo anda regido por el mandato ultrabrutal del dinero.
Entonces me digo, echemos mano de los conjuros para vencer este miedo paralizante, esta sensación de angustia colectiva que resulta agotadora. Recuerdo una historia tradicional holandesa que relata cómo un par de niños se le miden a la fuerza arrolladora con la que el mar pretende inundar su tierra, tapando con sus deditos los huecos que el agua feroz va haciendo en los diques que les habían protegido hasta entonces. Si ellos pudieron evitar que todo se anegara con este esfuerzo heroico que relatan las abuelas, entonces hagámosle.
Rebrujemos en los libros (la narrativa fascinante de Sasa Stanisic en Cómo el soldado reparó el gramófono), en la música (al Bob Dylan incombustible), en el cine (al reinventado Almodóvar en Los abrazos rotos), en el teatro (cualquier otra menos Gorda, por favor) y en el baile (las coreografías de Álvaro Restrepo). Busquemos ávidamente placeres. Compremos muchas Vanity Fair como la que proclama en su más reciente portada el humor agudo de los nuevos comediantes gringos. Añadamos cardamomos, clavos, perejiles, macadamias y cúrcumas a nuestros platos. Mandemos al carajo a los “crisólogos”. Nos interesa hablar de Peter Cunningham y de su extraordinario talento para entender la moda que produce la gente anónima que camina en las ciudades. La perorata de la crisis se va a estrellar contra nuestras manos que no estarán tapando los oídos ni ocultando el sol, sino pasando páginas para saltar desde Roca hasta Cote Lamus: A Jorge Gaitán Durán …/Devolverás los sueños inservibles/ y de nuevo el calor, las viejas muertes/ de los abuelos, las tumbas resecas,/ el aliento de los contrabandistas/ con bocas llenas de vainas y de oro/ y el oculto lector de tus poemas,/ no te comprenderán; para ellos, luz; tienes la sombra muy oscura, amigo. Que pase dichoso fin de semana.