Que el pasado pesa y escuece, se sabe. Qué tanto obliga esta carga, no está tan claro. Cada uno escoge su destino, que no es solamente el que va tras el futuro, ni tan siquiera con el que se fragua el presente, sino más bien aquel que asume su pasado.
Me interesa pensar en los que resuelven hacer un corte de cuentas con la vida que se va dejando atrás, con aquellos que deciden que la armonía no existe si se entierran los recuerdos. Almudena Grandes, la escritora española, encaja bien en este arquetipo. Lleva dos librotes, los más recientes, en los que se muestra decidida a entender qué carajos fue lo que pasó en los 25 años posteriores a la Guerra Civil española. Inés y la alegría es el primer volumen; El lector de Julio Verne, el segundo, que acaba de publicar Tusquets, de una saga que la autora ya sentencia de seis novelas en las que pretende hacer lo que hizo Benito Pérez Galdós a finales del siglo XIX, con Episodios nacionales. Ficción para abordar hechos históricos. Un abordaje pirata, valga la redundancia, al recuento oficial para llevarse un botín ojalá valioso para los lectores: escudriñar la realidad de unos hechos sangrientos. Es decir, entender el detalle, la vida cotidiana. Cómo fue eso que nos pasó a nosotros, a nuestras familias, a los que ya se fueron, a nuestros abuelos. Y sale a relucir la palabra inevitable: memoria. ¿Para dónde es que vamos sin ella? La pregunta no la lanzo al viento para que otee así de contundente y hermosa. Más bien, se siente hincada. Sobre todo si se pronuncia y murmura en un país como este, Colombia. Aquí donde el pasado se amarra a nuestras piernas como bola de reo antiguo. Nino, el personaje niño de la reciente novela de Almudena Grandes, crece entre dos referencias masculinas antagónicas, un padre guardia civil y Cencerro, un legendario maquis (o guerrillero) de la comarca del sur de España donde vive. La admiración infantil enseguida se decanta por quien se echó al monte. Y ahí comienza a desgranarse una parte de la historia de los que hicieron la guerra de guerrillas en España a partir de 1942. Aquellos que se refugiaban en zonas boscosas y de montaña para eludir a las tropas franquistas, convencidos de arrancarle España a las garras de la dictadura. Se sabe que la invasión del Valle de Arán en 1944 fue una ilusión y un fracaso colosal, pero... ¿cómo iban viviendo todo esto los civiles como Nino en un pueblito de Jaén? “Quiero contar la historia desde los que dijeron que no, los que cultivaron el sueño de la II República, los que se quedaron en la Resistencia”, explicó Grandes hace unos días en el Gimnasio Moderno. Es demasiado obvio pero no por ello voy a dejar de enunciarlo, sobre todo ahora que al pensar en el proceso de paz es inevitable imaginarse el postconflicto. ¿Cómo seremos después, cuando los que decidieron “echarse al monte” en Colombia convivan con nosotros? Convendría darles aire suficiente a quienes tienen y tendrán aquí la valentía de narrar para recordar.