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Elogio de la lectura

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Rocío Arias Hofman
31 de enero de 2009 - 01:30 a. m.
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TENGO GRABADA EN LA MEMORIA la mirada asesina que Meadow, la suspicaz hija del capo Tony Soprano en la serie Los Soprano transmitida por HBO, lanza a uno de sus novios durante una sesión de Scrabble, el legendario juego de mesa que consiste en armar palabras —ojalá raras y difíciles— sobre un tablero.

La mordaz Meadow opta por ir a la Universidad para alejarse así del mundo mafioso en el que nació. Sin embargo, su corazoncito trastabilla con un muchacho, pintoso y arrechísimo eso sí, pero que aspira a lugarteniente del contrabando en New Jersey. Durante la partida mencionada el noviete demuestra lo que es cuando al llenar las casillas del juego propone dos palabras: the y poo que vienen siendo “el” y “popó”. Meadow lo masacra bajando los párpados de manera inolvidable. Ella, en cambio, con un libro en mano demuestra lo que sabe gracias a su inquieta y constante lectura.

“Los libros pueden ser una lata pero leer algo bueno es un gozo alucinante” recuerdo que me dijo una entrañable poeta española cuando yo apenas tenía 11 años. Gloria Fuertes, la autora en cuestión, escribía divertidísimo para niños, era menor narradora para adultos pero contaba con un humor tan contundente como su fealdad y gordura.

Este fin de semana continúan las actividades de la cuarta edición del Hay Festival en Cartagena. Los diversos encuentros en torno a la palabra escrita incrementan sin duda la temperatura ambiente. La estupenda programación de este seductor evento cultural incluye autores que ya conozco, sé cómo hablan y quiero repetir como Carlos Monsiváis, Martín Caparrós, Laura Restrepo, Gerald Martin o Daniel Samper Pizano; autores que desconozco y quiero descubrir de un tajo como Ronan Bennett, Alan Pauls, Sasa Stanisic, Benjamín Zephaniah y Jung Chang; autores famosísimos que me produce morbo conocerlos como Salman Rushdie y Martin Amis; creadores que ignoraré olímpicamente como Pilar Quintana, Cristina Fernández Cubas y la dupla Juanes-Bosé, infaltables en cuanta plaza de toros, teatro y gravilla se preste para que le sigan metiendo goles a la música.

Con los tres ejemplos anteriores quiero apenas realizar menciones elogiosas a la lectura, ese formidable acto de rebeldía con el que cada cual opta por su mundo, sus personajes, sus viajes y sus pasiones más irreverentes. Cuando lees, nada está dicho. Nadie te impone con un dedo puntiagudo o con una bala silbante tu destino. Al leer, eliges. O como dijo el escritor argentino Marcelo Birmajer “mientras un ser humano lee, no puede estar haciendo nada peor”. Hablar sobre la lectura no es tan fácil y cada uno resuelve para qué le sirve. No hay manera de lograr consensos. Gracias, diosito lindo, suspiro. Para el periodista Gustavo Gómez la lectura es “lo único realmente valioso de la vida... por eso los libros son tan caros”, mientras que para el multifacético Juan Villoro el libro es “el único medio de transporte que nos permite estar en otra parte mientras la vida avanza” y para la escritora española Soledad Puértolas leer es “una especie de tregua. Me aparto de la corriente de la realidad que conforma el día, acepto las reglas de otro mundo, me aventuro por él... Es el presentimiento de esta libertad, de este don, lo que hace que estos ratos de lectura sean en sí mismos tan deseables”. Al preguntarle al premiado escritor colombiano Evelio José Rosero sobre el tema, me contestó que “a los grandes científicos de la humanidad les falta todavía explicar por qué el tiempo deja de existir cuando se lee” y cuando abordé sobre el mismo asunto al cronista Alberto Salcedo Ramos no dudó un segundo en responder “en los libros oigo voces que me ayudan a oírme a mí mismo”.

Columnistas de este periódico como el estupendo escritor Juan Gabriel Vásquez (gracias a quien descubrí las matizadas soledades en las que podemos llegar a vivir. Lean sin falta Los amantes de todos los santos) hacen permanentemente valiosos ejercicios para abordar el fascinante mundo lector. Sin embargo, es difícil transmitir de veras, veras en qué consiste la formidable inspiración lectora. Un autor, el incansable viajero y editor mexicano Alberto Ruy Sánchez, estuvo esta semana en Bogotá (y hoy en el Hay Festival) para contagiarnos no sólo el placer sino el deseo que provocan sus lecturas y narraciones. Junto a su esposa, la editora Margarita de Orellana, recopilaron fragmentos raros, inolvidables y cargados de seducción en un libro titulado 101 aventuras de la lectura, editado por Artes de México. A Ruy Sánchez le debo, entre otras, haber encontrado esta joyita del incombustible Miguel de Cervantes: “El que anda mucho y lee mucho, ve mucho y sabe mucho”. Necesitaría cien columnas para comenzar a echarles este cuento.

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Un brindis por el nombramiento de la valerosa Ana Marta de Pizarro como nueva directora del Festival Iberoamericano de Teatro. Humo blanco, ¡por fin!, en la iglesia que nos congrega a los fieles de las causas quijotescas.

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