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Muñecas rotas

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Rocío Arias Hofman
09 de mayo de 2009 - 01:02 a. m.
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SUPONGO LA CARA AGRIPADA, porcina seguramente, de más de uno cuando oigan hablar del tema: no a la violencia contra las mujeres.

Ya se sabe, es de esos asuntos enormes, complejísimos, reales, salvajes y permanentes con los que convivimos a diario en estas sociedades supuestamente de avanzada, plenas de derechos y con constituciones firmes como baluartes, pero que molestan y causan erisipela a los cavernarios que siguen considerando que a las mujeres nos gusta de entrada la cantaleta.

 Hay en estos momentos una iniciativa titulada “Ni con el pétalo de una rosa”, expuesta en el centro cultural de vanguardia en Bogotá, Casa Ensamble, que logra agitar de manera tempestuosa e irreprimible las conciencias en torno a las diferentes formas en que las mujeres son agredidas en Colombia.

 Corchos, candados, cadenas, lazos, briznas de hierba, agujas, papeles de periódico, botones, colores, tejidos hechos a mano, marcadores, tapas de botella, lanas, piedras y, sobre todo, metros y metros de lienzo blanco componen la colección de muñecas de trapo que las manos de cientos de mujeres han realizado durante dos años, alentadas por la Fundación Plan y las líderes de Casa Ensamble, la actriz Alejandra Borrero y la empresaria cultural Katrin Nyfeler.

Colgadas del techo, prendidas de las paredes, expuestas sobre pilares y amarradas a soportes esféricos yacen las muñecas que recuperan las historias violentas vividas por cada una de las mujeres que se dejaron contagiar por el carácter pedagógico, sanador y de denuncia de este proyecto sobrecogedor.

“No puedes, no dudes, no puedes, no dudes….”. Así se suceden estos dos verbos precedidos de una de las palabras más violentas de todas: NO, a lo largo del gorro y de la falda de papel de una de las muñecas expuestas. “Mi ex marido me regaló una vez una muñeca rota con la palabra issue escrita en el cuerpo”, susurra una mujer al recordar su propio sufrimiento frente a las muñecas bamboleantes. Un pasto mortuorio nace del cuerpo de una enterrada en piedra. En pequeños ipods se reproducen las historias reales de mujeres de carne y hueso a las que les ocurrieron horrores. Son tantos, tan variados, tan imaginativos cada uno de ellos, que a qué horas —me pregunto— hay quienes se dedican a multiplicar la manera de causar dolor.

El público camina en círculos, va y viene por los salones de esta casona de arquitectura art decó construida en 1958 y cuyo relumbre ha vuelto gracias al empeño de las líderes de Casa Ensamble. Reina un silencio raro, de esos de iglesia, donde la gente prefiere murmurar, como por no quebrar algo invisible que se intuye grande. Abogadas penalistas de raca mandaca, líderes de barrio, artistas, escritoras, mujeres anónimas, actrices, secretarias, todas sabemos que las cifras hablan a través de estas muñecas rotas: nueve de cada 10 víctimas de violencia conyugal son mujeres, 2.413 niñas entre cero meses y cuatro años fueron víctimas de abuso sexual en 2007, el domingo es el día en el que las mujeres y las niñas padecen mayores hechos de violencia, etc…

Las heridas están abiertas y son profundas. La hermana, la amiga, la madre, la hija, la compañera, la abuela, la vecina, tú y yo estamos en cada muñeca.

¿Dónde están los brazos para acunarlas, protegerlas y salvarlas? La indiferencia sólo es de almas de trapo.

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