"Si caminábamos por las calles con nuestras cámaras, escondían a sus hijas debajo de la cama, cerraban las puertas y ventanas, y escapaban asustados. Para ellos no éramos más que vagabundos".
Encontré estas palabras del director Allan Dwan sobre los primeros tiempos del cine norteamericano en la nostálgica y divertida recolección que hizo Hugo Chaparro Valderrama, titulada El Evangelio según Hollywood. Frases de película. Son un fenomenal comienzo para hablar del Festival Internacional de Cine que tiene lugar este fin de semana en el pueblo de Barichara (Santander). Apenas está en su segunda edición y ya ha logrado inundar la capacidad física de este pueblo con más de 40 actividades, desde muestras en competencia hasta conversatorios, talleres de formación, cine al aire libre y una retrospectiva sobre la obra del director español Fernando Trueba. Me uno, por las calles empedradas, a las hordas de “vagabundos” que gustamos de las glorias del cine mudo, especialmente de la Swanson; que nos seguiremos aturdiendo con el poderío de Welles y Hitchcock y Wilder; que vamos a ver qué se nos agita cuando veamos aparecer en pantalla películas colombianas como La Gorda de Botero de Juan Diego Pinzón, El gran Sadini de Gonzalo Mejía o Apatía de Arturo Obregón. Estoy feliz: veré dos películas de una directora intimista como pocas, la española Icíar Bollaín.
Cuatro jóvenes bumangueses —de esos que las cámaras de comercio tienen catalogados como emprendedores en sus bases de datos—, dos Juanes, un Jaime y una Melissa, se han hecho cargo, desde la Fundación Siembra Cine, de crear este evento. Asombra, y para bien, que hayan logrado moverle el piso a las empresas públicas y privadas de su departamento, al punto de que la solidez que se intuye en este festival proviene no solamente de una aguerrida curaduría sino del soporte financiero descentralizado con el que cuenta, seguramente por el incentivo turístico que promueve así a Barichara. Demuestran claramente que no están supeditados al sí, en general indolente, de las oficinas de mercadeo de las marcas masivas.
Toda esta avalancha sucederá en un municipio que ha sido incluido en la Red de Pueblos Patrimonio y no es para menos. Su cuidado centro histórico, que data del siglo XVII, representa con sus asentadas casas de piedra la personalidad de un municipio que, en todo caso, también ha recibido el apelativo de “pueblito más lindo de Colombia”, por cuenta de esa gracia hiperbólica tan peculiar que se cultiva en el país.
Aquí han elegido vivir desde una de las sobrinas del escultor británico Henry Moore hasta la ceramista Dalita Navarro, esposa del expresidente Betancur. Se podría parafrasear el dicho y decir que lo bucólico no quita lo valiente porque la tranquilidad inusitada que transpira Barichara no la aísla, sin embargo, del resto del país. Al revés, sus habitantes, impulsados en muchos casos por foráneos del propio departamento de Santander, están convirtiendo esta tierra de patiamarillos en epicentro de actividades turísticas y culturales, como es el caso del Ficba.