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ALEMANIA CELEBRA VEINTE AÑOS de la caída del Muro de Berlín, mientras los gobiernos de Colombia y Venezuela se empeñan en construir el suyo a punta de bases militares, tanques y tropas. Evidentemente algunos mandatarios no aprenden de la historia. Si lo hicieran les ahorrarían grandes sufrimientos a sus gobernados.
La demolición del Muro de Berlín no sólo significó la reunificación del pueblo alemán. Para algunos constituyó el fin de la historia, por lo menos de la historia entendida como confrontación de ideologías. La derrota del comunismo soviético a manos del capitalismo inauguró —según Fukuyama— un nuevo y único orden mundial, basado en la libertad de mercado y la democracia liberal.
La experiencia latinoamericana muestra lo errada de la tesis del fin de la historia. El muro fue producto del fanatismo y del miedo, sentimientos aún latentes en las actuaciones de los caudillos latinos. Se levantó para evitar la huida de la población del Este totalitario hacia el Oeste libertario. Cuando casi cuarenta años después se derrumbó, algunos se apresuraron a declarar el triunfo de la democracia liberal. Pero se subestimó que esta forma de gobierno, cuando se apoya únicamente en el favor del pueblo y en el principio de las mayorías, por lo general propicia gobiernos autoritarios, sean de izquierda o de derecha.
El muro colombo-venezolano que construyen los gobiernos, gracias a los aplausos de la galería y de los gananciosos del conflicto armado, se inició hace años con la confrontación ideológica irresuelta. La promesa uribista de “limpiar” por todos los medios al país de la amenaza comunista, presuntamente apadrinada por el presidente venezolano, tiene su contrapartida en la promesa chavista de exportar el socialismo del siglo XXI, combatido por el presunto títere de los gringos. La disposición para la guerra vendría después en cumplimiento de las promesas. Cuál de los dos haya tirado la primera piedra, es irrelevante. Los daños humanos en la frontera son ya tangibles y la amenaza de que se extiendan por el territorio de ambos países aumenta día a día. El problema de fondo no es ideológico. Capitalismo y socialismo democráticos pueden convivir sin eliminarse. Radica en la mentalidad totalitaria y pseudodemocrática de los dos mandatarios. Su compromiso no es con el debate pluralista y reflexivo; lo es con ideas fijas, dogmáticas, expresadas con léxicos últimos y defendidas fanáticamente.
Los muros para existir no necesitan ser físicos. Pueden y suelen ser mentales. Se elevan en y sobre nuestras cabezas cuando el odio y el miedo se enseñorean y vencen la inteligencia y el diálogo. Una gran enseñanza de la caída del muro ha sido que la diplomacia y la negociación, si persisten, pueden vencer al autoritarismo y al militarismo. ¿Por qué esperar otros cuarenta años para demoler el muro mental que procuran levantar presidentes populistas, pudiendo las poblaciones neogranadinas evitar su construcción al quitarles el apoyo político a sus ídolos de barro?
Demócratas, amantes de la libertad y de la paz, le solicitamos a la comunidad internacional que intervenga para prevenir la guerra mediante los mecanismos del derecho internacional. Si ya existen incidentes militares en la frontera, la población tiene derecho a saberlo. Quizás aún estemos a tiempo de evitar cosas peores. Que los Presidentes depongan su ánimo belicista y lo sustituyan por uno cooperativo y solidario.
