Cuando el mundo se dividía en dos bloques militares e ideológicos antagónicos, era natural que cualquier intervención armada que violara la soberanía de un país requiriera de un consenso previo en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Así se podía prevenir que una aventura militar terminará en una conflagración global provocada por el imbricado juego de alianzas entre bloques.
Cuando colapsa el bloque soviético, y el mundo queda con Estados Unidos como única superpotencia militar, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas deja de cumplir con su función de regulador de la paz global. Estados Unidos, por su lado, acoge para sí un marco de acción propio del ejercicio del poder de todos los imperios: el unilateralismo.
El unilateralismo consiste básicamente en el derecho que se arroga Estados Unidos de eliminar cualquier amenaza a su hegemonía global, que a la luz de lo que se han trazado todos los imperios de la historia, debe ser permanente. En otras palabras, Estados Unidos puede desconocer el “derecho internacional”, cuando sus intereses superiores lo exijan.
El único límite real al unilateralismo de Estados Unidos y sus aliados es el derecho interno y su opinión pública. Es por eso que, previo a cualquier intervención, Estados Unidos debe crear una masa crítica interna en su población lo suficientemente conmovida o aterrorizada para que avale en las encuestas y en las urnas el uso de la fuerza. De lo contrario, puede pasar lo mismo que en el Reino Unido, en donde el Parlamento le infligió una humillante derrota al gobierno de James Cameron y lo obligó a recular en su participación en el ataque a Siria.
La intervención en Siria no tiene propósito diferente a debilitar un frente estratégico del eje chií que une a Damasco con Teherán. Se trata de una intervención unilateral que esquiva al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Como se trata de una operación ilegal, pues se hace necesario justificarla con el rótulo de intervención humanitaria.
Surgen muchas dudas respecto a los autores de los ataques químicos. Es cierto que el gobierno sirio dispone de un arsenal químico y que históricamente ha reprimido a su pueblo. Sin embargo, nadie ha podido probar que parte del conflicto las usó. Por lo demás, sería simplemente estúpido por parte de Siria usarlas en el momento mismo en que recibe una visita de expertos de Naciones Unidas que solicitó el gobierno de Al Assad para verificar el uso de esas armas.
Las potencias occidentales derribarán la superioridad aérea del gobierno sirio con el no muy humanitario fin de que el conflicto se perpetúe a sí mismo, preciso en un momento en que los grupos opositores armados por Francia y las monarquías religiosas del Golfo pierden terreno y están cerca de la derrota. El fin último es dividir a Siria y mandarle un mensaje de fuerza a Irán para que no le siga mamando gallo a la diplomacia occidental que pide el fin de su programa nuclear.
Así funciona el mundo. Diplomacia de cañoneras adornada de propósitos humanitarios y legalidad internacional según la conveniencia. Y nosotros, aquí, seguimos con bizantinas discusiones sobre el derecho internacional y nuestro mar.