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Hace cerca de dos años fuimos testigos de las multitudinarias marchas de estudiantes chilenos, hoy es el turno de millones de jóvenes brasileños que salen a las calles a protestar por un desasosiego profundo pero difícil de explicar.
Ni Chile ni Brasil son un paraíso, pero las cosas marchan bastante bien en ambos países desde hace unos años. Ninguno padece de una tasa alta de desempleo juvenil. Ambas economías han crecido sostenidamente desde hace dos décadas. Basta con ir de turismo a Chile para notar su prosperidad y apreciar su infraestructura. Los resultados de Brasil también son sorprendentes; después de años de hiperinflación y torpes dictaduras militares, esta gran democracia exportadora es hoy la séptima economía del mundo y sus políticas sociales permitieron que en la última década cerca de cuarenta millones de personas salieran de la pobreza extrema.
A priori, podríamos pensar que las protestas callejeras surgen cuando las cosas en una economía van de mal en peor - como ocurre en Europa – o cuando las multitudes la emprenden contra gobiernos represores y liberticidas, como sucede desde hace dos años en el mundo árabe. Sin embargo, nada de esto ocurre en Chile o en Brasil, dos prosperas democracias. ¿Cómo explicar entonces que broten malestares sociales tan profundos en momentos de prosperidad?
Algunos analistas señalan que la razón de las protestas son los malos y costosos servicios públicos así como la corrupción. El contraste entre la salud pública y la salud de los pudientes, o el transporte público de los pobres y el privado de las minorías. Sin embargo, estas desigualdades no son nuevas, siempre han existido y no necesariamente generan semejantes reacciones populares.
Tal vez la explicación de fondo a estos movimientos sea la misma que escribiera hace más de dos siglos el fantástico Alexis de Tocqueville para explicar las razones de la revolución francesa. En el Antiguo Régimen y la Revolución, Tocqueville hizo un finísimo retrato de la psicología de la prospera Francia revolucionaria y, entre otras, concluyó que “a las revoluciones no siempre se llega yendo de mal en peor”.
La explicación de las marchas en Chile y Brasil podría estar en la emancipación de una nueva generación más prospera y exigente: “A los hombres les parece más insoportable su situación cuanto mejor es”, acuñó Tocqueville. A medida que mejoran las rentas de una población acostumbrada a no tener oportunidades, aumenta el desasosiego y el descontento con todos los males que antes se soportaban sin renegar.
Los millones de brasileños y chilenos que vivían antes en la extrema pobreza, soportaban los regulares servicios públicos porque los males que padecían eran mayores a las inevitables filas de los hospitales. Los que vivieron la hiperinflación o la dictadura, toleraban resignados la mala educación pública. Pero como señaló Tocqueville, “los males que se cortan ponen al descubierto los que subsisten, el mal es ciertamente menor, pero la sensibilidad es más viva”.
En resumidas cuentas, estas marchas son expresión de unos ciudadanos emancipados, más dignos y más sensibles: los males que antes aceptaban como inevitables ahora les parecen insoportables.
