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Comparto muchos puntos del último discurso de Petro en Naciones Unidas: su condena al genocidio en Gaza y a la responsabilidad de Estados Unidos y Europa frente a los crímenes de Netanyahu; su crítica a la inacción global frente al cambio climático; su rechazo a la criminalización de la migración y al retorno de Estados Unidos a una extrema y unilateral guerra a las drogas. Sin embargo, a pesar de esos aciertos, su discurso fue desafortunado y una oportunidad perdida.
Fue desafortunado al menos por tres razones: primero, su propuesta de una operación militar para parar el genocidio en Gaza, para que fuera aprobada por la Asamblea General y no por el Consejo de Seguridad, es audaz y podría incluso tener sustento jurídico en la resolución 377 de 1950, impulsada paradójicamente en su momento por Estados Unidos. Pero la propuesta no parece tener viabilidad política ni práctica, por lo que en el fondo distrae. Creo que la alternativa es incrementar la presión política y moral sobre Estados Unidos y Europa para que paren a Netanyahu. Son los que pueden hacerlo.
Segundo, su uso de la bandera de la “guerra a muerte” de Bolívar es inaceptable. Muchas cosas de Bolívar merecen ser reivindicadas, pero la “guerra a muerte” no es una de ellas. Fue el peor momento de su heroica trayectoria, pues planteó en 1813 matar a todo español, aunque no hubiera cometido ningún crimen ni apoyara a las tropas realistas. Sólo podían salvarse quienes apoyaran activamente la independencia, esto es, que en el fondo traicionaran a su patria. Esto tuvo consecuencias horribles: miles de españoles inocentes ejecutados. El propio Bolívar abandonó esa estrategia y acordó años después la regularización de la guerra con Pablo Morillo, a fin de evitar esas atrocidades. Sorprende entonces que Petro, que dice dirigir el gobierno de la vida, reivindique la atroz “guerra a muerte” de Bolívar.
Tercero, el discurso fue largo, personalista y agresivo; estaba más dirigido a galvanizar sus bases en Colombia que a un escenario internacional como Naciones Unidas, por lo cual tuvo poca recepción. Basta compararlo con el discurso de Lula, quien, con claridad, dignidad y vigor, dijo cosas semejantes, pero en el lenguaje propio de esos escenarios, por lo cual tuvo mucho mayor recepción. Ese estilo, y el mayor poder de Brasil, han hecho que Lula tenga el liderazgo internacional del Sur Global en esos temas, mientras que Petro perdió esa posibilidad.
Todo eso fue desafortunado, pero lo más grave fue que Colombia derrochó una gran oportunidad de tener impacto en un tema trascendental: el régimen internacional de drogas. Petro se centró en criticar la unilateralidad de la descertificación en su contra y los extremos bélicos a los cuales Trump ha llevado la guerra a las drogas. En eso tiene razón, pero en vez de usar esos hechos inaceptables para cuestionar el régimen internacional de las drogas, Petro trató de mostrarse como el alumno más aventajado de la prohibición. Su defensa consistió en decir que su gobierno había incautado más cocaína y extraditado más narcos que los anteriores, en lo cual tiene razón, pero en realidad este discurso, como lo señalé en mi última columna, refuerza el paradigma prohibicionista, que es la raíz de las tragedias asociadas al narcotráfico. La palabra prohibición ni siquiera estuvo en su discurso.
La paradoja mayor es entonces que Petro está malgastando la oportunidad de potenciar los éxitos de su propio gobierno en este tema. Gracias a las gestiones de su entonces embajadora en Viena, Laura Gil, Colombia logró algo histórico: que la CND, que es el órgano de Naciones Unidas encargado del tema de drogas, en el fondo reconociera que la prohibición no está funcionando y creara una comisión de expertos que debe reexaminar el régimen internacional de drogas y hacer propuestas a Naciones Unidas en ese campo. Este avance es enorme, pero pareciera que Petro no quiere cosecharlo, pues ni siquiera lo mencionó en su extenso discurso. Triste y alucinante.
* Investigador de Dejusticia y profesor Universidad Nacional.
