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Defiendo la independencia judicial pues sin ella no existe democracia, pero no por ello creo que uno deba abstenerse de criticar, incluso severamente, a los jueces o a las cortes cuando toman decisiones equivocadas. Es más, comparto la tesis de Kevin Hartmann en su columna en este diario: la crítica a la decisión de los jueces “no es una amenaza para la democracia. Al revés: es una forma de cuidado institucional”.
En ese espíritu de “cuidado institucional”, no puedo dejar de criticar la terna que el pasado jueves adoptó la Corte Suprema para el reemplazo del magistrado Reyes en la Corte Constitucional. Creo que es lamentable.
Aclaro que dos de los nombres de la terna son respetables: María Patricia Balanta tiene una larga trayectoria judicial y docente, y una sólida formación académica. Jaime Tobar tiene también formación académica y trayectoria profesional robustas. Algunos se preguntarán entonces: ¿por qué calificar de lamentable la terna si dos nombres son buenos? Porque, según dicen todos los que conocen los intríngulis del Senado, esta terna es de uno: casi seguramente será elegido el tercer nombre, Carlos Camargo, el anterior Defensor del Pueblo.
Esta terna de uno es lamentable al menos por tres poderosas razones: primero, porque Camargo fue un pésimo Defensor del Pueblo. No sólo fue clientelista (26 de los 38 directivos que nombró fueron cuotas políticas de los partidos que lo eligieron), sino que, además, su desempeño en el “estallido social”, que era cuando más se necesitaba un buen Defensor del Pueblo, fue desastroso. Un solo ejemplo: después de varios días de protestas, y cuando ya había varias denuncias de muertos y heridos, Camargo andaba tranquilo, probablemente de paseo, en Anapoima. ¿Cómo puede esperar la Corte Suprema que quien fue tan deficiente como defensor del Pueblo sea un digno magistrado de la Corte Constitucional?
Segundo, porque la Corte Suprema ignoró olímpicamente la equidad de género, a pesar de que es un principio constitucional que gobierna la elaboración de estas ternas. La razón: si en esta elección no es elegida una mujer, entonces habremos perdido la paridad que se había alcanzado en la Corte Constitucional. Por eso muchos le pedimos a la Corte Suprema que hiciera una terna exclusivamente de mujeres. Y podía hacerlo, pues había buenas aspirantes, pero no lo hizo.
Tercero, por conflictos de interés: Carlos Camargo nombró en la Defensoría del Pueblo, sin concurso de mérito y en ejercicio de su facultad discrecional, a familiares de varios magistrados de la Corte Suprema, como lo mostró La Silla Vacía. Esto viola claramente el sentido del artículo 126 de la Constitución, que prohíbe el “yo te elijo, tú me eliges”. Y es un comportamiento idéntico al que tuvo Alejandro Ordóñez en su momento y que llevó a la anulación de su reelección por el Consejo de Estado. Sin embargo, la Corte Suprema decidió ternar a Camargo.
Además, como el voto es secreto, no sabemos si por Camargo votaron magistrados con familiares nombrados en la Defensoría. Un motivo más para exigir que esas votaciones sean públicas y razonadas, como algunos lo hemos solicitado en el pasado. El voto secreto es ciertamente una garantía para que el ciudadano de a pie pueda votar libremente, pero los magistrados no son ciudadanos corrientes, sino que ejercen una función pública. Y si les exigimos que justifiquen públicamente su voto en caso de una condena penal o de la inconstitucionalidad de una ley, ¿por qué admitimos que sea secreto cuando elaboran una terna?
El Senado podría corregir esta terna deficiente absteniéndose de elegir a Camargo y optando por preservar la paridad de género en la Corte Constitucional. Pero no tengo mayor esperanza: Camargo, muy diligente en estos menesteres, nombró también en la Defensoría a amigos y familiares de varios de los actuales congresistas.
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.
