Carta de despedida a una cámara (la Sony EX-3 con la que se filmaron los largometrajes La sociedad del semáforo, Memorias del Calavero, Señorita María: la falda de la montaña, El valle sin sombras e innumerables cartas y rarezas), a Patrimonio Fílmico Colombiano a través de Rito Alberto Torres, parte de esta institución desde hace 25 años.
Cali, 28 de agosto de 2024.
Respetados Rito Torres y equipo de Patrimonio Fílmico Colombiano:
He recibido con emoción y alegría, a través de la voz de un muy dedicado aliado de Patrimonio, de vos, querido Rito, la noticia de que para ustedes sería valioso conservar, en el museo que están gestando, mi cámara Sony X3, compañera de trocha desde 2009. La compramos en la escalada de sueños que se nos
vino encima con un hermano del alma: mi amigo y productor Daniel García, con quien firmamos socia y muchos de los trabajos que aquí nombraré por más de 20 años, casi sin darnos cuenta. Cuando era nueva le puse un nombre que ya no recuerdo. Relacionado con Erice o con Kiarostami. Hoy tal vez le diría Márta Mészáros. Lo que sí me acuerdo es que le pegué en varios lugares una calcomanía que imprimí de la foto del letrerito que el sindicalista, músico, activista, escritor y corazón Woody Guthrie tenía pegado en su guitarra: decía, o dice “this machine kills fascists” “esta máquina mata fascistas”. La máquina era la guitarra. Él, el maquinista. Máquina, maquinista y letrero decían la verdad. Basta leer el hermoso libro que escribió, Bound For Glory, para entenderlo. La primera escena es escalofriante, espeluznante de hermosa.
Trato de contártela a vos que sos de Patrimonio Fílmico porque esto es patrimonio, y fílmico, y hermoso, matrimonio más bien, y es una película que te pido que guardes en tu corazón porque no la han filmado: estando en uno de sus acostumbrados trenes de carga (eran su hogar), sofocado por el hacinamiento decide subirse con su guitarra al techo del vagón. No es que haya espacio, pero sí brisa. O humo veloz que algo refresca el aliento espeso y aceitoso de dentro del vagón, donde se turnan el aire de la puerta con viejos enfermos que tienen prioridad. Donde se cuidan y enfrentan para poder llegar a pelear por el pan a grandes cultivos, o por propuestas insondables de empleo. Es un vagón atestado de humanos negros salvo por un par de excepciones. Entre esas Woody. Ya en la incomodidad de ese techo intercambian palabras y tragos con algunos compañeros de viaje. Creo que toca algo o le dicen que toque o cante. No recuerdo bien. Lo que sí recuerdo es que empieza a llover, empieza un aguacero terrible, y Woody Guthrie se quita su chaquetilla y su camisa para proteger la guitarra. Algunos se le ríen y otros lo cuestionan en un slang negro de los años 30 que transcribe hermosamente, y él responde con amor a las burlas y con la verdad: algo como que su espalda y su ropa se pueden mojar pero “su tiquete del almuerzo por nada del mundo”: cuando llama así su guitarra desaparece el slang y todo lenguaje porque el idioma del hambre lo conocen y lo vienen padeciendo todos. El cinismo da paso a la ternura y el cielo como si entendiera ese momento de humanidad llora más fuerte y más frío, y entonces uno a uno se van quitando chaquetas y camisas y le ayudan a Woody a cubrir su guitarra o máquina de alimento: su azadón… recuerdo mucho cómo narra su propia emoción. Como paga a todos dejando que un peláo negro que se acuesta en el techo, como él para que el túnel no los golpee, ponga su cabeza en el brazo de Woody y no contra la lata que martilla el cráneo.
Mi cámara. Mi camarada. Mi cámara hada. Ese también es mi azadón. Mi guitarra. Mi cordón umbilical con el mundo. Por eso tenía la calcomanía (la conserva). También en horas de lluvia fue resguardada por mí y por mis cómplices… y tal vez una de las cosas que más le agradezco a la cámara, y a esta precisamente, es a los corazones que convocó para que anduvieran conmigo un tiempo. A veces poco. A veces solo allí. A veces salimos bien de andar a sus tres patas, a veces no tan bien: seguro con muchos y algunas ya nos olvidamos.
Así que pienso en la cámara como una hoguera; una trampa de versos. Pero como pasa con los animales, si uno empieza a compartir mucho con un individuo ya no es otro de esa especie: es Ese. Ya no es un barranquero más, es Pancita (por dar un ejemplo verdadero de amistad que con un individuo animal que se dio en el rodaje de la película que estoy haciendo desde 2021). Esta no era “una Sony X3”, era “la cámara”, era “la X3”, “la cámara”. Es como cuando uno se cruza con un extraño: escasamente deja la huella de la luz de su rostro. Pero si uno para a observarse, aparecen los lunares, y cicatrices, y poros, y asimetrías: y empieza a conocerse. Y yo me sabía mi cámara sin verla, con las yemas de los dedos, como en braille, como un clarinete.
No es ni siquiera 2k en este mundo de culto a la exageración, a cosas que ya ni los ojos perciben pero sí los bolsillos. Esto que te escribo y que te escribiré es para ESTA cámara. Este amado juguete con el cual pude estar en modo de alabanza con el mundo. No he tenido los recursos ni he sido de estar cambiando
los aparatos, las herramientas, ni tener las últimas siempre. Esta cámara llegó a mis manos cuando estaba con mi imaginación, suerte, magnetismo, colaboradoras, colaboradores y planetas alineados. Sentía el favor de la Vida, la misericordia de Dios (esto sigue hoy), que es algo que amo experimentar y que se facilita con la cámara. Como tantas cosas.
Pese a que juego con cámara fotográfica desde los cuatro años, con cámaras de video desde los cinco (siempre prestadas hasta mis 14 que hubo la primera VHS-C en casa), vine a sofisticar con esta algunas definiciones y formas de hacer, y fue gran cómplice en el más grande de mis insumos: querer ver los corazones ajenos: de animales o gente, de paisajes o piedras… es un subrayador de la realidad (o resaltador); es la primera forma de edición pues es en el cuadro de la cámara donde se decide, se recorta, y se guarda algo de la realidad mientras se desecha el resto: algo específico, esto que grabo y no todo lo otro: como el fuego que tiene un tamaño y no lo enciende todo. Es una refiladora de la realidad. Es también un cine pequeñito al pegar el ojo al visor, un teatro, ese rectángulo en una inmensidad negra, en este caso diminuta, que no deja ver otra cosa.
En 2010 lo resumí en un texto:
CAMARADA. Cámara, camarada, camarita. / Pija camarita, te decía en el Casanare. / Guitarrita de clavijas eléctricas. / No alcanzas a ver cómo tengo los dedos ampollados de tocarte. / Por tu culo miro al lente. / Ojo de punta de lápiz. / Ya no tenemos que escribir nada, camarita. / Si no quiere que le escriba, ni leer mis cartas, / me rasgaré en trocitos la lengua para que ni me entienda las palabras. / Y la destazaremos en 24 tajadas por segundo, camarita. / A los tres segundos no será ni la cuarentayochésima parte de lo que fue hace un rato. / Mi lapicito, mi hembra, mi flauta.
Eso lo pusimos como uno de nuestros posts de la época de promoción de La sociedad del semáforo. La cámara se compró para hacer esa película que prefería un formato dócil y guerrillero, elástico, a una cámara de formato mayor que se habría tenido que alquilar… pero nosotros necesitábamos poder desenfundar en cualquier momento. Grabar antes de decir acción y después de decir corte (esto salvó la edición incontables veces).
Dejo esta cámara de una manera muy amorosa al cuidado de ustedes. Agradecido primero porque sí quieran guardarla (dejaré alguna sorpresa indescifrable a simple vista), venderla no me suena para nada, y regalarla es un encarte casi para cualquiera. Así que la voy a dejar junto a esto que escribo como aplazando el momento o el guayabo de entregarla, después de que juntos atestiguamos tantas cosas incluidas lágrimas, embotellamientos de ambulancias, eclipses…
Las guitarras se valorizan entre más viejas sean. Músicos como Dylan (devoto de Guthrie), Niel Young, o Willie Nelson procuran instrumentos con historia: algunas pasaron por Robert Johnson, Odetta o Hank Williams, por ejemplo. Jerry García tocaba su famosa guitarra Tiger. Willie Nelson ha tocado desde siempre su amada guitarra Trigger (otra arma), que ya venía rota y así la conserva pese al chequeo anual que le hace un gurú de esos asuntos en Austin, Texas: supongo que revisa que siga abierta la herida, que siga bella la herida. Si se le llegara a perder esa guitarra, se retiraría, decía. Le dejó componentes mixtos de un anterior dueño porque le permitía evocar el sonido de su admirado Django Reinhardt. Nelson se quejaba de que con las nuevas y maravillosas guitarras sonaba a una copia de sí mismo y que “en cambio con un instrumento que es parte de mí todo es como un nuevo original”.
Eso sentía yo con la X3. Nos entendíamos perfectamente. Éramos un trío con ella y con mi trípode cuyas patas ya cumplen 23 años conmigo en todas las posiciones. Para mí siempre es mejor una herramienta que uno conozca a la supuesta “mejor herramienta”. Y si yo en la vida ya me sentía protegido, con cámara, con esta, fue una fusión de cuidado absoluta. Yo siento que la cámara ha sido como un órgano que me faltaba. Tengo más equilibrio cuando estoy con una en la mano. Aunque me defino como un torpe con buenos reflejos, con cámara la torpeza se va y se conservan los reflejos. Es como un peso que debería tener para ser equilibrado, para estar “más entero” (como diría Antonio López en hombros de Erice). Con la cámara se van o endulzan mis taras sociales o profesionales. Mi torpeza se camufla. Es como si fuera un peso que me hace falta. Camino sin resbalarme en las resbalosas piedras del río, y puedo filmar en su superficie tocando prácticamente el lente con el agua pero el agua no la toca. Cae el aguacero sin desteñirme.
Con la cámara no solo no me caigo: cuelgo tranquilo la vida de helicópteros o precipicios: se que soy un médium trabajando con las verdades y la verdad de otros, armando la mía… y la siento como una camándula, como una verdadera herramienta de oración: como si la Vida entendiera que filmar es un acto de reconocimiento y de agradecimiento, aún enfrentando a la cámara las más duras situaciones, realidades, o dolores; la cámara vuelve la amarga realidad una fiesta de máscaras: donde uno se puede tapar la cara (que es la máscara más cara) con esa máscara: la cámara: la más cámara. Uno pasa disfrazado de recolector de tajaditas del tiempo, de muestras del mundo, de la experiencia humana, de la experiencia en la Vida.
Nombrando de nuevo a La sociedad del semáforo, empiezo una lista de trabajos y asuntos que han pasado y posado frente a esta cámara, así sea ignorándonos descaradamente, mientras estuvo en mis manos o las de miembros de los equipos con que trabajamos (procuraré memoria, que es poca, y cronología). Solo tres de los largometrajes que he hecho se hicieron con otra cámara, con cámara grande (Tierra en la lengua, Niña errante, BambúMoon, pero en todas ha rondado la X3 en desarrollo, ensayos o detrás de cámaras, aún en la última nombrada que está actualmente en edición). Estas son algunas de las cosas que hice con ella en mano y al hombro:
La sociedad del semáforo (largometraje), videoclips de Velandia en el Llano y otros parajes (hicimos en tres días como 14 videos: haciendo el de la canción Gloria del monte, en Casanare, Velandia se tiró a un estero (acumulación de agua del invierno que dura parte del verano, y yo lo seguí y sumergí accidentalmente la cámara en el barro, como si fuera un barequero tras perlas en el barro: el lente quedó destrozado y con el zoom eléctrico inservible: aún así con el lente crujiente y carrasposo de arena seguimos rodando. Era el segundo trabajo de la cámara tras la película y solo el destino que sonríe y los caminos del cine que me protegen y curan, permitieron que la empresa que nos vendió, La Curaçao, decidiera darnos el lente de nuevo “por garantía”. Muy hermosos. El lente era lo exquisito de esa cámara, aparte de su ergonomía de cojín en el hombro y la cabeza: tan cómoda que algunos podían filmar con ella y hacer siesta al mismo tiempo.
Y aunque siempre amé hacer cámara (o serlo), en muchas ocasione trabajé con maestras y maestros tan grandes que entendían con pasión, compasión y paciencia, que era parte de mi misión y de mi gozo. Y que aunque ellas podían reinventarse en cada proyecto, varias veces al año, para quien dirige esos chances de ejercitarse son más escasos y distantes. Mucho mejores cinematografistas y camarógrafos que yo, siempre respetaron mi deseo de tener la cámara en mis manos y hombros, o turnarla, y aunque son muchos más recuerdo al vuelo de largometrajes y cortos a Sofía Oggioni, Juan Carlos Gil, Pedro Vega, Mauricio Vidal, Paulo Pérez…
De mis diez cortos no filmé sino Montañita con la X3 (corto que hice bajo la batuta y embrujo de Abbas Kiarostami, uno de mis ídolos, como tutor). De mis siete largometrajes terminados, cuatro los hice con esta hermosura: además de La sociedad… (en orden de filmación): Memorias del Calavero, El valle sin sombras (salvo la parte del volcán), Señorita María: la falda de la montaña. Aparte, infinidad de momentos y videoclips, o eventos excepcionales como habiendo sido llamado por el propio amado Fernando Vallejo, filmar como un boxeador que entra al ring, su discurso de la Filbo en 2016. Tanto filmado. Tanto pescado. Desde promesas de amor, desde amor amor, desde amistad, amistad amistad, amistad amor, hasta fenómenos naturales inabarcables.
Alcancé a filmar a mis abuelas. Con esta cámara y mi hermano del alma Martín llevé a mi barbado papá a un bosque de árboles con barba a que me contara los sueños que tuvo en la cuarta cirugía de cerebro abierto. Cirugía de doce horas de la que salió cuadrapléjico y como en las cinco veces que tuvo que operarse, volvió a andar perfectamente y jamás perdió la lucidez, el lenguaje o el humor. En esa cuarta cirugía estuvo mucho tiempo adentro del hospital y nueve días en coma. Allí soñó cosas maravillosas que algún día filmaré (cuando la inteligencia artificial me permita dictarle buenos efectos desde la luz de mis axones) y que incluían enfermeras con la quijada de madera, una competencia de mil tractomulas en una pista de mil carriles, una al lado de la otra… entre otras cosas… y la constante de muchos sueños: junto a mí, y a veces con toda la familia, íbamos a robar su cuerpo para tratar con el neurocirujano de que siguiera en esta vida así fuera como un zombie. Mi papá mismo nos ayudaba a robar su propio cuerpo pues él iba con nosotros como en un nivel espiritual. Así vio pájaros que eran iguales de cabeza y cola bajo un tapete de tierra que se despercudían a su paso y volaban… y así… cosas que este no es el espacio ni quiero aún.
El caso es que en ese bosque y con esta cámara logré que me contara todos los sueños que yo ya recordaba como míos: como con una visión subjetiva, en primera persona, como desde mis ojos mientras él los relataba. Cuando terminó, como 90 minutos después, pidió permiso para grabar sobre otro asunto y expresó su visión y voluntad para su muerte que sucedería tres meses después.
Esta cámara filmó a mi amado y extrañado Luis Ospina y parte de su Todo. Filmó mis montañas amadas de niño. Filmó las sabanas entre Aguazul y Maní por un lado, y entre el Dumagua y el río Unete por otro. Y al río amado. Grabé amor. Grabé amistad. Grave enemistad. Grabé desamor. Grabé los secretos del Cucho (protagonista de Memorias del Calavero) por petición de él y para que le diera a su familia tras su muerte en 2016 (no lo he hecho). Grabé indignación. Grabé el momento en que el bazuco da una patada de mula en el bulbo raquídeo a quien la porta. La llevé aunque en caja a ver el Nevado del Ruíz con una ruana de nubes mientras se nos escurrían las lágrimas de emoción al verlo, tan blanco, tan ajeno al dolor de Armero.
La verdad es que he filmado innumerable cantidad de cosas con ella. Materia bella. O hace y produce materia bella al operar filmando. O transforma materia en belleza. O transforma belleza en materia. Esa cámara ha sido también reteñidor de lo que he imaginado, de mis sospechas, de mis fantasmas. Ha sido el lugar en el que sueño y materia encajan como piezas de Lego. Teoría y artesanía. Es el crisol, el molino, en el que los sueños, los textos, las ilusiones, se hacen materia cinematográfica.
He filmado, para rematar, y con lo que se fue quedando quieta cuando la fui apagando, ya por necesidad de un nuevo fierro (que ya conozco y amo desde hace casi cinco años), lo más dulce y emocionante que he podido filmar en mi vida: Amalia, mi hija, creciendo. Diciendo luces. Diciendo chispa que viene de otra parte. Diciéndome claves. En el mar. En la Sierra. En el carro. En la casa. En la misma panza de su mamá en Montañita.
Quedó registrado con la X3 cuando aprendió a nadar y a montar en bici, cuando armaba cosas durante tres o cuatro, cuando hicimos animación, cuando planeamos los dibujos de un cuento que saldrá escrito por mí y dibujado por ella. Quedó allí el mantra que me dijo a los 3 años y medio cuando la llevé a cortarle el pelo, en Luna llena, como hago cada tres o cuatro meses desde que es una bebé y en cuanto su pelo tomó alguna forma entendible (he sido su único peluquero, he filmado todas las peluqueadas pero no he vuelto a ver aún ninguna). Ese día la recogí para ir a cortarle el pelo a mi casa. Le dije que estaba contento porque pensé que iba a ser más complejo encontrarnos en dos casas: me dijo como si supiera la respuesta o la pregunta con antelación con su voz de hilito mínima “Papá, el amor nunca es difícil”. El mantra del que he sacado tanto alimento y aguante.
En todo caso la cámara es donde toda la aventura de creación del cine que he hecho hierve por primera vez (la cámara en realidad es el punto de vista: a veces ni existe, como cuando se trabaja en computador o en ciertas formas de animación con material escaneado). En mi caso, en mis casos, todo lo que se planeó, lo que se hace y lo que se planea hacer pasa por la cámara: la cámara es el lugar de la “cita” porque casi todo en esta vida y especialmente con el cine es una cita.
Adorado fierro del siglo. Yo la amo. La entrego agradecido y sin condiciones en el fondo pero con una condición en el fondo: como la entrego perfectamente con cargador y baterías y etc., si alguna vez necesito usarla, o me sirve por su textura, o porque la extraño mucho para ir a perseguir algún pájaro o cometa o alma, les pido que tenga la potestad de sacarla de allí y dejar un letrero en su lugar que diga “Vuelve a la lucha”, y tal vez otro que prometa “ya regresamos…”
Ha sido una caminadora de este país. Ha sido leal. No ha fallado. La llevo en el alma que es el lugar donde palpita vivo el agradecimiento.
Ha sido un honor apretarte los bonotes, cámara ardiente.
Un honor entregarla a ustedes,
Rubén.