¡Viva el paro!: pudimos, no pudieron

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Rubén Mendoza
21 de noviembre de 2019 - 06:03 p. m.
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Algunos apuntes para la celebración de la vida que sucede hoy en toda Colombia.

Pudimos. En cambio no pudieron. Los grandes “periodistas”, o al menos algunos de los más mentados y famosos de este país, no pudieron hacerle sombra al paro. El paro llegó, es, vino, y ojalá se quede para revolcar con urgencia las mafias que se han hecho llamar políticos, por más de 200 años, y ahora en la vergonzosa coyuntura de un hombre sin criterio, leve, con un sentido irrisorio de la realidad, con una distancia absoluta del sentido de la realidad de la mayoría de “su” pueblo. Convencido de que vestir de naranja la economía no iba a dejar ver lo empeloto que está y cómo se burla, otra vez, de un país entero, haciendo eco a sus secuaces, quitando garantías laborales, imponiendo un injusto y leonino régimen de pensiones, totalmente privatizado, burlándose de las víctimas, muertas y vivas, burlándose de la memoria histórica, del agua, rindiendo homenajes a funcionarios que perdieron su trabajo por dolorosas razones…

No lograron atajar el Paro, ni convencer con la frívola dulzura que a diario aparecen, de que de nuevo no valía la pena poner el pecho al frente. No lograron con el miedo paralizar el aire urgente del Paro Nacional del 21 de noviembre. No pudo la voz de la farsa de las “mesas de trabajo” de las emisoras de Julios Sánchez Krustys, de Víckys Dádivas, etc… la información ahora se mueve de mano en mano, en cadena, y masivamente en circuitos alejados de los monopolios: hay emisoras comunitarias, periódicos locales, megáfonos, redes sociales, miles de puntos de vista con cada celular prendido y vigilante, porque de nuevo no nos van a rapar la oportunidad tapando con tierra de risitas y de noticias temerarias la verdad que nos recorre: no podemos más: no se puede detener el mar con un barranquito de mentiras.

La izquierda, o mejor digo, el sueño de cambio, ha sido tantas veces exterminado desde la raíz, apenas germinando, que pocos han creído. Han tratado de convencernos por décadas, los actores del sistema y sus medios, de que el bien común, de que una mejor vida para todos, de que soñar y exigir el cambio, es un abuso y un absurdo. Se les olvida que las pocas garantías sociales sobre las que ahora nos movemos costaron mucho empeño, mucho desprendimiento y mucha sangre. No pudieron esta vez convencernos como tantas otras de que la protesta es pecaminosa, de que la verdadera protesta es “no salir”, no protestar: “producir”, ¡jua!: como un intestino…

No pudieron convencernos de que lo que está sucediendo en los países vecinos era mero “vandalismo”: sabemos esta vez que no, porque hemos visto por muchos otros canales, porque nos lo relatan en primera persona seres amados o conocidos: sabemos que son, que exigen y saben pedir sus deudas: sociedades cambiando a gritos la realidad de piedra. Esta vez no importa que, de nuevo, no hayan querido ser cómplices ni hermanos. No importa que solo quieran entrevistar frívolamente, lamiendo con gracia al jeque y al exjeque de turno: no importa esta vez, pues se ahorcó solo, que Julio Sánchez dijera del nefasto exministro de Defensa, cuando aún no se sabía el número final de niños asesinados en su bombardeo, que es “un señor buena gente en el lugar equivocado”, tratando de nuevo así de meternos los dedos a la boca, como lo hicieron antes, imponiéndonos el candidato que les conviniera, el que menos tocara los intereses de sus amos.

Ellos mismos son los que han jugado a satanizar el proceso de paz, el partido amnistiado, las sillas que les correspondían en el Congreso, los vientos de cambio. Son miopes para ver el abuso al que el grueso de colombianos estamos sometidos… y encima prefieren ver hacia otra parte. Esta vez no les creímos.

Tampoco la burda afirmación de que “la izquierda no ha podido hacer nunca nada”. Lo dicen de forma miserable, como si no supieran que a cada amnistía la ha seguido una sangría, una carnicería cínica y abierta donde han matado a los mejores conocidos y por conocer… como pasó, por dar solo un ejemplo, con gente como Bernardo Jaramillo o Pardo Leal, que son solo dos más de los más de cuatro mil asesinados reconocidos oficialmente (algunos hablan de más de siete mil), únicamente mirando a la UP (más que todos los desaparecidos de Chile), para no hablar de otros tantos exterminios.

Esta vez no podrán meternos en el cuento de que el chance que deberíamos tener todos, en este corto paso en esta forma por el mundo, no debe ser más tranquilo, más equilibrado: de que todos no debemos tener derecho por igual al sol, al alimento, a crear, a la sonrisa, a la vida digna, al abrigo de los sueños y el camino de seguirlos. A la indiferente Colombia no se le puede seguir pasando la muerte por enfrente de los ojos untándole de sangre la punta de la nariz, haciendo la poda tempranito, para abortar el cambio. Esta vez no podrán callar a los muertos, que andan cantando a gritos, en las bocas de sus seres amados.

Por eso es que esta vez tenemos que parar todos. Desde donde estemos: tirando letras, canciones, filmando a la gente que pone el pecho, protegiéndola de este Estado enemigo de su pueblo, que por incontables décadas sigue siendo el que nos tocó en desgracia. Parando todos no nos van a poder parar: dijo alguien a quien le pesa, por una enfermedad muy dura, el cuerpo y la palabra, pero no el pensamiento, ni el espíritu: “Juntos somos uno”.

Basta de que por siglos se sigan rotando exclusivamente entre ellos las oportunidades, basta de que sigan diseñando un sistema que los protege exclusivamente a ellos, que les da garantías exclusivamente a ellos. Basta de un sistema y unos medios que se dedican a ocultar las cosas que tantas sociedades han logrado, menos la nuestra y otras pocas: unas mínimas garantías sociales: de transporte, de salud, de trabajo, de alimento, de educación, de pensión, de recreación, de creación, de pensamiento. Basta con un sistema que se acomoda para acorralarnos financieramente solo para mantener los privilegios de una casta enriquecida, ignorante, indolente.

El día es hoy. Sé que nos han impuesto la urbanidad con sangre. Sé que nos han dicho que podemos decir las cosas pero que debemos atender al tono y al lugar. Esta vez todos son los lugares, todos somos los ofendidos, todos somos órganos de un organismo eufórico y enfermo, que sabe hacer circular la información por medios distintos que los que estará pensando María Isabel, y toda esa calaña, que no hay cómo parar que la dignidad se venga como un mar verde de exigencias, nuestra cosecha de gozo, de fuerza: nuestras ganas de agradecer y honrar a los caídos, a los que atropellaron mientras buscaban en primera línea abrirle una vía a la vida, despejarnos el horizonte, como lo vemos ahora.

Hay un gobierno de fachada empeñado en quitarnos a la fuerza a cada uno lo que nos corresponde, y repartirlo entre la íntima parvada de buitres: hoy no es un asunto de minorías, ni de líderes sociales: se están metiendo con la vida de todos, y aunque así ha sido siempre, no nos damos cuenta por la cortina de “estabilidad económica”. Así no sea con sangre, todos hemos sido siempre víctimas. Sabemos además del juego sucio de las fuerzas del “orden”, de la derecha alcahueta, de los medios cómplices, que se hacen los idiotas para informar que los infiltrados, la gran mayoría de las veces, vienen del mismo bando que persigue, como serpientes que se muerden la cola, y que necesitan del desastre para que siga reinando la muerte desesperada, la desolación, la ignorancia, la sangre, el odio, el dominio, la desigualdad, el arribismo, las castas. Esta vez es una boca hecha de millones: una boca que puede devorarlo todo, en canciones que no nos habían dejado conocer y hoy las estamos aprendiendo con todos los versos al revés: reina la vida, la muerte digna, sentida, el conocimiento, la solidaridad, la salud, el amor, la confianza, el abrazo.

A todos los periodistas y comunicadores que ejercen de verdad su profesión (comunicar, defender, combatir la injusticia), a todas las cámaras que estén apuntando: los necesitamos para que protejan a los que dan la cara. Los necesitamos porque a ellos les basta un chasquido de ojos para dar las órdenes, les basta con un “de qué me hablas, viejo” para se sepa que el interpelado debe ser asaltado, robadas sus imágenes, su tranquilidad, debe cambiar su domicilio. A todo el sistema de información comunitaria, a los medios que saben que deben servir a una sociedad y dejar de actuar como miedosos abogados de sí mismos y su apego a los puestos de trabajo (que igual desaparecerían cuando no hubiera país), atentos. Ustedes son los que hacen circular la sangre de la esperanza, de la protección: son la primera barrera para contener el abuso.

No nos han dejado nunca mirarnos como hermanos. No han querido nunca que lo seamos. Hoy tenemos que marchar cantando de la mano aunque estén sueltas buscando calor y oficio. En el canto nacemos, en el canto vamos, en el canto nos vamos sublimados a cabalgar el viento. Son siglos, son decenas de generaciones, hay que hacerlo esta vez por ellos. Cambiarlo todo es la única manera de perdonarlos, y de honrarlos.

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