Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Los mandatarios de inclinación autocrática no gustan de instituciones independientes que cumplen un papel invaluable en la defensa de la estabilidad macroeconómica de sus países. No sorprende que Donald Trump y Gustavo Petro muestren un talante similar en sus conflictivas relaciones con sus respectivos bancos centrales. Ambos pretenden imponerles políticas monetarias permisivas a los encargados de su manejo para obtener réditos por un crecimiento y empleo mayores, que la autoridad monetaria considera aventureros pues acarrean riesgos de inflación.
Trump vapuleó en público a Jerome Powell, presidente del Banco de la Reserva Federal –él, grandote y fornido, el otro menudo y aparentemente vulnerable– para que lubricara el crecimiento de Estados Unidos por encima de su potencial, pero se encontró con un adversario férreo que no se dejó intimidar ni satisfizo los anhelos del presidente.
Igualmente, la junta directiva del Banco de la República decidió en su última reunión mantener su tasa de interés en 9,25 % anual, porque la inflación está en 4,85 %, lejos de su meta rango de entre 2 y 4 %. La junta se guía por el sistema inflación objetivo que sirve para orientar la economía: reducir su tasa de interés cuando el crecimiento sea deficiente y aumentarla si amenaza con un desborde inflacionario. El crecimiento de este año será 2,6 %, el mejor que ha experimentado esta administración, que es mediocre. Hubo tres votos en contra de la decisión que debieron corresponder al ministro y a los nuevos codirectores nombrados por Petro.
El verdadero poder del Banco de la República reside en su cuerpo de funcionarios capaces, formados en las mejores universidades del mundo, que debaten ampliamente entre ellos y con los miembros de junta las implicaciones de cada medida de política monetaria que puedan tomar.
Lo que dice el presidente Petro de su banco central solo refleja su mentalidad persecutoria que vuelca contra sí mismo: “es obvio –dijo– que el Banco de la República quiere acabar la economía colombiana, porque apuesta electoralmente con mucha irresponsabilidad”. No es cierto, presidente, el banco central colombiano ha sido el muro de contención de intereses políticos de corto plazo que pudieron poner en riesgo el crecimiento, la solvencia y la reputación del país.
El gobierno, en cambio, ha logrado perder el grado de inversión que obtuvo Colombia en años pasados y no puede acceder a los dineros de emergencia de que dispone el Fondo Monetario Internacional para auxiliar países en problemas. Con uno de los mayores déficits fiscales en la historia del país, de más del 7 % del PIB, la administración Petro nos ha llevado al ostracismo internacional. Y si se pregunta “ahora, ¿quién podrá ayudarnos?” Vaya y llame al Chapulín Colorado.
Póngase el lector en la situación de Petro: le queda solo un año de gobierno y su legado parece ser de un estancamiento económico que apenas comienza a despejarse con el poco crecimiento anotado en 2025, que no compensa los tres años que se perdieron para el desarrollo del país. Pues sí, usted se desespera y fustiga a los funcionarios para que cumplan sus objetivos de grandeza. Pero, como dice la canción espiritual norteamericana: “demasiado tarde mi hermano, demasiado tarde, pero ya no importa; todas mis tribulaciones, Señor, pronto se acabarán”.