El aislacionismo norteamericano es de larga data: tiene su raíz en la doctrina Monroe que promulgaba la esfera americana de influencia bajo el poderío exclusivo estadounidense. Según el politólogo israelí Shlomo Ben Ami, de quien retomamos varios de sus análisis, se trata de una noción conflictiva pues “implica la aceptación de un orden mundial basado en esferas de influencia, tal como se lo plantean China y Rusia”. Trump es un “agente anárquico” que, sin embargo, tiene un plan de normalización de las relaciones entre Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Marruecos, Sudán e Israel bajo los llamados Acuerdos de Abraham, alcanzados en su primer mandato. Ahora Trump se propone ampliarlos con la inclusión de Arabia Saudita, el país más rico de la región, en la alianza.
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Frente a China, Trump se mostró hostil en su primera presidencia, algo que continuó Biden, y que, seguramente, Trump reforzará en su segundo mandato. China está tocando puertas en la América Latina y se esfuerza en establecer intercambios de tecnología por materias primas estratégicas con que cuenta la región, algo que el imperio norteamericano contempla con suspicacia.
En relación con Irán, Trump perdió la oportunidad de negociar un tratado de control nuclear en su primera presidencia, pero en esta segunda oportunidad buscará un nuevo acuerdo con la república islámica. Frente a Rusia en su guerra contra Ucrania, Trump quiere un acuerdo rápido que favorecerá a la primera y le hará perder territorio a la segunda. Así mismo, frente a Gaza, Trump está presionando a Hamás a que continúe la política de negociar rehenes entre las partes, que pueda ser la base de un acuerdo más amplio y duradero, bajo la amenaza de un envolvimiento directo en el conflicto.
Las aproximación de Trump al imperialismo norteamericano duro de principios del siglo XX lo ha llevado a proponer renombrar el golfo de México como el golfo de América, reclamar la devolución del canal de Panamá, que fue construido por ellos, tomar Groenlandia por la fuerza e, incluso, anexar Canadá. Se manifiesta así su certeza de que, de nuevo citando a Ben Ami, “violando normas en pie por largo tiempo, abandonar o renegociar acuerdos anteriores es la mejor manera de imponer los intereses de Estados Unidos sobre el resto del mundo y renegar de las obligaciones contraídas en el pasado”.
La serie de televisión danesa Borgen muestra las disyuntivas que tiene el pequeño país y su gigante colonia de Groenlandia (que traduce como tierra verde), colindante con el Polo Norte, frente al desmesurado poder del imperio yanqui. Se trata de una población de poco más de 50.000 almas que no quiere cambiar su condición actual de súbditos daneses, para perder su favorable situación frente a un imperio que en manos de Trump no respetará la autonomía local. La isla más grande del mundo posee valiosos recursos naturales que son de gran interés para algunos grupos empresariales norteamericanos, lo cual Trump pretende asegurar como su patio delantero.
Frente a América Latina, Trump afirmó que Estados Unidos no necesitaba de la región, pero que esta sí requería del apoyo norteamericano. China ha hecho grandes inversiones mineras y forestales en el patio trasero, algo que Estados Unidos percibe como hostil. Frente a lo dicho por Trump, Petro, “enfatizó la necesidad de fortalecer los lazos entre las naciones y de construir un concepto más amplio de humanidad”. Contrasta la aproximación poética de Petro con la brutal realpolitik del presidente norteamericano: romanticismo latino contra pragmatismo anglosajón. Se podría tratar de una reedición del duelo entre Goliat y David, pero donde el primero cuenta con un enorme poderío económico y militar frente a la debilidad endémica del segundo. ¡Qué lejos estamos del imperio de la justicia!
