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El mercado bursátil de Estados Unidos está registrando un nuevo pico histórico que refleja una economía imparable, a pesar de una política contractiva de su autoridad monetaria. El presidente Donald Trump ha estado acosando al gerente del banco central, Jerome Powell, para que reduzca la tasa interés de referencia, tildándolo de “señor muy tarde” [mister too late]. Esta presión es indebida y contraproducente, pues dificulta tomar decisiones monetarias, aun cuando la situación lo requiera por la posible pérdida de reputación institucional en caso de parecer complaciente con los caprichos del presidente.
La tasa a la que presta dinero la Reserva Federal a los bancos del sistema es en promedio 4,4 % anual, mientras que la inflación está marcando 2,7 %, o sea que la tasa real es bastante baja y acomoda la expansión económica. Trump pretende lubricar aún más la inversión y el consumo con tasas de interés más bajas para darse crédito por la prosperidad que pueda generarse, sin pensar en el riesgo de causar más alzas de precios. La meta de inflación que se impone la Reserva Federal es del 2 % anual, por lo cual deberá seguir manteniendo una política restrictiva.
Una de las razones para no cambiar la política de la Reserva Federal es que el propio Trump ha propiciado inflación con sus aranceles de entre 20 y 50 % según su capricho, algo que niega rotundamente; la forma como sean absorbidos por la economía está por verse, así que es mejor esperar. El año pasado la economía yanqui creció 2,7 % (mérito de Biden), dato que es muy alto para una economía madura, pero se contrajo 0,5 % en el primer trimestre de 2025.
Trump amenazó con despedir a Powell –que él mismo nombró en 2017–, algo que la constitución norteamericana prohíbe para garantizar la independencia de la autoridad monetaria. Sólo puede hacerlo por “causa justificada”, que hace referencia a un incumplimiento del deber, negligencia grave o conducta ilícita, pero nunca a un desacuerdo sobre las políticas que esté implementando el órgano, que es independiente del poder político. “Ningún presidente estadounidense ha cesado jamás a uno de la Fed desde que la entidad emisora fue fundada en 1913”, reporta la agencia EFE.
Cuando los asesores le informaron a Trump que no podía despedir a Powell, el presidente comenzó a buscar evidencias de despilfarro del presupuesto del banco central. Encontró que se está construyendo una nueva sede que costará US $2.500 millones, pero desistió del intento por el riesgo de precipitar una pérdida de confianza en el sistema financiero de Estados Unidos y del mundo.
Un reemplazo del gerente del banco central por un funcionario dócil que obedezca las órdenes del presidente redundará en una depreciación del dólar, inflación, aumentos de las tasas de interés de los bonos públicos y un daño irreparable a la credibilidad institucional del país. Es que la característica fundamental de una república bananera es la incontinencia fiscal, financiada con emisión de dinero por un banco central complaciente con el poder ejecutivo.
En verdad, Trump no debería quejarse de la marcha de la economía pues sus resultados y los de las bolsas han sido muy buenos. Tanto el índice Standard & Poor’s 500 como el Nasdaq, que representa las acciones de las empresas tecnológicas, “sorprendieron al alza en ventas minoristas y empleo, que sugieren una economía que sigue resistiendo, con o sin recortes de tasas”, según el portal financiero de Bloomberg.
Las buenas noticias económicas impactaron el valor del dólar que venía experimentando debilidad y lo valorizaron nuevamente. El caos propiciado por las tarifas estrafalarias de Trump pareció despejarse un poco, pero el hombre es imprevisible y puede que le den nuevos arrebatos de castigar o premiar a los países con que comercia Estados Unidos.
