Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Michael Ignatieff, prominente intelectual y político canadiense, ha sido invitado al Festival Hay para expresar y diseminar su ideario liberal en tiempos en los que esa inclinación es percibida con suspicacia. Su obra más conocida en español es la biografía de Isaiah Berlin, editada por Taurus, publicada originalmente en 1999.
Berlin fue un filósofo ruso-inglés que dejó una honda marca en la historia de las ideas, al defender el liberalismo contra sus enemigos del siglo XX, el nacionalismo, inspirado por los filósofos románticos, el fascismo y el comunismo. Hacia los años sesenta del siglo pasado, Berlin –escribe Ignatieff– “era un hombre acosado: inaceptable para la izquierda, objeto de recelos para la derecha; en exceso escéptico para que las personas comprometidas confiaran en él; en exceso comprometido para que los defensores del statu quo pensaran en él”.
Berlin se adentró en las profundidades del pensamiento irracional que inspiró muchas de las corrientes autoritarias que marcaron el siglo XX. Fue especialmente brillante en la crítica a José de Mestre, en El fuste torcido de la humanidad, quien exaltara la violencia como forma de realización humana y defendiera el uso del terror y del dogma religioso para liquidar el liberalismo, también radicalizado por la revolución francesa. Mestre, a su vez, fue inspiración de Miguel Antonio Caro, ideólogo del conservadurismo que congeló a Colombia en la oscuridad de la edad media por más de un siglo.
Según Ignatieff, a Berlin le preocupó entender cómo fue que se desarrollaron ideologías como el fascismo, que buscaban destruir a judíos, gitanos u otros enemigos raciales sin discusión, o el comunismo, que no consideraba escuchar a sus enemigos de clase sino a reeducarlos o destruirlos. También incursionó en el pensamiento de Marx, como calzándose sus zapatos, para descubrir el origen del totalitarismo socialista. Hoy día su pensamiento aumenta en relevancia, mientras los radicales de los sesenta, que por lo menos a mí tanto me marcaron, han perdido la suya.
Ignatieff considera a Berlin como inspirador de su trabajo en filosofía, en historia y en la práctica política. Sus obras enfrentan dilemas morales de nuestro tiempo como en El mal menor: una ética política en época de terror (2004), donde analiza el dilema entre libertades públicas y las necesidades de enfrentar a un enemigo que ha declarado la guerra santa y justifica moralmente el terrorismo.
El nuevo imperio americano (2004) realza los problemas que introducen los estados fallidos para los derechos de sus ciudadanos, sometidos a la guerra de todos contra todos, lo cual justifica la intervención de lo que él llamará “El nuevo imperio”. Éste ha venido surgiendo luego del conflicto de los Balcanes, donde la operación militar norteamericana, combinada con la visión pacifista europea, y con las motivaciones humanitarias de las organizaciones no gubernamentales, forman un nuevo tipo de gobierno imperial.
Posteriormente, en Los derechos humanos como política e idolatría (2005), Ignatieff estudia las ideas que sustentan los derechos humanos, advirtiéndonos que éstos no deben ser exaltados ciegamente. Acá argumenta que “los derechos humanos sólo pueden recabar un apoyo universal si su función consiste únicamente en proteger y mejorar la capacidad de los individuos para llevar las vidas que desean”. Ignatieff concluye que los derechos se pueden defender sólo “si se admite que la soberanía estatal es la mejor garantía frente al caos”.
En el conflicto con Irak, Ignatieff en un principio justificó la acción norteamericana contra un dictador que había exterminado grandes poblaciones kurdas y chiítas y que, se suponía, construía armas de exterminación masiva. El caos desatado más tarde por la incapacidad de construir Estado por parte de los invasores, lo ha llevado a criticar duramente la política engañosa y calamitosa de George W. Bush.
