Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
ES CURIOSA LA EXHIBICIÓN DEL PAlacio de la Inquisición en Cartagena: combina la muestra de los aparatos espantosos de tortura para arrancar las confesiones de los reos acusados de herejía, brujería, bigamia y "solicitación" con una apología ingenua de crímenes que hoy consideramos de lesa humanidad.
La Inquisición surgió en España para perseguir a los judíos y moros que optaron por convertirse al cristianismo, condición para no ser expulsados del reino católico. Muchos nobles y la Iglesia temían que perdurara la influencia que estos dos grupos habían alcanzado en el mundo de las finanzas, del comercio, de la medicina y de las artes liberales. Quisieron entonces trazar un lindero entre cristianos viejos y nuevos, dejando a éstos expuestos a juicios que utilizaban la tortura, las ejecuciones y, sobre todo, la expropiación de sus bienes para reducir su poder. Mientras los cristianos viejos certificaban su pureza de sangre por muchas generaciones, que los hacía inmunes a la herejía, los nuevos tendían a tener su sangre contaminada. Después la Inquisición se volvió herramienta de persecución contra los reformistas protestantes, caso que no se dio en España, pero sí en Francia y otras regiones.
A los judíos conversos se les tildó como “marranos”, siguiendo el principio de que cerdo no come cerdo. La inquisición contaba con espías que indagaban la dieta de las familias de los conversos y si no comían cerdo lo aportaban como evidencia de que seguían inmersos en la herejía.
El historiador Max Sebastian Hering trae a cuenta una cita de F. Torrejoncillos en su Centinela contra Judíos de 1691 que dice así: “(Para) ser enemigos de Christianos (...) no es necessario ser padre, y madre Iudios, uno solo basta: no importa que no lo sea el padre, basta la madre, y esta aun no entera, basta la mitad, y ni aun tanto, basta un quarto, y aun octavo, y la Inquisición Santa ha descubierto en nuestros tiempos que hasta distantes veinte un grados se han conocido judaiçar”.
A la entrada del palacio de los tormentos en Cartagena se informa que “la imaginación popular ha exagerado, hasta falsearla la imagen de inquisidor ordinario, presentándola siempre como un monstruo de maldad, sin excepciones. Hubo muchos inquisidores que abusaron de su poder… pero los historiadores imparciales están hoy de acuerdo en que, por lo general, los inquisidores fueron… hombres prudentes, capacitados, de buena reputación, conciencia sana y amantes de la fe católica… y que creían estar cumpliendo una misión sagrada. Si los inquisidores fueron crueles, lo más probable es que ello se debiera más a un sentido del cumplimiento del deber que al desenfreno o a la perversidad”.
Se trata, como lo revela el texto apologético, de crímenes masivos y sistemáticos cometidos por una institución religiosa durante más de tres siglos, que trató de frenar también el advenimiento del pluralismo religioso. La reforma protestante traería consigo la democracia dentro de las comunidades religiosas calvinistas, cuáqueras y hugonotas, en menor medida dentro del luteranismo, que sentarían las bases políticas de la democracia liberal en Occidente y de su desarrollo económico de largo plazo. Este permitiría la superación de las hambrunas y de la muerte prematura, como lo dice el historiador Robert Fogel en el título de una de sus más connotadas obras. Y no conozco ningún historiador imparcial que defienda la infamia de la Inquisición.
